Un trabajo especial de Alnavío da cuenta de la guerra entre Nicolás Maduro y Rafael Ramírez, el denominado zar de PDVSA. Se trata de una disputa de egos, poder y dinero.
El Político
Alnavío recuerda que el mismo día que Nicolás Maduro y su antiguo vicepresidente y aliado Rafael Ramírez se denigraban públicamente, un nuevo informe de Amnistía Internacional señalaba como probables las ejecuciones extrajudiciales de 14 personas perpetradas por cuerpos de seguridad del Estado venezolano en uno de los barrios más pobres del suroeste de Caracas.
"Es una foto de la auténtica naturaleza de la revolución chavista. Una disputa de egos, poder y dinero, mientras que, por otro lado, se desarrolla una guerra contra aquellos a los que prometieron redimir. Las dos caras de la misma moneda", agrega el trabajo..
Nicolás Maduro y Rafael Ramírez protagonizan otro capítulo de su guerra política y personal, condimentada por los respectivos egos.
Se trata de una guerra que lleva varios años y que empezó cuando en algún momento del 2012 se decidió en La Habana, Cuba, que el sucesor del expresidente Hugo Chávez fuera Nicolás Maduro y no Ramírez o Diosdado Cabello.
El secreto mejor guardado
¿Qué razones privaron en la decisión? Responder esta pregunta es entrar en el terreno de la especulación. Ese será uno de los secretos que con toda probabilidad Raúl Castro se llevará a la tumba.
Ramírez, que por aquella época era parte del círculo de confianza de Chávez, fue parte de la componenda que se encargó de asegurar que aquella determinación se hiciera realidad.
Había que salvar, según se le dijo entonces a los venezolanos, la continuidad de la “revolución”. Es decir, de la élite gobernante de la que Maduro y Ramírez eran parte.
Se cree que Ramírez pudo haber sentido su ego personal lastimado en aquellos días. Esto se puede inferir al leer sus tuits y largos escritos donde siempre sale a relucir su ausencia de modestia personal.
No obstante, Ramírez siempre le fue leal a Chávez.
Guerra de poder
Desde su punto de vista se sentía con todo el derecho a ser el sucesor, no sólo por la lealtad a su jefe, sino por los cargos que ejerció.
Desde 2002 como ministro de Petróleo y Energía, y desde 2003 como presidente de PDVSA, Rafael Ramírez fue hasta 2014 el hombre que más poder tuvo en los 100 años de la industria petrolera venezolana.
Nadie había ejercido al mismo tiempo los dos cargos de manera simultánea.
A partir de ese momento, Ramírez se convirtió en el segundo hombre del régimen.
Todo pasaba por él. Desde los 100.000 barriles diarios de crudo que se despachaban a Cuba, pasando por los suministros a Petrocaribe y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
También las importaciones de alimentos de PDVAL (una filial de PDVSA creada para ese fin), así como mantener lubricada la maquinaria clientelar del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
En 2012 fue el coordinador del Órgano Superior de la Vivienda, iniciativa que fue propagandísticamente clave en la última reelección presidencial de Chávez. Era el administrador de la caja.
Lo cierto es que cada vez que era cuestionado por su gestión al frente de la industria petrolera respondía diciendo: “Si me acusan de corrupción, Chávez estaba allí”.
“Todo lo que hice me lo ordenó o lo sabía el expresidente”. Podría agregar que Maduro también lo sabía.
Chávez vio en él a un funcionario con ciertas credenciales profesionales dispuesto a decirle sí a todo lo que se le ocurriera, por más disparatado que fuera.
Mientras el precio del barril de petróleo volaba por los 100 dólares todo parecía ir de mil maravillas. Los dos hicieron de PDVSA el motor del sistema. Hasta que se fundió PDVSA.
El detalle es que cuando esto ocurrió ninguno de los dos estaba en los mandos del avión. Uno había fallecido y al otro lo habían defenestrado.
Ramírez ahora descarga toda la responsabilidad de la destrucción de la industria petrolera en Maduro. Pero él sabía perfectamente lo que se avecinaba.
En 2014, cuando ejercía, además de sus dos poderosos cargos, la vicepresidencia económica en el gobierno de Maduro, propuso una serie de medidas para “salvar el modelo socialista”.
Las dos principales consistían en subir el precio de la gasolina y en eliminar el control de cambio. Dos de los pesos muertos (aunque no los únicos) que lastraban las finanzas de PDVSA.
Si desea leer el trabajo completo, pulse el siguiente enlace: alnavio
Fuente: alnavio