La senda del mercado petrolero mundial en lo que va de año sigue una secuencia de dos cifras de doble dígito, 20-25: 20% de caída en el consumo global de crudo por el coronavirus; 25 dólares por barril de brent, mínimos de casi dos décadas espoleados por un grave desequilibrio entre oferta y demanda.
El Político
Hoy, dicho de otra forma, el mundo no tiene los depósitos suficientes para almacenar todo lo que se produce y no se consume.
El quebradero de cabeza empezó a principios de año, con el hundimiento en el consumo de China—el mayor importador mundial de crudo— por la pandemia de coronavirus; siguió a mediados de marzo con la guerra de precios desatada entre Arabia Saudí y Rusia, en la que Riad —primer exportador y segundo productor mundial—; y tiene pocos visos de terminar pronto, con una demanda global en caída libre por los confinamientos masivos en Occidente.
El cóctel ya está haciendo mella, y de qué manera, a la América petrolera: de Alberta (la zona cero de la industria petrolera canadiense) a Vaca Muerta (Argentina) pasando por la cuenca Pérmica (una región estadounidense que se ha convertido por méritos propios en la capital mundial del fracking) o el Estado mexicano de Campeche.
La brújula de la industria petrolera se ha desimantado en tiempo récord: marzo fue el peor mes para la cotización del crudo desde aquel octubre de 2008 en el que la quiebra de Lehman Brothers acababa de proyectar una imagen de declive sobre la economía mundial; y el primer trimestre de este año, el peor de siempre para el brent.
De norte a sur del continente, este declive acelerado ya está haciendo estragos en Canadá, el sexto productor global y el tercer país con más reservas, que a los actuales niveles de cotización ya tiene algo más de la mitad de sus bombeos generando pérdidas en términos reales, según los datos compartidos por la firma de análisis Wood McKenzie.
También a EE UU, donde aunque la gran mayoría de su producción sigue siendo rentable, los niveles actuales están abriendo el dilema de la producción a pérdidas en no pocas firmas de fracking.
Pero la situación es, como destaca Daniel Kerner, de la consultora Eurasia, mucho peor al sur del río Bravo. “América Latina, a diferencia de en [la crisis financiera de] 2008, está peor posicionada para hacer frente a un choque económico de este tipo”, apunta en un monográfico para clientes.
Es un choque doble: con la actividad interna (consumo, inversión) parada por los confinamientos, más o menos estrictos en función del país, el virus ha hundido el precio del petróleo y del resto de materias primas y frenado en seco una partida clave para el crecimiento del bloque: las exportaciones de productos básicos.
Rusia y, sobre todo, Arabia Saudí, con sendos costes medios de producción de cuatro y diez dólares por barril, respectivamente, pueden permitirse el lujo de extender su guerra de precios algo más en el tiempo, aun a costa de estrechar (y mucho) sus márgenes de beneficio unitario.
Latinoamérica no, por dos motivos: tiene costes de producción superiores y el declive de precio está siendo “aún más profundo en los crudos pesados”, añade Alfonso Blanco, jefe de la Organización Latinoamericana de Energía (Olade), el nicho en el que se concentra el grueso de los bombeos regionales.
Según la información recabada por la Olade, el coste operativo medio de producción en la región oscila entre los siete y 19 dólares por barril, con un valor promedio del entorno a los 14 dólares por barril. “Sin embargo, como explica Blanco, estas cifras no contemplan "ni los costes financieros, de transporte, indirectos, los impuestos o las regalías, lo cual implica una ecuación completamente diferente”.
En otras palabras: una fracción importante y creciente de la región ya se está viendo abocada a vender a pérdidas, como explica por teléfono Lisa Viscidi, directora de Energía, Cambio Climático e Industrias Extractivas del think tank Inter-American Dialogue. Una acción antieconómica con una única justificación posible: la necesidad de flujo de caja a corto plazo y los costes que conllevaría cerrar o aminorar la producción de un pozo petrolero.
El país en mayor riesgo en este entorno de precios es Venezuela, el país con las mayores reservas probadas del planeta, que también es, por mucho, la nación latinoamericana más dependiente de las exportaciones petroleras. Con el barril a 30 dólares —y estamos ya notablemente por debajo de esa barrera—, Caracas ve cómo las exportaciones netas de hidrocarburos —en la práctica, su única fuente de ingresos— se desploman más de un 13%, según los datos de un análisis del consultor Mauricio Medinaceli que la Olade publicará próximamente.
Venezuela es el país que más necesita los ingresos petroleros y, también, el que mayores costes asociados tiene: una combinación muy difícil de gestionar con el crudo bajo mínimos.
Fuente: Elpais