El Covid-19 golpea duramente al clero italiano, el cual vive un momento especialmente difícil ya que representa más del 1% de las víctimas de esta enfermedadl En otras naciones también los religiosos registran altos niveles de fallecidos
El Político
Los sacerdotes italianos representan más del 1% de las víctimas de coronavirus en Italia, una enorme y reveladora proporción de los riesgos asumidos por los sacerdotes que entran en contacto con los enfermos y continúan asegurando, en los cementerios, la bendición de los difuntos, porque no pueden, por ahora, presidir las ceremonias en las iglesias. En estas cifras no entran las monjas fallecidas por lo cual es más alto el porcentajes de miembros de la Iglesia católica.
El clero italiano vive un momento especialmente difícil, sobre todo en la diócesis de Bérgamo, una ciudad de Lombardía que se ha convertido en el epicentro de esta pandemia que ha trastornado la vida de 60 millones de italianos. Para el 26 de marzo, de 69 sacerdotes fallecidos, 23 están en esta diócesis.
En todo el país, las comunidades cristianas están perdiendo pastores que se habían puesto al servicio de los más pobres. Sacerdotes ancianos y jubilados, pero también párrocos, capellanes de prisiones y responsables de la atención pastoral de los migrantes han sido afectados por el virus. Un ejemplo es Angelo Moreschi, Vicario Apostólico de Gambela en Etiopía, quien murió el 25 de marzo en Brescia.
El sacerdote más antiguo de la larga lista de fallecidos tenía 104 años. Fue ordenado apresuradamente y en privado en mayo de 1940, cuando comenzaba la Segunda Guerra Mundial, el obispo Mario Cavalleri también fue enterrado discretamente, en el contexto de otra "guerra mundial", la que se libra contra el coronavirus. Durante sus casi 80 años de sacerdocio, este cura de Cremona había desarrollado numerosos proyectos de cooperación con la Costa de Marfil.
También han sido golpeados sacerdotes mucho más jóvenes. La diócesis de Parma está de luto por la muerte de un sacerdote de 55 años que, como muchos italianos, vivía con su madre enferma, a la que cuidó hasta dar su vida. En la misma ciudad, una comunidad de antiguos misioneros javerianos ya ha perdido 13 de sus miembros.
En la diócesis de Piacenza, la muerte con unos días de diferencia de dos sacerdotes gemelos, de 87 años, causó una gran conmoción. En toda Italia, los sacerdotes, plenamente integrados en la vida social y conocidos por su compromiso en el contacto con la población, pagan con su vida esta generosidad.
En Italia, el obispo de Cremona, Antionio Napolioni, afectado por el coronavirus, está ahora curado. Interrogado hace unos días, desde su cama de hospital, hizo una lectura espiritual de estos tiempos difíciles, confiando en que "como todo lo que desafía la inteligencia de los hombres, es una gran oportunidad para la conversión. Una Cuaresma más completa no podría habernos ocurrido, desde cierto punto de vista. Dramáticamente duro, pero por esta misma razón, perfecta".
“No tengan miedo, estamos en manos de Dios”
Conmovió en Italia la imagen del sacerdote Cirillo Longo, de 95 años de edad, fundador del centro Don Orione en Redona, Bérgamo, conocido por su espíritu combativo y enérgico, temperamento que ha mantenido hasta los últimos momentos de su vida, que murió en un hospital por el coronavirus, con un rosario, poco después de dar ánimos a los sanitarios que le atendían, diciéndoles con brazos en alto y manos cerradas como en señal de triunfo: “No tengan miedo porque estamos todos en manos de Dios; nos vemos en el Paraíso; recen el Santo Rosario”.
Se ha convertido en uno de los símbolos del frente religioso que también ha combatido en primera línea sufriendo la tragedia del coronavirus: 96 sacerdotes y docenas de monjas han muerto durante la pandemia en Italia, donde los infectados son 128.948 y los fallecidos 15.887, hasta en la tarde del domingo. Terrible ha sido la tragedia entre el personal sanitario: han perdido la vida 87 médicos. Pero las muertes de los miembros del clero han pasado más desapercibidas.
