Una creciente y cada vez más incisiva presencia china en Latinoamérica y el Caribe, a través de vías muy diversas, ha pasado a formar parte de la diplomacia del gigante asiático de un tiempo a esta parte.
Beatriz de Majo/El Político
No es necesario destacar mucho el hecho de que nuestro subcontinente ha sido tradicionalmente un área de influencia bien cuidada por la potencia norteamericana. Lo que hace pensar que algo más que un legítimo empeño en desarrollar nuevos y beneficiosos vínculos económicos y políticos pudiera estar presente del lado chino en su inusitada pro-actividad de inserción en este entorno que es evidente de unos 5 años a esta parte.
China no ha dejado pasar la oportunidad provocada por un desentendimiento y una tibieza creciente de Washington en los asuntos continentales, provocado por la atención debida a temas coyunturales de gran calado que se originan en otras regiones, para intentar anudar más estrechos lazos con países claves de la región y de ofertar su concurso en áreas críticas de los momentos actuales…como la sanitaria.
No es un secreto que desde los inicios de la pandemia China ha materializado asistencia médica en distintos países del área y ha hecho pública su oferta de financiar la compra de la vacuna a los países interesados en el momento en que esta esté disponible.
En las dos últimas décadas su presencia en países líderes de la región se ha institucionalizado a través de acuerdos de cooperación. Es así como Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, México, Perú, Uruguay y Venezuela son considerados socios estratégicos por Pekín. Lo que se traduce en interés en el desarrollo de proyectos binacionales.
Lo que le reporta a China un buen acompañamiento de Latinoamérica en las votaciones que tienen lugar en organizaciones internacionales.
Es cierto que la región ha capitalizado la relación bilateral a través de exportaciones crecientes pero China también ha extraído un buen beneficio.
América Latina contó en 2019 por 7,9% de las importaciones chinas -165 billones de dólares- y por 6% de sus exportaciones – 151 billones- Pero es significativo que los términos de ese intercambio revelan que China compra a su contraparte principalmente materias primas, y Latinoamérica productos terminados y maquinaria y equipos.
En el área de las inversiones, China lleva también las de ganar porque apuntan hacia su propio beneficio dirigiéndose principalmente hacia industrias extractivas en el terreno de energía y minas.
Sin embargo la región la recibido en los últimos 15 años unos 150 billones de dólares. El drama es que, con frecuencia, estas inversiones han sembrado un perverso y corrupto ambiente de negocios que en algunos casos afecta la gobernabilidad del país recipiente.
Un reciente trabajo de investigación de una agencia del Congreso de los Estados Unidos afirma que China despliega una estrategia diplomática internacional de relaciones con terceros países que se encamina no a desafiar a los Estados Unidos sino a reducir su influencia en todo el planeta.
Su presencia reciente en América Latina y el Caribe encaja a la perfección con este criterio. Lo sensato es suponer que en los esfuerzos de rescate y de recuperación económica que serán la tónica post-Covid, ambas potencias se esforzarán atornillar aquellas relaciones que se presentan como más estratégicas para cada una de ellas.
No será un choque de trenes a lo que asistiremos en nuestro vecindario. Pero sí a un pulso intenso por captar la mayor cantidad de solidaridades y de poder.