La ola de descontento social que empezó a gestarse hace unos años ha ganado fuerza durante 2016 en distintas regiones del África Subsahariana, donde los jóvenes se sienten estafados por regímenes autoritarios de líderes que una vez lucharon por liberar a sus países.
Las calles de Sudáfrica han sido tomadas este año por estudiantes enfadados con un Gobierno que no garantiza la educación a todas las clases sociales, por ciudadanos hartos de la corrupción que acosa a la administración de su presidente, Jacob Zuma, actual líder del partido que terminó, precisamente, con el apartheid.
"La desafección popular con el Congreso Nacional Africano (en el poder en Sudáfrica desde el final del sistema supremacista) está vinculada a un sentimiento de sectores hartos de los regímenes corruptos", sostiene el Instituto para Estudios de Seguridad (ISS, en inglés).
La frustración con el autoritarismo, la falta de transparencia y de ambición para mejorar la vida del pueblo obró el cambio en 2014 en Burkina Faso, que todavía hoy sigue inspirando a los movimientos populares que cruzan el continente, con éxito irregular y diferentes motivaciones.
En el sur, algunos de quienes un día fueron héroes contra la opresión colonial se han convertido en ancianos presidentes que se niegan a ceder el puesto y violan a diario los derechos de sus ciudadanos.
Robert Mugabe, el nonagenario presidente de Zimbabue, se convirtió en un héroe africano tras favorecer la reconciliación al final de la guerra civil de su país.
Tres décadas después, no solo ostenta el honor de ser el mandatario más anciano del mundo, sino el de haber sumido al antiguo granero de África en un abismo económico e institucional que ha desatado una violenta respuesta social sin precedentes.
En los vecinos Angola y Mozambique, las fuerzas que en su día encabezaron movimientos de liberación (el Movimiento Popular de Liberación de Angola y el Frente de Liberación de Mozambique) se han convertido en aparatos represores de oposición y ciudadanos.
"Los jóvenes están acusando a aquellos que han estado en el poder desde la independencia de amasar riqueza a través de la corrupción y de no hacer nada para aliviar la pobreza", enfatiza el ISS.
El origen de este sentimiento tiene una explicación simple para el director para África del observatorio británico Chatham House, Alex Vines: los votantes jóvenes han crecido ajenos a los días del colonialismo, pero sufren a diario el desempleo y la desigualdad.
"Han sido incapaces de crean empleo y oportunidades y expandir la riqueza, con lo que las desigualdades han aumentado y los jerarcas del partido se han hecho muy ricos", dijo Vines en Pretoria.
Más al norte, la falta de elecciones libres y justas están alimentando las protestas: Uganda, Burundi, la República Democrática del Congo y Etiopía han vivido este año violentos movimientos de contestación a sus líderes, que se resisten a dejar el cargo en contra de la ley.
Este verano, el atleta Feyisa Lelisa cruzó los brazos en el aire al terminar la carrera que le valió la plata en la maratón de los Juegos de Río: un gesto que denunciaba la represión del Gobierno etíope contra los oromo durante la mayor ola de protestas que se recuerda en el país.
Los oromo, como el resto de jóvenes que se han jugado la vida en otros países africanos, no reclaman solo más democracia, debilitada por la falta de arraigo de la tradición electoral y el neopatrimonialismo, sino sobre toda una "vida mejor".
"Estamos determinados a impulsar una solidaridad y unidad de los pueblos de África para construir el futuro que queremos: el derecho a la paz, la inclusión social y la prosperidad compartida", advierte la denominada "Declaración del Kilimanjaro", adoptada en una cumbre extraordinaria el pasado agosto en Arusha.
En aquella reunión, grupos de la sociedad civil, religiosos, sindicatos, mujeres, jóvenes y parlamentarios tomaron la decisión de "construir un movimiento panafricano que reconozca los derechos y libertades de nuestro pueblo".
Un movimiento que, de nuevo, vuelva a cruzar el continente para liberarlos ya no del yugo colonial, sino de sus nuevos opresores: dirigentes que, en la mayoría de los casos, ni siquiera han podido elegir.
Con información de EFE