Como si lo hubiera presentido, el miércoles por la mañana el jefe de Scotland Yard, Bernard Hogan-Howe, anunció que aumentaría la presencia policial en la capital británica en reacción a los recientes ataques en Alemania y Francia.
Por la noche llegó la noticia que desató la alarma: un noruego de 19 años de origen somalí apuñaló a varias personas en Russel Square, en Londres. Pocos minutos después de la primera llamada de emergencia, los policías llegaron al lugar y redujeron al hombre. Sin embargo, para una mujer estadounidense que se encontraba en el lugar la ayuda llegó demasiado tarde: murió allí. Otras cinco personas resultaron heridas.
Si bien un día después la policía descartaba que se haya tratado de un atentado terrorista, el caso parece confirmar los peores temores de los británicos: ataques como el de Ruan, en Francia, o los de Wurzburgo o Ansbach, en Alemania, podrían repetirse en el Reino Unido. En vista de la reciente acumulación de estos actos de violencia extrema, nadie creía posible que la ciudad sobre el Támesis pudiera salir ilesa.
A fines de la semana pasada, el jefe policial de Londres Hogan-Howe se dirigió a la población con una carta abierta en la que afirmaba que la pregunta no era si, sino cuándo se produciría un ataque, y llamaba a los británicos a cooperar con las autoridades de seguridad.
El caso también intranquiliza a los británicos porque saben que la línea divisoria entre los atentados terroristas y este tipo de ataques es cada vez más difusa.
En una columna para el diario londinense “Evening Standard” publicada hoy pocas horas después del ataque, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, escribió: “Como hemos visto en anteriores atentados en todo el mundo, detrás de los ataques contra víctimas inocentes puede haber una compleja mezcla de detonantes”.
Apenas en diciembre del año pasado, un hombre con problemas psíquicos intentó decapitar a un peatón en una estación del metro de Londres. El atentado sólo se vio frustrado porque se desprendió la hoja de su cuchilla. El hombre justificó el ataque diciendo que quería vengar a sus “hermanos en Siria”, en referencia al contingente militar británico que combate a la milicia terrorista Estado Islámico (EI) y que había sido prolongado por el Parlamento en Londres pocos días antes.
Los atacantes de Lee Rigby, en cambio, no tenían ningún problema psíquico. El soldado británico de 25 años fue arrollado en mayo de 2013 con un auto frente a su cuartel en el barrio londinense de Woolwich y asesinado luego con cuchillos, uno de ellos de carnicero. Los atacantes también afirmaron querer vengar a los musulmanes que decían estaban siendo asesinados por el Ejército británico.
Mucho antes se habían registrado los devastadores atentados de 2005. En ese entonces explotaron al mismo tiempo cuatro bombas en metros y en un autobús en Londres. Un total de 56 personas murieron y más de 700 resultaron heridas.
Las esperanzas de que no se vuelva a repetir un atentado de gran magnitud descansan en los servicios secretos, la policía y el hecho de que los terroristas pueden ingresar desde el exterior con menos facilidad en el Reino Unido que en Alemania, Francia o Bélgica. Pero eso no es ninguna garantía, y los británicos lo saben.