En enero pasado quedó claro que el Senado de Estados Unidos quedaría dividido entre mitades exactas de demócratas y republicanos. Entonces, el presidente electo Joe Biden supo que su agenda tendría en un escollo severo. Esa inquietud también la sintieron todos sus correligionarios en el Partido Demócrata.
Aunque cuenten con el voto extra de la vicepresidente Kamala Harris, 51 sigue siendo un número muy bajo para aprobar leyes, presupuestos y otros objetos de atención parlamentaria. Sobre todo en un entorno de creciente polarización, en el que la oposición republicana se niega a colaborar con cualquier iniciativa demócrata.
Alguien no familiarizado con las reglas del Senado pudiera asumir que los demócratas pueden sencillamente avanzar con su agenda con el voto extra de Harris. Mayoría simple. El problema es que en la cámara alta hay un dispositivo que exige mayoría calificada. Los republicanos recurren a él compulsivamente para obstruir los planes demócratas. El partido gobernante está perdiendo la paciencia por esto y estudia cambiar las reglas, lo cual pudiera tener consecuencias enormes en la política estadounidense.
Un pedrusco en el zapato
El referido dispositivo es el filibuster. Es una licencia para que cualquier senador ocupe el espacio de deliberación por un lapso indefinido. En la práctica, eso se traduce en bloquear el debate previo a un voto todo el tiempo que quiera ese senador.
Para ponerle fin y proseguir con la discusión, se necesita del voto favorable de dos terceras partes de los senadores. Eso es actualmente 60 de 100. Los demócratas necesitarían por lo menos 9 votos para saltar la amenaza republicana de bloqueo. Una amenaza que el partido de derecha ha esgrimido sin miramientos.
El principio detrás del filibuster es evitar que la mayoría gobierne sin ningún tipo de consideración hacia los intereses de las minorías. Se supone que obligue a las facciones a negociar acuerdos que satisfagan a todos. Sus críticos, por otro lado, argumentan que es antidemocrático, porque puede impedir que políticas aceptadas por la mayoría de los ciudadanos se hagan realidad.
Una de las mayores tribulaciones de Biden es que dos de sus proyectos de ley presupuestaria en el epicentro de su agenda están estancadas en el Congreso. Aunque, en un rara muestra de bipartidismo, el Senado aprobó una de ellas con el respaldo de algunos republicanos, la otra genera una oposición monolítica en ese partido. El filibuster es su recurso para mantenerla a raya.
Esta semana los demócratas volvieron a estrellarse con el mismo muro. El debate de una ley que busca facilitar el voto fue parado en seco por los republicanos, que alegan que beneficiaría políticamente a sus rivales.
Así varias de las propuestas con las que Biden ha entusiasmado a la base de su partido y a algunos votantes independientes se han quedado varadas. La consecuencia ha sido una caída drástica en la popularidad del Presidente.
¿Eliminar o reformar?
Debido a todo lo anterior, la eliminación o al menos la reforma del filibuster es una propuesta que cobra cada vez más impulso entre los demócratas. La presión para ir por esa vía viene sobre todo del ala izquierdista del partido. Pero, en la medida en que los republicanos insisten en el bloqueo, más dirigentes lo evalúan.
Por ejemplo, Angus King, un senador independiente pero en la práctica integrado a la bancada demócrata, se manifestó esta semana abierto a cambios en las reglas. Así lo indicó una nota en The New York Times, que también cita a su colega Jon Tester expresando una reconsideración similar.
Pero los demócratas en el Senado necesitarían el respaldo unánime de sus filas si quisieran acabar o transformar el filibuster. Hay al menos dos senadores que se oponen: Joe Manchin, de Virginia Occidental, y Kyrsten Sinema, de Arizona. Se les considera como los más conservadores entre los senadores demócratas, y los que más insisten en soluciones bipartidistas.
Por eso, algunas de las propuestas en la mesa no van tan lejos como la eliminación del filibuster. Una de ellas plantea mantenerlo, pero exigiendo que el senador que recurra a él deba no solo ocupar el espacio de deliberación por tiempo indefinido, sino que además hable en todo ese lapso. Así era originalmente, hasta que una reforma eximió a los “filibusteros” de la obligación de hablar.
La lógica de esta alternativa es que desalentaría el uso del filibuster. No obstante, ha habido senadores que no le han temido a peroratas interminables. En 1986, el entonces senador Al D’Amato bloqueó un debate por 23 horas y media, entre otras cosas leyendo una guía telefónica.
Los mayores entusiastas del cambio insisten en que el filibuster debe desaparecer para que el Senado sea un organismo funcional. Pero es probable que tal medida sea rechazada por demócratas moderados de base e independientes. Además, si los republicanos vuelven a ser mayoría simple en la cámara alta, pudieran aprovechar también la ausencia del filibuster para aprobar leyes que los demócratas deplorarían, en temas que van desde el aborto hasta el porte de armas. Una jugada arriesgada, a fin de cuentas.