El expresidente Hugo Chávez siempre matuvo una actitud de irrespeto con la Iglesia Católica. Muchos fueron los desencuentros con el clero venezolano, inclusive con prelados ligados a la jerarquía de El Vaticano; entre ellos el papa Benedicto XVI.
El Político
A partir del 2002, los enfrentamientos aumentaron con los obispos miembros de la Comisión Episcopal Venezolana (CEV), que llegaron a que partidarios intentaran profanar la Catedral de Caracas y las maldiciones y reclamos que profirió contra el arzobispo Ignacio Velazco, a horas de su muerte.
La pelea con Benedicto XVI
Era el año 2010, y durante un acto del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), Chávez vocifereó sus improperios contra el pontífice alemán.
"Con todo respeto al Estado del Vaticano y al jefe de Estado que es el papa, que no es un ningún embajador de Cristo en la tierra como ellos dicen, por el amor de Dios. ¿Qué cosa es esa embajador de Cristo? Cristo no necesita embajador, Cristo está en el pueblo y en los que luchamos en la justicia y la liberación de los humildes", dijo durante un discurso.
Nunca estuvo claro el porqué del ataque al Santo Padre, quien tres años antes, en el 2007, ya había sido vilipendidado por Chávez cuando Ratzinger negara que la Iglesia católica alienó a las culturas indígenas durante la conquista de los imperios español y portugués a América.
"Aquí ocurrió algo mucho más grave que el holocausto en la Segunda Guerra Mundial y nadie puede negar a nosotros esa verdad (…), ni su Santidad puede venir aquí, a nuestra propia tierra, a negar el holocausto aborigen", afirmó Chávez en una de sus interminables cadenas de radio y televisión nacional ese 2007.
En ese mensaje insistió en exigirle unas disculpas al obispo de Roma, que durante su pontificado estuvo solo en Brasil, México y Cuba.
"Yo le ruego a su Santidad que ofrezca disculpas a los pueblos de nuestra América".
En el año 2006, el Papa recibió en Roma a Chávez, a quien le planteó su preocupación por su continuo enfrentamiento con los obispos venezolanos y le expresó la necesidad de independencia para que el Vaticano nombrara a los prelados en el territorio nacional.