En los años 70 y 80 del siglo pasado, pensar en dictaduras latinoamericanas era casi siempre pensar en gobiernos conservadores. El Plan Cóndor estaba en marcha y déspotas como Jorge Videla en Argentina y Augusto Pinochet en Chile gobernaban con puño de hierro.
Alejandro Armas / El Político
En el siglo XXI, la cosa es distinta. América Latina sufrió un retroceso severo en términos de democracia. La fuente en la mayoría de los casos está en movimientos de izquierda que llegan al poder. Lo han hecho en mayor o menor grado. En Ecuador, Rafael Correa gobernó de manera muy cercana a la autocracia, pero no pudo llegar a ese punto. Su legado en tal sentido fue revertido por su sucesor. En Venezuela y Nicaragua, en cambio, la pérdida de democracia es total y sin señales de recuperación en el corto plazo.
Estas dos, junto con la Cuba castrista, son los únicos Estados latinoamericanos que el Índice de Democracia de The Economist considera regímenes plenamente autoritarios. ¿Cómo pudo ocurrir este cambio de tendencia con respecto a hace medio siglo?
Lo primero que hay que decir es que Latinoamérica sí ha tenido dictaduras de izquierda antes del año 2000. El castrismo está en el poder desde 1959 y siempre fue en esencia marxista-leninista (aunque Fidel Castro lo admitió dos años después). Hay casos menos conocidos, como la dictadura de Juan Velasco en Perú (1968-1975).
Tampoco es que actualmente las únicas tendencias autocráticas vengan de la izquierda. El saliente gobierno de Juan Orlando Hernández en Honduras fue bastante arbitrario (pero está por entregar el poder a un rival electo democráticamente). En Brasil, Jair Bolsonaro no ha ocultado su desdén por la democracia, su intolerancia a la crítica y su disposición a cuestionar un resultado adverso en su intento para la reelección este año.
Pero, al hacer un balance de toda la región, queda claro que el grueso de las corrientes antidemocráticas relevantes viene de la izquierda. Poco importa si la ideología oficial está divorciada de los resultados concretos, considerando el reciente y discreto abandono de las políticas económicas cuasi estalinistas por el régimen venezolano. Porque el discurso empleado por estos movimientos para tomar el poder, y a menudo también sus prácticas, son de izquierda radical.
Pudiéramos decir que esta izquierda tuvo una suerte enorme. Llegó al poder en la primera década del siglo XXI, cuando hubo en el precio de los commodities que son las principales exportaciones de sus respectivos países. Al controlar de manera parcial o total dichos recursos naturales, los gobiernos del "socialismo del siglo XXI" pudieron lanzar programas de gasto social enorme. El caso más emblemático fue el chavismo mediante la venta de petróleo. Pero otros gobiernos ideológicamente afines se fueron por un camino similar, como el de Evo Morales en Bolivia.
Así se creó una ilusión de prosperidad generalizada. Por un tiempo pareció que la promesa socialista de redención de los pobres se hacía realidad. Los gobiernos responsables se hicieron inmensamente populares y aumentó la tolerancia a sus prácticas autoritarias.
En la década siguiente, los precios de los commodities bajaron exponencialmente. Fue una época de fuertes recesiones en América Latina. La popularidad de los gobiernos asociados con el Foro de Sao Paulo mermó. En varios de estos países hubo cambios de gobierno. Pero en Venezuela y Nicaragua, el desmontaje de las instituciones democráticas estaba lo suficientemente avanzado como para mantenerse en el poder pese al rechazo mayoritario.
Los gobiernos latinoamericanos de derecha en el siglo XXI no han tenido la misma suerte manejando recursos. Muchos, como el de de Mauricio Macri en Argentina, llegaron al poder precisamente como coletazo a la pérdida de popularidad de la izquierda en tiempos de más precariedad. Pero en muchos casos no fueron capaces de revertir la tendencia negativa. Su impopularidad resultante les hizo más difícil volverse autoritarios, si lo hubieran querido.
Otros, más tempranos, sí coincidieron con el boom de los commodities. Pero, al no contar con el control de estos bienes y al tener políticas fiscales más moderadas. Ergo, no despertaron la misma adoración que sus contemporáneos izquierdistas.