En Venezuela, donde no hay libertad de cambio, el dólar circula en los comercios, los vendedores ambulantes y los despachadores en las estaciones de servicio de gasolina los exhiben con orgullo, mientras la mayor parte de la población tiene un salario inferior a los diez dólares mensuales.
El Político
Si bien técnicamente una dolarización en toda regla podría estar entre las herramientas útiles para controlar la desbocada inflación, por razones sobre todo ideológicas el régimen de Nicolás Maduro no contempla en absoluto adoptar oficialmente la moneda «del imperio».
En la anterior gran crisis de la región, Ecuador y El Salvador acogieron el dólar; ahora Venezuela lo ha hecho de facto
Los países latinoamericanos están afrontando una grave crisis económica semejante a la que la región vivió como «década perdida» (1982-1992) y su subsiguiente «media década» también perdida (1998-2003).
Para salir de aquella situación, algunos países adoptaron el dólar como divisa oficial, enterrando sus monedas nacionales: Ecuador lo hizo en enero de 2000 y El Salvador en enero de 2001.
¿Habrá ahora, en un contexto que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya cataloga para Latinoamérica como «nueva década perdida» (2015-2025), otros países que se pasen también al dólar?
Venezuela ya lleva unos meses de plena dolarización, proceso que se ha ido implantando a lo largo del último año y medio. Hoy casi todas las transacciones se realizan en la moneda estadounidense; los precios, en cualquier caso, se fijan en dólares, aunque quienes no tengan esa divisa pagan con bolívares, de acuerdo con el cambio del momento.
Argentina y Cuba
Tampoco Argentina, en medio de un marcado proceso inflacionario, aunque ni de lejos tan grave como el venezolano, dejará de lado el peso; no lo hizo en épocas de hiperinflación estratosférica y ahora es algo fuera de consideración, por más que se ha vuelto a encender el debate al respecto (en 1989 la inflación argentina llegó al 3.079% del PIB; en 2019 fue del 53,5%).
Y Cuba tampoco dará el paso, aunque que ha decidido permitir la libre circulación de dólares en una red de establecimientos. En su caso, no es tanto un problema inflacionario como la necesidad de dólares para la importación, ya que existe un menor acopio de la moneda estadounidense a causa de la drástica contracción del turismo por la pandemia.
Casos de hiperinflación
Fuera del caso de Panamá, que se acogió al dólar en 1904, a los meses de nacer como país y en el contexto de la soberanía de Estados Unidos de América sobre la franja del Canal, en Latinoamérica el empujón para la dolarización ha ocurrido en momentos de acentuada y prolongada hiperinflación. Este no es el caso hoy en la región, al margen de las peculiares circunstancias de Venezuela, cuyo colapso económico se produjo ya antes del Covid-19.
A raíz de la llamada «crisis de la deuda» que explotó con crudeza en toda Latinoamérica en los años 1980, la inflación en Ecuador se situó en el 76,5% del PIB en 1989 y, con algunos dientes en el siguiente decenio, alcanzó el 96,1% en 2000. En ese último año, la moneda nacional, el sucre, se devaluó un 250% y una veintena de bancos y otras entidades financieras quebraron.
En El Salvador la situación no llegó tan lejos, porque si bien existía un proceso ascendente de inflación, que fue del 31,9% en 1986, en 1992 el país optó por establecer un cambio fijo para su moneda, el colón. No obstante, cuando la recesión de final de siglo, provocada por una crisis financiera asiática, volvió a sacudir Latinoamérica, El Salvador prefirió no arriesgarse más y directamente adoptó el dólar.
Sin embargo, Perú y Argentina, las dos naciones que entonces tuvieron una mayor hiperinflación, mantuvieron sus monedas. A lo largo de la década de 1980, Perú tuvo una inflación anual de entre el 60% y el 100% del PIB; en 1988 llegó a 667%; en 1989 a 3.398,5%, y en 1990 a 7.481,7%.
