El sábado, apenas 12 horas después del festín de banderas, desfiles y afirmaciones patrióticas del desfile inaugural, comienzan en Río de Janeiro (Brasil) los 28º Juegos Olímpicos de la era moderna, la gran fiesta universal del deporte, el festejo de miles de deportistas de todos los países del mundo, que entran, durante 17 días en un estado febril de excepción que solo se repite cada cuatro años, y los aficionados con ellos. Aunque esto se conocía desde hace siete años, las fechas, las horas, los detalles, lo que significa unos Juegos Olímpicos, es necesario escribirlo, porque en Río los deportistas parecen secundarios. Hasta ahora.
El Ejército vigila una calles y autopistas hasta los topes de coches atascados guiados por conductores estoicos que observan con envidia la llamada faixa, el carril reservado para la familia olímpica, aparentemente vacío y rápido, pero igualmente lento y saturado; los periodistas y los turistas con sentido de la aventura se atreven a callejear por favelas y a perderse, para bajar después a la superficie normal cantando que no hay peligro, que los cariocas son encantadores y les han ayudado; los dirigentes del deporte mundial hablan de doping y critican y temen atascos, retrasos, estadios vacíos y las peticiones de préstamos del comité organizador, que no encuentra líquido para cubrir unos gastos de funcionamiento, una cuenta diferente a la de la construcción de las instalaciones, que se avecinan a los 2.300 millones de dólares; la población, los 12 millones de habitantes de la macrociudad, pasean ajenos por unas calles en las que el color olímpico, carteles, anuncios, referencias, es prácticamente tan inexistente como los mosquitos del Zika, a los que no se ve por ninguna parte y que, seis meses después de que la Organización Mundial de la Salud decretara la emergencia sanitarias parecen, con el recuerdo, solo los protagonistas de una campaña de ventas de repelentes que todo el mundo compró y nadie usa.
El metro olímpico circula casi vacío, en el sambódromo han puesto un cartel pidiendo silencio porque allí lanzarán sus flechas arqueros extraordinarios y los deportistas esperan ocultos, impacientes, su hora en sus apartamentos de la Villa Olímpica, donde se cruzan y saludan camino del comedor o de la parada del autobús que tardará horas en llevarlos a sus instalaciones para entrenarse.
El mundo y las grandes compañías y agencias de marketing esperan, como en Pekín 2008, como en Londres 2012, que Michael Phelps y Usain Bolt, las figuras de dos de los deportes más olímpicos, natación y atletismo, los que nacieron competitivamente con los Juegos y deben a ellos su auge y sus leyendas, continúen acumulando triunfos. Pero, y la novedad merece subrayarse por extraordinaria, a los dos gigantes se les deberá añadir obligatoriamente la figura increíble de Simone Biles, la norteamericana que devolverá a la gimnasia al lugar que merece, el estrellato olímpico.
El mundo espera que Michael Phelps y Usain Bolt, las figuras de dos de los deportes más olímpicos, natación y atletismo, continúen acumulando triunfos.
Del eterno Michael Phelps se cree que sumará al menos tres oros más a los 18 que ya ha conseguido entre Atenas 2004, Pekín y Londres, y que se apuntará con el discóbolo Al Oerter y al velocista y saltador Carl Lewis en la lista de los únicos deportistas que han conseguido cuatro oros en cuatro Juegos consecutivos en una especialidad al menos. Usain Bolt busca de nuevo desatar “su justa ira” (así define su motivación competitiva) contra los norteamericanos que le provocan. El jamaicano es favorito para lograr el triple-triple, tres oros más que sumar a los tres de Pekín y a los tres de Londres en los 100m, los 200m y el relevo. Biles, de 19 años, llega virgen de competición olímpica, pero ha ganado los tres últimos Mundiales: Río será su consagración popular.
Samaranch, vicepresidente
Antes de que ninguno de sus 306 deportistas empiecen a competir, España ya logró su primer triunfo con la elección de Juan Antonio Samaranch hijo para vicepresidente primero del COI. Las noches en vela las llenarán el caluroso agosto nacional no solo los habituales y admirados todo el año, todos los años, Nadal, Gasol o Valverde, sino los verdaderos deportistas olímpicos, Carolina Marín, Fátima Gálvez, Miguel Ángel López, Mario Mola, Bruno Hortelano, Ray Zapata, Joel González y muchos más, aquellos cuyo estado de excepción y de atención solo se produce cada cuatro años, en su Juegos.
Con información de El País