El domingo pasado, Juan Guaidó, otrora presidente del llamado “gobierno interino” de Venezuela, alertó que el régimen de Nicolás Maduro podía ponerlo pronto bajo arresto. Explicó que el argumento para su captura sería el “caso Monómeros”: una trama de corruptelas vinculadas con activos venezolanos en Colombia que el gobierno interino controló por unos años.
Alejandro Armas/El Político
Su mensaje se produce días después de que varios cabecillas chavistas vaticinaran que Gauidó efectivamente sería detenido, incluyendo al propio Maduro y a Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional alineada con el gobierno.
No es la primera vez que se producen amenazas de este tipo contra Guaidó. Han sido recurrentes desde la aparición del gobierno interino en 2019. Pero ahora el propio dirigente opositor las da por serias. Además, ocurren en el contexto de una cadena de arrestos a funcionarios públicos acusados de corrupción. De manera que el gobierno pudiera asociar la hipotética aprehensión de Guaidó con dicha campaña.
Si Guaidó realmente es arrestado, sería un golpe durísimo a cualquier intento de negociación política en Venezuela. Veamos.
Tras años de espera…
Cabe preguntarse por qué, si en su momento el chavismo vio en Guaidó a su enemigo número uno, nunca lo puso en prisión. Lo más probable es que, en los primeros meses del “interinato”, se abstuviera por temor a la reacción de Estados Unidos, el más poderoso aliado de la oposición venezolana. En Washington, el mantra sobre Venezuela era “todas las opciones están sobre la mesa”, dando a entender que hasta una intervención directa se podía concretar.
Con el paso del tiempo, se volvió evidente que esto era una fanfarronada. No había intención genuina en Estados Unidos de hacer lo que sea para castigar al chavismo. Aun así, Guaidó permaneció en libertad. Puede que el régimen haya preferido dejar que su liderazgo se desinfle por el incumplimiento de sus propias promesas de cambio de gobierno en Venezuela.
Eso ya ocurrió. Guaidó, quien en 2019 alcanzó una popularidad altísima entre venezolanos, ahora es apenas otro dirigente opositor más visto con desconfianza y decepción por el grueso de la población.
Puede que entonces haya llegado el momento cuando el gobierno se sienta lo suficientemente estable como para finalmente tomar represalias contra quien por un momento le causó mucho malestar. Ello sería otro indicio más de que el chavismo considera que puede proseguir con sus prácticas autoritarias sin pagar un costo peligrosamente alto.
El afán de no ceder
No se puede omitir que la alerta de Guaidó sucede mientras se mantiene en limbo el último intento de diálogo entre chavismo y oposición para poner fin a la debacle política venezolana. Las negociaciones se han estancado porque el régimen exige que cesen las sanciones internacionales que pesan sobre él antes de suscribir acuerdos políticos. Es decir, le pide a la oposición que deponga el único mecanismo de presión, para obtener concesiones de su interlocutor, con el que cuenta actualmente… A cambio de una promesa.
Desde luego, esto requeriría confianza en la “buena voluntad” del chavismo. Cosa difícil, por su conducta sistemáticamente arbitraria en el pasado. Entonces, para generar confianza, el gobierno podría tener gestos con la oposición que apunten hacia una vocación de mayor tolerancia.
El arresto a Guaidó, de darse, iría en la vía contraria. Agriaría aún más las relaciones entre chavismo y oposición, reduciendo así la posibilidad de un acuerdo negociado en pro del país en el corto o mediano plazo.
También sería la primera persecución de un candidato a la presidencia en las elecciones de 2024. Tras la disolución del gobierno interino, Guaidó se erigió como nominado de Voluntad Popular, uno de los mayores partidos opositores. Al ponerlo tras las rejas, el régimen daría a entender que poco le importa que estos comicios, al igual que sus predecesores de 2018, sean vistos como injustos y amañados por el mundo.