La semana pasada, un hombre ingresó a la residencia de Nancy Pelosi, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y dirigente demócrata. Planeaba agredirla pero, al no estar ella presente, se desquitó con su esposo octogenario. Las investigaciones apuntan a un móvil político.
Alejandro Armas/El Político
Este incidente es el más reciente en una oleada de violencia política que va de la mano de la polarización entre demócratas y republicanos. Los días en torno a elecciones importantes se han vuelto época de especial tensión. La próxima semana habrá comicios al Congreso y varias gobernaciones estadales. El punto más grave, hasta ahora, fue la secuela de las presidenciales de 2020, con el asalto al Congreso.
Algunos comentaristas, lamentando esta faceta, comparan a Estados Unidos con los países latinoamericanos, en general más políticamente violentos e inestables. Pero varias naciones de la región han logrado superar su polarización electoral sin mayores traumas. Veamos.
Menos radicales que Trump
La polarización que padece Estados Unidos hoy no es un fenómeno para nada exclusivo. Se está dando en distintos países alrededor del globo, poniendo a prueba sus respectivas democracias. América Latina no es excepción.
En un año hubo elecciones sumamente polarizadas en Chile y Brasil. En ambos casos hubo un candidato de derecha al que se le comparó con el expresidente estadounidense Donald Trump, por su populismo y discurso incendiario. Se trata respectivamente de José Antonio Kast y Jair Bolsonaro. Este último, de paso, al igual que Trump disponía del poder de la jefatura de Estado al momento de la elección polarizada.
Pero en ambos casos, el desenlace fue mucho menos traumático que en el norte. Kast no desafió la legitimidad del sistema electoral y aceptó de inmediato su derrota. Bolsonaro sí pasó largo tiempo, antes de los comicios, haciendo denuncias infundadas de fraude. Pero finalmente no hizo ningún intento por revertir el resultado, ni de seguir en el poder en contra de la voluntad ciudadana.
Trump, en cambio, hizo varias maniobras para desconocer la victoria de su contrincante y no dejar la Casa Blanca. Dos años después insiste en que su derrota fue ilegítima. Estos señalamientos, pese a la falta de evidencia, han mantenido en un punto álgido la tensión política en Estados Unidos, una de las razones detrás de la referida violencia.
¿Qué falla?
Aunque los hechos en Chile y, sobre todo, Brasil hablan muy bien de las instituciones de esos países, no quiere decir que las de Estados Unidos ahora se hayan vuelto terriblemente deficientes. De hecho, fueron esas instituciones las que evitaron que Trump se mantuviera ilegítimamente en el poder.
El contraste más bien radica en la sociedad civil. En la ciudadanía estadounidense se ha introducido una animosidad política tan fuerte, que no tiene igual en algunos países donde la violencia política ha sido más frecuente y destructiva. Después de todo, Trump no encontró apoyo a sus trapisondas en las cortes o las Fuerzas Armadas, sino en un sector significativo de la ciudadanía común.
Esta vocación violenta no es un fenómeno exclusivo de la derecha. En 2017, por ejemplo, un activista de izquierda hirió de bala al congresista republicano Steve Sacalise. Sin embargo, han sido elementos conservadores los que han ido más lejos.
La hipotética victoria del Partido Republicano en una o ambas cámaras del Congreso la próxima semana podría ser el punto de partida para más confrontaciones con el gobierno de Joe Biden… Y más polarización.