El gobierno de Gustavo Petro no para de generar soluciones creativas y de inventarse proyectos geniales, pero imposibles de ejecutar. Parece que el nuevo presidente no se ha enterado de que todo gobierno debe encajar sus actuaciones dentro de una normativa que impone límites a la creatividad.
Beatriz de Majo / El Político
Tampoco sus adláteres le han hecho ver que, antes de poner a andar y anunciar soluciones originales, es preciso haber previamente examinado la posibilidad presupuestaria de ejecutarlas.
Eso fue lo que pasó con el histórico acuerdo anunciado con gran fanfarria ante el país de un entendimiento alcanzado entre el gobierno y los ganaderos colombianos. Encaminado a repartir inmensos lotes de tierra para cumplir con el doble fin de instrumentar la reforma agraria prometida por Petro en su campaña y, al mismo tiempo, cumplir con el primer punto del acuerdo de paz con las FARC. O sea, dos pájaros de un tiro.
Tres millones de hectáreas
Ganaderos y gobierno acordaron la venta al gobierno de tres millones de hectáreas repartidas por todo el país para que el Presidente se diera el gusto de cumplir con una ancestral reivindicación campesina de poner en sus manos lotes que se encuentran en manos de terratenientes.
No pasemos por alto que hace sesenta años fue ese conflicto de clases ligado a la tenencia de la tierra el que hizo nacer el paramilitarismo y, más adelante, la criminal actividad del narcotráfico.
El propósito de Petro secundado por FEDEGAN pretendía usar esas tierras no explotadas para repartirlas entre los cultivadores de la hoja de coca.
De los 55 millones de hectáreas de tierras colombianas en manos de empresarios del campo, 3 millones les serían cedidas al gobierno a través de este poco menos que genial mecanismo.
Entusiasmo generalizado
Todos – ganaderos y funcionarios públicos en el sector del agro- quebraron lanzas con pasión y desenfreno, a favor de este original acuerdo que precedía con bombos y platillos y ponía en ambiente las negociaciones con el ELN previstas para arrancar en los primeros días de noviembre.
El entusiasmo mostrado por los tenedores de la tierra dejó boquiabiertos a los colombianos quienes no esperaban que el sector– gran detractor del petrismo de la campaña– abrazara tal causa con tanto ardor.
Ello le permitió al recién inaugurado mandatario exhibir su bandera revolucionaria triunfadora frente al país, frente a los escépticos y frente al propio gobierno estadounidense. Que tenía, a la sazón, a un alto representante de paso por Bogotá.
También este importante avance venía a reivindicar el punto 1 del acuerdo de la Habana que se había quedado sin atención durante los cuatro años del mandato de Iván Duque. Es decir, éxito revolucionario por los cuatro costados.
Todo sobre rieles, pero…
Todo andaba sobre rieles hasta que el pasado miércoles. Después de firmado el Pacto en cuestión, el responsable de las finanzas públicas les apagó los entusiasmos a todos. Cuando expresó que es imposible emitir títulos de la deuda para la compra de los tres millones de hectáreas.
El ex gobernador de Bolivar Martín Alonso Pinzón lo relata así:
“El ministro de Hacienda ha declarado que es imposible ejecutar dicha compra mediante la cuantiosa emisión de títulos de deuda pública que elevaría el ya alto nivel de endeudamiento con lo cual se rompe el marco legal de la regla fiscal.
Conducir el país a una situación de este tipo encenderá todas las luces rojas de las calificadoras de riesgo y de las entidades internacionales multilaterales, ya de por sí insatisfechas y en alerta ante los anuncios y trinos del Presidente Petro”.
Asi pues, les tocará ahora a los jerarcas del nuevo gobierno y a los ganaderos complacientes dar marcha atrás e idearse una nueva fórmula financiera si es que este pacto histórico está llamado a sobrevivir.
Mal comienzo, es preciso decirlo. Pero nada que no esté íntimamente consustanciado con la desenfadada manera revolucionaria de hacer las cosas cuando por fin prueban las mieles del poder.