Ese primer momento de crisis fue también especialmente inflacionista en Argentina, con un pico de 3.079% en 1989, y de 2.314% en 1990. Cuando llegó la recaída diez años después, que es la que convenció a los gobiernos ecuatoriano y salvadoreño de pasarse al dólar, Lima y Buenos Aires lograron contralar algo mejor la inflación.
Lavado de dinero
En Venezuela hay otra razón para la informal dolarización. Por supuesto que el gobierno ha permitido la libre circulación del dólar para rebajar la presión inflacionaria (en 2018 la inflación alcanzó un descomunal 65.374,1% del PIB; gracias al manejo de dólares, en 2019 la cifra bajó a 19.906% y se espera que en 2020 sea de 6.500%), pero la rapidez con que la moneda estadounidense ha llenado los canales de compra y venta y el volumen de dólares presente en el mercado venezolano indican otra cosa: el negocio ilícito amparado por el chavismo, de cifras millonarias solo en lo que se refiere al narcotráfico, ha encontrado un sencillo modo de legitimización de capitales.
Hasta ahora, las élites chavistas habían utilizado principalmente Pdvsa, la petrolera estatal, y el mercado de bonos soberanos para lavar sus fortunas derivadas de la corrupción y otras actividades ilícitas.
Pero el hundimiento de PDVSA y las sanciones impuestas por Estados Unidos de América a cualquier financiación del régimen habían dificultado enormemente el blanqueo. Hoy éste resulta de lo más fácil mediante operaciones directamente en dólares realizadas en plena calle.
Sin embargo, la gente corriente se queja de que la inflación se ha dolarizado, lo cual se ven en los recibos del condominio de los edificios, el vecino que el ao pasado pagaba un promedio de diez dólares, ahora tiene que pagar alrededor de veinte.
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La pregunta inevitable es si el continente se dirige hacia una dolarización de su economía, y si realmente estamos en presencia de un fenómeno o tendencia hacia esa dirección.
La formula TINA (there is no alternative), toma fuerza con el informe hecho publico por Dialogo Interamericano. De aquí se desprende una pregunta inevitable: ¿forma parte la dolarización del nuevo alfabeto económico y político de América Latina?
Todo indica que así es. La adopción -y no adaptación- del dólar a ciertas economías latinoamericanas obedece, al parecer, al fracaso mayúsculo de las instituciones multilaterales nacidas en Bretton Woods (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), a la desesperación creada por los enormes errores cometidos por el FMI y el BM en América Latina.
Y así, la dolarización en el continente, en términos generales, nace como una medida desesperada, y no debidamente meditada. Tanto en Ecuador como en El Salvador la decisión de dolarizar la economía se produjo unilateralmente. No existió un debate abierto, ni mucho menos un plebiscito. El costo de este error, que duda cabe, será muy alto en términos políticos y de gobernabilidad. Porque la decisión de dolarizar no
tiene que estar sujeta a la dictadura del tiempo globalizado (la reducción a segundos a que es sometido todo debate y toda idea). La dolarización no es uno de esos temas de fácil resumen ni de reseña en editorial de dos cuartillas. La discusión requiere más, mucho más que eso.
Hoy, lo que existe, es un sentimiento de que «dolarizando» las economías América Latina lograría dar ese salto a lo moderno, a la vertiginosa modernidad. A que «dolarizando», América Latina evitaría caer en el agujero negro de las recesiones economías del Norte. Pero globalizadas, ideas como la dolarización no son globalizantes. Es decir, recetas generales no son aplicables a todos.
Porque es como decía el poeta mexicano Octavio Paz: aprender a hablar es aprender a traducir. Y adoptar no es lo mismo que adaptar. Lo que tenemos ante nuestros ojos es una dolarización imperfecta y averiada, un canto de sirenas más fuerte que el de la Odisea y que nos dice vamos, apostad por la dolarización como remedio para disfrutar del progreso de la globalización.
Estamos en presencia de uno de los grandes dramas y desafíos que América Latina tendrá que enfrentar en el nuevo siglo. Se sabe poco, muy poco, sobre los efectos de la dolarización y sobre las embestidas que supondría tal medida.", señaló el análisis económico de Analítica.
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