Tras 16 años como canciller (primer ministro), Angela Merkel se retira. Es el fin de una era en Alemania… Y al mismo tiempo no lo es. El cambio consiste en una especie de vacío que inevitablemente deja alguien que se aparta del poder luego de ser la figura dominante en un país y hasta en un continente por más de década y media. Sobre todo si, como en el caso de Merkel, ese liderazgo es universalmente asociado con prosperidad y eficacia.
Por otro lado, si la despedida de Merkel fue la oportunidad para sacudir las cosas de punta a punta, los alemanes no se mostraron muy interesados. El escrutinio en las elecciones parlamentarias de ese país, el domingo, dio una modesta victoria al Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), la fuerza tradicional de centroizquierda germana. Está por muy corto margen por encima de la Unión Democristiana (CDU), la organización de centroderecha que Merkel está a punto de dejar de encabezar.
En teoría, tanto el SPD como la CDU pueden comenzar las negociaciones con otros partidos para formar gobierno. Sin embargo, dado que los democristianos, aunque están de segundos, perdieron 49 escaños en el Bundestag (cámara baja del Parlamento), mientras que los socialdemócratas ganaron 53, son estos últimos los más favorecidos para avanzar.
Como sea, el voto de ayer es un nuevo espaldarazo al statu quo. Pero cambio de gobierno sigue siendo cambio de gobierno. Además, hablamos del país más rico del Viejo Continente, que de manera no oficial ha asumido una posición de conducción en la Unión Europea. Por ello, conviene revisar cuáles son las implicaciones de estos comicios.
La moderación sigue
El hombre de la noche fue Olaf Scholz, el candidato del SPD a canciller. No mucho después de que cerraran las urnas, se le podía ver celebrando junto con otros miembros de su partido, risueño y cerveza en mano.
No se trata de un advenedizo. Luego de que el SPD tuviera un resultado históricamente pobre en las elecciones de 2017, aceptó ser el socio minoritario en una coalición gobernante junto a la CDU de Merkel. Scholz desde entonces ha fungido como vicecanciller y ministro de Finanzas. Como tal, le tocó manejar un desafío sin precedentes: la crisis económica producida por la epidemia de covid-19. Experiencia en situaciones difíciles no le falta.
Scholz es considerado parte del ala moderada de un partido moderado. El tipo de líder sobrio que se inclina por construir sobre los cimientos que dejaron sus predecesores, en vez de derribar el edificio para levantar otro. No es como aquellos políticos radicales que se apoderan de organizaciones cercanas al centro, como hizo Jeremy Corvyn con los laboristas británicos. En tal sentido, cabe esperar continuidad en varias de las políticas del gobierno de Merkel, como apoyo a una UE cohesionada, colaboración con otras democracias y la preservación de un sistema económico mixto con mercado en general libre y un Estado del Bienestar relativamente generoso.
Por otro lado, hay áreas en las que el panorama es más incierto. Incógnitas que son parte del legado de Merkel. Por ejemplo, el movimiento tentativo hacia una Europa que busca su seguridad con mayor independencia de Estados Unidos, una chispa que encendió el aislacionismo de Donald Trump. O las relaciones con China. La prosperidad económica alemana en parte se debe a su extenso comercio con el gigante asiático. En la medida en que Washington, un aliado de larga data, presione a sus socios para que se unan a sus esfuerzos para contener el ascenso chino, Alemania pudiera tener que afrontar un dilema.
Y claro, no todo depende de Scholz y los socialdemócratas. Alemania es una democracia parlamentaria. El SPD no tiene una mayoría absoluta para gobernar en solitario. Tendrá que buscar alianzas. Repetir el pacto con la CDU, con la jerarquía invertida, es una posibilidad. Pero también es probable que se forme una “coalición semáforo” entre el SPD (que se identifica con el color rojo), el Partido Libre Democrático (de tendencia liberal clásica y tolda amarilla) y los Verdes (ecologistas).
Las coaliciones diversas suelen ser garantía de gobiernos que no se guían por ideologías monolíticas. Cada parte pone sus prioridades en el tapete. Con los Verdes en una alianza gubernamental, por ejemplo, Alemania pudiera adoptar medidas más rigurosas contra el cambio climático, problema ante el cual Merkel fue acusada de ser laxa.
¿Tierra yerma para extremistas?
En el siglo XX, los alemanes sufrieron en carne propia dictaduras guiadas por ambos polos del espectro ideológico. A la derecha, el Tercer Reich. A la izquierda, la República Democrática Alemana, régimen comunista que de “democrático” solo tenía el nombre. Por eso, la idea de un gobierno alemán en manos de extremistas hasta el Sol de hoy suena aterrador para el mundo entero.
Quizá para los propios alemanes también. Mientras que en otras naciones los radicales antisistema toman el poder (como Trump) o se acercan (como Marine Le Pen en Francia), Alemania insiste con tenacidad en resistir esa tentación, aunque aspirantes no falten. Extremistas hay y seguirá habiendo en el Bundestag, pero seguirán marginados.
Alternativa para Alemania (AfD), partido de ultraderecha nacionalista, conservadora y xenofóbica, habría perdido 11 curules. Esto luego de que sorprendiera con su irrupción en la legislatura en los comicios de 2017. No solo fue la primera vez que una organización de extrema derecha entró a la cámara desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, sino que además lo hizo en un nada despreciable tercer lugar. Sin embargo, cabe señalar que AfD fue este domingo la segunda fuerza más votada en el este del país. En lo que fue la Alemania Oriental comunista y donde persisten desigualdades económicas con respecto a un oeste más próspero.
En el polo opuesto, la situación es mucho peor. El partido socialista y populista “Die Linke” (“La Izquierda”) perdió 39 escaños. A duras penas habría superado el umbral de 5% del voto popular necesario para siquiera ingresar al Parlamento.
La CDU y el SPD se han alternado en el poder desde la fundación de la República Federal Alemana en 1949. Parece que la mayoría del pueblo alemán quiere que siga siendo así.