Cientos de kilómetros por delante, con la piel curtida y los pies en llamas por las úlceras. Algunos de los migrantes venezolanos en Colombia volvieron a tomar camino para pasar Navidad en casa.
El Político
Sin embargo, lamentan, será un viaje de ida y vuelta. “Por mi familia yo voy hasta el fin del mundo”, dice a la AFP Nicolás Muñoz, un albañil de 28 años, que salió de la ciudad colombiana de Bucaramanga (noreste) con una bandera tricolor amarrada a la cintura.
Su esposa Ariana (23), con cinco meses de embarazo, lo mira recostada sobre una señal de tránsito que anticipa la cuesta sinuosa que les espera, rumbo a la fronteriza ciudad de Cúcuta, a unos 200 kilómetros de distancia.
Cuando llegaron a Colombia, hace tres años, su hijo Ramón había acabado de nacer. Desde entonces cada diciembre van a Venezuela, aunque nunca habían emprendido el viaje a pie.
Muñoz quiere llegar “de sorpresa” a Maracay (norte) para estar con su madre, todavía afectada por la muerte de su esposo. “Esta será la primera Navidad sin mi papá”, dice con voz entrecortada.
“En enero me devuelvo” porque en Venezuela “ya no hay trabajo”, lamenta. No sabe si regresará caminando.
De los cerca de 4,5 millones de personas que abandonaron en los últimos años la otrora potencia petrolera, 1,5 millones están en Colombia, según la autoridad migratoria local.
La mayoría pasaron por estas carreteras huyendo de una crisis que vació sus bolsillos y ahora no tienen con qué pagar un pasaje de autobús.
Aunque el flujo normal de los llamados “caminantes” va en dirección a Colombia, Ecuador, Perú, Chile o Argentina, los hijos pródigos regresan en Navidad a Venezuela. Aunque sea por unos pocos días.
Ilusión y miedo
Sandalias de plástico y tenis rotos son el calzado básico de los “caminantes”. José Contreras lleva 17 días de travesía desde la capital de Perú hasta Bucaramanga y no sabe cuántos le faltan para encontrarse con los suyos en Turmero (norte).
“Quiero llegar a Venezuela lo más pronto posible porque extraño a mi familia, quiero ver a mis hijos, a mi esposa, abrazarla, pasar una Navidad con ellos y llevarles un regalo”, suplica este albañil de 25 años y pies heridos.
Es la segunda vez que hace el recorrido a punta de esporádicos aventones y a pie.
A pesar de que en Venezuela hay una percepción de leve mejoría, el éxodo migratorio no cede. La inflación, estimada en 200.000% por el FMI para 2019, se desaceleró. La escasez también retrocedió y la Navidad en Caracas se celebra con luces, ferias gastronómicas, conciertos y mercados surtidos. Pero los migrantes venezolanos no van para quedarse.
Contreras viaja con un puñado de “caminantes” con quienes se ha ido encontrando, pero sabe que no llegará a Cúcuta con los mismos. A veces alguno se queda por la fatiga y a veces él amanece con ánimo para acelerar el paso lo que implica dejar al grupo atrás.
Poco saben del trayecto, aunque hay tramos con mala fama. Les han dicho “no crucen el páramo de Berlín en la noche”, un gélido territorio que supera los 4.000 metros sobre el nivel del mar, con temperaturas nocturnas de cero grados.
Mientras esperan un aventón que alivie la travesía, un equipo de la Cruz Roja colombiana pasa y les deja utensilios de aseo, alimentos y abrigo.
Solo en 2019 con corte al 30 de noviembre, la organización ha atendido a 9.758 “caminantes” en las vías del departamento de Santander. Muchas veces sanan sus pies, llenos de laceraciones, raspaduras y heridas abiertas por el tormentoso viaje.
Fuente: VOA