Entre los entendidos, se conoce como “información errada” al conjunto de datos que, tras un equívoco involuntario, presentan inconsistencias que desvirtúan la realidad.
El Político
Esos mismos expertos hablan de “información mal intencionada”, cuando lo que se comunica ha sido alterado adrede, con el objetivo tergiversar la veracidad.
La “información mal intencionada” también puede ser el producto de un constructo, generado por mentes que buscan contraatacar o contrarrestar una verdad.
Tanto la “información errada” como la “información mal intencionada” tienen repercusiones negativas dentro de la opinión pública. Por lo general, ambas redundan en lo que los especialistas denominan “desinformación”.
Es posible que la “desinformación” sea uno de los peores males de nuestra sociedad globalizada. En un mundo movido por las redes sociales, la “información errada” o “malintencionada”, que a su vez ocasiona “desinformación”, puede correr como pólvora.
Pese a lo dicho – y aunque no se crea – existe una práctica que resulta mucho más perjudicial que la propia “desinformación”. Esa práctica se denomina “censura”.
El diccionario de la Real Academia Española (RAE) indica que la “censura” consiste, básicamente, en “prohibir, la difusión pública, de una noticia, un documento, una película o algún documento”.
La RAE también destaca que esa acción; es decir, el hecho mismo de prohibir la divulgación de un determinado contenido es ejercida por “(el) Estado, (una) persona o (un) grupo influyente”.
Justo eso es lo que ha ocurrido (y sigue ocurriendo) en los Estados Unidos. Según una investigación elaborada por Michael Shellenberger, Alex Gutentag y Matt Taibi, la Unión Americana ha dedicado los últimos años a la construcción de un gigantesco mecanismo de censura.
Los periodistas, quienes divulgaron sus hallazgos en el site Public, aseguran que, desde hace varios lustros, se hacen esfuerzos para desarrollar la Liga de Inteligencia contra Ciberamenazas (en lo sucesivo Liga CTI).
Explican Shellenberger, Gutentag y Taibi que la Liga CTI empezó como un proyecto voluntario, en el que participaban científicos de datos y agentes que pertenecieron a los servicios de inteligencia de los Estados Unidos.
Con el tiempo, las tácticas de la Liga, dirigidas a desviar la atención del público, pero también a generar climas de opinión alternativos, fueron absorbidas, sin embargo, por organismos federales.
Fuera de la Unión Americana, el “trabajo sucio”, ese que implica desinformar o, incluso, censurar, es llevado a cabo por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés).
En otras ocasiones, las actividades “overseas” son acometidas por el Departamento de Defensa, a través de la maquinaria que opera desde El Pentágono.
Cuando corresponde actuar dentro del territorio de la Unión Americana – y dado que el Estado no tiene facultades constitucionales para hacer de censor – la Liga CTI trabaja de la mano con organizaciones de la sociedad civil y con medios comerciales.
De acuerdo con Michael Shellenberger, Alex Gutentag y Matt Taibi, una de esas instituciones es la Asociación para la Integridad de las Elecciones (EIP, por sus siglas en inglés).
A decir de los periodistas, esa ONG, creada en 2020 (el año de la última elección presidencial en Estados Unidos), instó a plataformas como Facebook y X (anteriormente Twitter) a eliminar publicaciones de ciudadanos y de dirigentes electos mediante el voto popular.
“Complejo Industrial de Censura”
A través de documentos y confidencias obtenidas mediante fuentes anónimas, Shellenberger, Gutentag y Taibi lograron detectar la existencia de lo que ellos mismos denominan “Complejo Industrial de Censura”.
Es, según los periodistas, una "mega fábrica" que labora 24/7 para luchar contra la desinformación, pero también para detener las narrativas desfavorecedoras, esas que pueden suponer un costo político para los que detentan el poder.
El “Complejo Industrial de Censura”, cuya génesis se remonta a 2018, logró crecer y madurar gracias a la alianza de la Liga de Inteligencia contra Ciberamenazas y la Agencia de Ciberseguridad y Seguridad de la Información (CISA, por sus siglas en inglés).
Esa última institución es un hijo engendrado dentro de los muros del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés).
Indican Shellenberger, Gutentag y Taibi que la CISA “ha sido el centro de gravedad de gran parte de la censura”.
A decir de los comunicadores, el “Complejo Industrial de la Censura” se encuentra integrado por al menos 100 agencias y organizaciones no gubernamentales, que dirigen sus esfuerzos a neutralizar contenidos.
El “Complejo” también se encarga de influir en la opinión pública estadounidense, “discutiendo formas de promover ‘contramensajes’, cooptar hashtags, diluir mensajes desfavorables, crear cuentas de títeres e infiltrarse en grupos privados a los que sólo se puede acceder con invitación”.