"América para los americanos", fue pieza fundamental de la política exterior de Estados Unidos en relación a Latinoamérica desde que el presidente James Monroe la anunció en 1823 cuando su país no tenía, ni la fuerza ni los medios para implementarla frente a los poderes imperiales de la época.
Hoy, sin embargo, la nación norteña convertida en la primera potencia mundial pareciera no estar interesada en aplicarla ante la creciente presencia e influencia de la Rusia de Putin en Venezuela. En efecto, 50 años después de la crisis de los misiles, Rusia ha regresado a buscar su lugar en las Américas. Ya no es solo Cuba su centro de interés. Ahora lo es Venezuela convertida desde Hugo Chávez en su aliado estratégico con sus extraordinarias riquezas mineras y petroleras, y en especial por su ubicación geográfica cercana a Estados Unidos, y además está subordinada a la tutoría político y militar de Cuba. Su antigua aliada.
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— El Político (@elpoliticonews) November 6, 2017
Veamos: Rusia no solo ejerce poder en la actividad petrolera en Venezuela, sino incluso en las operaciones de la empresa refinadora del Estado Venezolano CITGO en Estados Unidos, la cual procesa el 4% de la refinación de ese país. Lo logra adquiriendo por medio de su empresa petrolera Rosneft el 49,9% de la compañía. Si bien es cierto que esta nueva realidad ha despertado preocupaciones en el Congreso de Estados Unidos, lo que parece pasar desapercibido es que el desafío ruso a la doctrina Monroe, no es solo en el control petrolero de Venezuela, lo cual comparte con China, el mayor acreedor de Venezuela. El mayor y más peligroso desafío es el apertrechamiento bélico sofisticado a un verdadero y reconocido narcoestado como es el caso actual de Venezuela.
Putin, conociendo la naturaleza criminal y delictiva del régimen iniciado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro, es sin duda, cómplice de un régimen que por sus características representa un inminente y real peligro para la paz y la seguridad internacional. A pesar de esta realidad, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cúpula política del mundo y precisamente encargada por su acta de esta responsabilidad, está secuestrado por dos de sus miembros permanentes: China y Rusia que vetarían incluso incluir el tema en su agenda. El propio secretario general de la ONU, de acuerdo con el artículo 99 de la Carta de la ONU, podría llamar la atención del Consejo de Seguridad sobre el caso de Venezuela, sin embargo solo dos de sus predecesores se han atrevido a invocar este artículo: Hammarskjold y Waldheim.
Esta realidad hace poco viable que Naciones Unidas atienda con la urgencia que demanda que uno de sus países miembros se haya convertido ante los ojos del mundo en un narcoestado, hasta el punto de que el vicepresidente de Venezuela, Tarek el-Aisami, ha sido indiciado por la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos como un importante narcotraficante y lavador de dinero. Un hijo adoptivo y un sobrino de Nicolás Maduro están siendo procesados en un tribunal de Nueva York por narcotráfico. Un número importante de generales han sido incluidos en la lista Clinton de narcotraficantes.
Siendo esta la realidad de la tragedia venezolana, solo la aplicación de la doctrina Monroe, asociada al grupo de países de la región más importantes, llamado el Grupo de Lima puede intentar un desalojo del régimen que tiene secuestrada a Venezuela pero que representa un gravísimo peligro para todas las Américas.
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