El presidente brasileño Jair Bolsonaro pasó más de un año denunciando, sin pruebas, fraude en el sistema electoral de ese país. Advirtió que solo podría ser derrotado por su contrincante de izquierda, el exmandatario Luiz Inácio “Lula” da Silva, si esas supuestas fuerzas truculentas se activaban en su contra. También se negó a comprometerse a aceptar un desenlace adverso.
Por esa los comicios presidenciales del mes pasado fueron los más tensos desde el regreso de la democracia en Brasil. Luego de que Lula fue declarado ganador por escaso margen, Bolsonaro pasó dos días sin declarar al público. Finalmente, ayer dio un discurso en el que no admitió su derrota y refunfuñó por “injusticias”. Pero no cantó fraude y dijo que “se someterá a la Constitución”. Uno de sus subalternos acto seguido aseguró que habrá un cambio de gobierno ordenado.
Alejandro Armas/El Político
¿Qué hizo que el Presidente al final se abstuviera de desconocer el resultado? ¿Ya puede decirse que Brasil superó este entuerto? ¿Qué sigue, en medio de este clima polarizado? Veamos.
Más vale pájaro en mano…
Probablemente nunca sepamos si Bolsonaro realmente maniobró para intentar seguir en el poder de forma ilegítima. No se puede descartar que esa haya sido su intención. Pero, de haber sido el caso, evidentemente no consiguió el apoyo de los factores de poder necesarios para ello. Sobre todo el de las Fuerzas Armadas.
Pero es que tras conocerse el triunfo de Lula, ni siquiera sus aliados en la política activa indicaron que rechazarían el resultado. Al contrario, varios de ellos, aunque con lamentaciones, aclararon que lo aceptaban. Y es que una aventura insurreccional de éxito para nada incierto comprometía severamente el futuro político de todos. Pudieron haber juzgado que no valía la pena, dados los resultados sorprendentemente positivos para la derecha brasileña en este ciclo electoral.
El propio Bolsonaro superó ampliamente las expectativas. Durante más de un año, casi todas las encuestas le vaticinaron una derrota aplastante. Al final, perdió por muy poco margen y demostró ser un fenómeno electoral formidable.
Su carrera política no tiene por qué acabar ahora. Si evita problemas legales, pudiera jugar el mismo juego de Lula y volver a competir con éxito en las próximas elecciones. Sobre todo si el venidero gobierno termina siendo impopular. Nada descabellado, pues el apoyo a Lula fue menor al esperado.
Entre la tensión y la calma
Tan pronto se anunció la victoria de Lula, seguidores de Bolsonaro tomaron varias calles para protestar. Denunciaron “fraude” y algunos hasta pidieron la intervención de militares para evitar el ascenso del ganador. Todo esto mientras Bolsonaro guardaba silencio.
Cuando el Presidente habló, dijo que sus votantes tenían razón de estar molestos. Pero pidió que las manifestaciones fueran pacíficas y rechazó los bloqueos viales porque “son cosa de la izquierda”.
Dado que esta ha sido la única expresión significativa de rechazo al resultado, lo más probable es que las protestas cesen, aunque sea poco a poco. Sobre todo después de que el propio Bolsonaro indicó que no desconocerá la victoria de Lula.
La transición pudiera ser irregular. Quizá Bolsonaro no participe y haya escollos logísticos. Pero, a menos que el Presidente sorprenda con una nueva jugada, el peligro mayor luce anulado.
Los retos del futuro
Al quedar el electorado dividido en partes casi iguales entre Lula y Bolsonaro, Brasil queda dividido en dos partes muy antagónicas. El reto que tiene el próximo Presidente es por lo tanto inmenso.
Hubo también comicios parlamentarios y regionales, que fueron muy favorables para las fuerzas conservadoras. El partido de Bolsonaro, sin llegar a mayoría, es el que tiene más escaños en ambas cámaras del Congreso. Además, los aliados de Bolsonaro se hicieron con una docena de las gobernaciones de estados, incluyendo las de dos de los más económicamente importantes del país: Sao Paulo y Río de Janeiro.
Colectivamente, estos elementos pudieran plantarle a Lula una una oposición feroz. Para hacer realidad varios de sus proyectos, el nuevo mandatario tendrá que convencer a varios de sus adversarios en el Congreso. Nada fácil en un entorno polarizado. Y a la menor oportunidad, sus detractores parlamentarios pudieran abrirle un juicio político y destituirlo, tal como hicieron con la entonces presidente Dilma Rousseff en 2016.
Además, aunque eventualmente dejen de protestar en los próximos, los seguidores más enardecidos de Bolsonaro pueden seguir siendo una fuente de dificultades. Puede que nunca acepten la legitimidad de Lula, sobre todo si Bolsonaro insiste en no reconocer expresamente que perdió. Ello tal vez le traiga a Lula problemas de gobernabilidad en el futuro.