El 1 de octubre es un fecha importante en Beijing. Marca la fundación de la República Popular China por Mao Zedong, luego de años de guerra civil. Para esta ocasión, el régimen del Partido Comunista Chino decidió celebrarlo con un despliegue de poder. Decenas y decenas de jets de combate fueron enviados a sobrevolar las cercanías de Taiwán, la isla donde funciona en paralelo un gobierno democrático chino y que la China continental reclama para así.
Alejandro Armas / El Político
Esta acción audaz, sin precedentes en larga historia de tensiones entre China continental y Taiwán, no pasó bajo el radar de Washington. Según recogió The New York Times, el gobierno norteamericano reaccionó advirtiendo que “la actividad militar provocadora [de Beijing] debilita la paz y la estabilidad regionales”.
Todo ocurre en medio del peor enfriamiento de las relaciones entre China y Estados Unidos en cincuenta años.El gobierno de Joe Biden ha mantenido los reclamos comerciales de su predecesor contra China.
La necesidad de plantarle cara, con presión internacional e innovación tecnológica, al ascenso de Beijing como gran potencia es de las pocas cosas en las que demócratas y republicanos coinciden. Y la creciente reafirmación agresiva de la influencia china en el Pacífico tiene a la Casa Blanca y al Pentágono inquietos.
La situación en torno a Taiwán pudiera ser la próxima escalada en esta nueva Guerra Fría.
¿Por qué Taiwán?
Regímenes autoritarios como China a menudo se valen de objetivos grandiosos para justificar la supresión de libertades civiles. En su propaganda, se identifican como ejecutores de una especie de misión sagrada en pro de sus pueblos o de la humanidad entera.
Para cumplir con la misión, tienen que enfrentar a un enemigo interno o externo en una situación de guerra o casi de guerra. Y como en toda situación amenazante, se pretende que los ciudadanos pongan de su parte tolerando restricciones de todo tipo.
Las ideologías radicales son fuentes frecuentes de estas narrativas belicosas. En las primeras tres décadas de la República Popular China, Mao recurrió al socialismo más recalcitrante. Así, la lucha por alcanzar una sociedad comunista, derrotando para ello a enemigos internos “contrarrevolucionarios”, fue el pretexto para la dictadura de Mao.
Pero, a pesar de que la clase gobernante se sigue llamando “Partido Comunista Chino”, en realidad abandonó poco a poco el marxismo como ideología oficial tras la muerte de Mao.
En vista de ello, Xi Jinping, el ambicioso Presidente de China actual, ha preferido una narrativa enfocada en el nacionalismo. En consolidar a China como gran potencia con amplia influencia mundial y a la que nadie puede decirle qué hacer.
De Formosa a Taiwán
Esa sería la reversión definitiva de las humillaciones cuasi coloniales que las potencias occidentales y Japón impusieron a China en el siglo XIX y la primera mitad del XX. Una de ellas fue la Guerra Sino-Japonesa de 1894-1895, en la que China fue derrotada y tuvo que hacer concesiones territoriales al vencedor, incluyendo la isla de Formosa, hoy llamada Taiwán.
Japón la gobernó como parte de su imperio hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Volvió entonces a manos chinas, pero de una China envuelta en conflicto civil entre los comunistas de Mao y los conservadores de Chiang Kai-shek.
Los primeros ganaron, pero los conservadores huyeron a Taiwán y establecieron allí un gobierno propio. El ejecutivo taiwanés actual es su heredero.
La existencia de un Taiwán independiente desde entonces ha dependido en buena medida de la disposición de Estados Unidos a defenderlo.
Por décadas, Beijing no contó con el poderío militar para siquiera soñar con recuperar la isla por la fuerza. Hoy pudiera ser distinto.
En el discurso oficial, la autonomía taiwanesa no es más que un remanente de los atropellos extranjeros de antaño en territorio chino. Por lo tanto, cumplir el gran propósito nacionalista exige que Taiwán sea integrado a la República Popular.
¿Y qué hará Washington con el tema de Taiwán?
Pocos especialistas ven que, en el corto plazo, China continental de el paso definitiva y tome Taiwán mano militari. Ello llevaría cuanto menos a una desconexión severa o total de las economías de Estados Unidos y China, las dos más grandes del mundo. Las repercusiones para la industria, el comercio y las finanzas serían globales.
Pero un Xi, que se ha planteado ser el líder más poderoso de China desde Mao, podría actuar de forma impulsiva si su prestigio sufre un golpe importante.
Casualmente, justo ahora la economía china está pasando por un entuerto debido a la deuda crítica del gigante inmobiliario Evergrande. Algunos expertos han señalado que, de salirse de control, este problema sería similar a la quiebra del banco Lehman Brothers en Nueva York en 2008.
En un contexto así de grave, es mucho más difícil predecir qué decidirá Xi.
Podría estar tentado a seguir el ejemplo de su colega dictador, Vladimir Putin de Rusia. En 2014, con la economía rusa atravesando dificultades y el descontento en alza, Putin se arriesgó con una acción extraordinariamente agresiva: arrebatar militarmente la Península de Crimea a Ucrania.
Washington y otras democracias protestaron con estridencia. Hubo sanciones contra Moscú. Pero la popularidad de Putin entre sus connacionales se recuperó. Y, siete años después, Crimea sigue en manos rusas.
¿"Policía del Mundo"?
Así que cualquier intento continental de apoderarse de Taiwán se volvería de inmediato el mayor reto en política exterior del gobierno de Biden. Pondría al Presidente en un dilema incómodo.
Luego de los desastres en Afganistán e Irak, el apoyo a las intervenciones militares y al papel de Estados Unidos como “policía del mundo” ha mermado considerablemente entre ciudadanos norteamericanos.
Biden ya tiene muchos problemas en su país y su popularidad podría bajar aún más por meterse en un conflicto que muchos estadounidenses quizá vean como problema únicamente de los chinos.
Pero, por otro lado, no frenar una hipotética ocupación de Taiwán sería un golpe durísimo a la reputación de Estados Unidos como “líder del mundo libre”.
Un mensaje a las dictaduras fuertes de que pueden tragarse democracias más débiles sin que nadie las pare. Los regímenes autoritarios del planeta entero se sentirían menos alentados a tomar en serio las advertencias de EE.UU.
Aunque un conflicto armado en Taiwán siga siendo improbable por ahora, es comprensible que el escenario genere angustias fuertes en Washington. El director de la CIA, William Burns, por ejemplo, anunció la semana pasada la creación de una división en la agencia, dedicada solo al monitoreo de Beijing.
Sin duda, Taiwán estará entre sus focos.