Muchos de los sacerdotes han sido contagiados al dar consuelo a los pacientes en los hospitales donde ejercían su ministerio o en residencias de ancianos. Un drama añadido en esta tragedia ha sido el que en los hospitales miles de pacientes se hayan ido al otro mundo sin el consuelo de un familiar que les haya tenido la mano en los últimos momentos de su vida o sin haber recibido una caricia.
El padre Aquilino Apassiti, de 84 años, que fue misionero en las selvas de Brasil durante 25 años, se ha ocupado de confortar a los parientes de las víctimas del coronavirus en el hospital Papa Giovanni XXIII de Bérgamo: “Mueren solos; los familiares de los difuntos me llaman, yo meto el teléfono móvil cerca de sus seres queridos y rezamos juntos. La mayor parte del tiempo la paso en la capilla rezando. A menudo, por la tarde viene una cardióloga y rezamos”.
Médicos y enfermeras que soportan extenuantes turnos de trabajo le piden también que rece por ellos. El padre Apassiti declaró: “En Brasil me enfrenté a la lepra y a la malaria, pero nunca vi escenas de tanto impacto como las de aquí”. Con todas las precauciones del caso y con mascarilla, el padre Apassiti ha atendido a pacientes moribundos: “Es horrible porque al final ni siquiera puedes ofrecerles una sonrisa”.
Algunos sacerdotes han sido considerados héroes, como el párroco Giuseppe Berardelli, de 72 años, muy querido por sus feligreses de Casnigo (Bérgamo), a los que saludaba siempre con la misma frase: “Paz y bien”. Su pueblo le había regalado un respirador, pero él renunció para que fuera destinado a otro más joven.
Los afectados en el resto del mundo
En cuanto al resto del mundo es difícil establecer estadísticas precisas, pero muchos esperan un porcentaje alto de mortalidad en el clero y en las comunidades religiosas.
En Francia, por ejemplo, la primera muerte de Covid-19 reportada en el departamento de Ardèche la semana pasada fue la de un sacerdote de 78 años, el abad Marcel Saby. En otras diócesis, los sacerdotes son hospitalizados. En medio de este doloroso panorama, sin embargo, surgieron algunas buenas noticias, como el mes pasado en China la curación de un obispo de 98 años, considerado entonces como el decano de las personas curadas en ese país donde la pandemia comenzó en diciembre.
La virgen en la calle
En diversas partes de Italia los sacerdotes han acompañado a los fieles en sus ritos, tradiciones y en su fe popular de diversas formas. El padre Camillo Lancio, párroco de Picciano, municipio de 1.200 habitantes de la provincia de Pescara, en la región de Abruzos, pensó: “Si los feligreses no pueden venir a la iglesia, les llevaré a la virgen”.
Dicho y hecho. Se vistió con la sotana, roquete y estola, cargó una estatua de la Virgen María en una pequeña plataforma con ruedas y la llevó en procesión por las calles de Picciano, bendiciendo a las personas que se asomaban por las ventanas.
“No podía involucrar a la gente en la calle; decidí ir solo, colocando la estatua de la virgen en un carrito, como había hecho los domingos para el Vía Crucis en soledad, con la Cruz. La gente se asomaba a las ventanas y rezaba. Fue muy bello”, dijo el párroco, quien reconoció que sus parroquianos se quedaron “sorprendidos”.
Renacimiento de la espiritualidad
Las iglesias están vacías porque el gobierno ordenó cerrar la iglesias. Pero muchos sacerdotes creen que sus iglesias estarán más llenas cuando pase la epidemia.
Consideran que hay un renacimiento de la espiritualidad, porque la gente aprecia ahora las cosas más esenciales de la vida. Algunas imágenes de la religiosidad durante esta epidemia se recordarán.
La del papa Francisco impartiendo la bendición extraordinaria “Urbi et orbi” ante una plaza San Pedro totalmente vacía, será sin duda una de las imágenes históricas del siglo XXI, acompañada de un mensaje sobrecogedor:
“Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso”.
Con información de Vaticano News, ABC