En abril del 2023, el FBI arrestó a dos ciudadanos chinos en la ciudad de Nueva York, tras determinar que ambos formaban parte de una estación clandestina que el régimen comunista de China había instalado en la Gran Manzana para realizar operaciones de inteligencia en el corazón de los Estados Unidos. Si bien la noticia resultó sorprendente, al percatarnos de lo lejos que está dispuesta a llegar China en su carrera contra el hegemón americano, lo sórdidamente escalofriante fue el detalle revelado por el FBI sobre el objetivo principal de dicha estación: vigilar e intimidar a la diáspora china en esta ciudad, perseguir y amedrentar a los disidentes que se atrevan a formar parte de ese valiente activismo encargado de denunciar las atrocidades cometidas por una dictadura que calla y aplasta.
Lejos de tratarse de un caso aislado, autoridades y periodistas de diferentes partes del mundo han venido informando a lo largo de los últimos años que el régimen de Xi Jinping ha instalado más de 100 estaciones clandestinas a lo largo y ancho del mapa geopolítico con estos mismos fines. Semejante realidad, semejante proclividad por reprimir a la disidencia dentro y fuera de sus fronteras, representa una vorágine de miedo y espionaje que esconde una contradicción tan peligrosa como insólita: el hecho de que todo esto es ampliamente conocido y a la vez ignorado por propios y extraños.
Durante las últimas décadas, se ha evidenciado cómo el régimen chino ha reprimido a miles de disidentes en el exterior mediante el uso de tácticas sofisticadas cuyo máximo objetivo es silenciar las críticas al Partido Comunista Chino (PCC) y al régimen. Dichas tácticas consisten en una combinación de intimidación física, vigilancia digital, coerción familiar, y la manipulación de los sistemas legales internacionales para controlar tanto a la disidencia, como a los activistas prodemocracia, defensores de los Derechos Humanos y minorías étnicas.
Describir cada uno de estos métodos de represión transnacional no es solo el determinar el modus operandi de una dictadura, o adentrarse en las entrañas de una bestia. Es también el darle nombre y rostro a quienes han caído en sus garras, y palpar de la forma más cruda cómo la exposición de la verdad es el mayor horror de un régimen.
Y cómo este régimen se ha visto dispuesto a ejercer el horror para evitar que esto ocurra.
Vigilancia Digital
A lo largo de estos últimos años, varias investigaciones han revelado cómo la vigilancia digital y los ciberataques representan la táctica más usada por el PCC hoy en día, al usar tecnología avanzada para ejecutar labores de ciberespionaje y así rastrear a los disidentes que más consideran peligrosos en diferentes plataformas y redes sociales como Zoom, WeChat, e incluso X. Una de las mayores muestras de este accionar se pudo ver con claridad en el 2024, cuando documentos internos de la empresa I-Soon, filtrados y diseminados en la web, revelaron no solo la forma en que sus hackers atacaban y pirateaban a gobiernos extranjeros, sino también a figuras destacadas de la diáspora china. En dichos documentos, se revelaron también numerosas herramientas de hackeo que el régimen de Xi usa para espiar a críticos en el exterior y monitorear redes sociales, siendo miles de estudiantes chinos en universidades de Europa y Norteamérica buena parte de las víctimas de estas operaciones en el 2023.
Durante el mismo tiempo en que dichos documentos se filtraron, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos (DOJ) acusó a siete hackers chinos de atacar tanto a funcionarios como a periodistas internacionales y a disidentes chinos durante 14 años, afectando a miles con correos maliciosos. La agencia señaló que el esfuerzo de piratería fue tan enorme que durante el año 2018 los hackers enviaron más de 10.000 de estos correos en tan solo un par de meses, añadiendo que el grupo formaba parte de un programa de espionaje informático del Departamento de Seguridad Estatal de Hubei, el cual es dependiente del Ministerio de Seguridad del Estado del régimen comunista.