El malestar de la población china se manifiesta ya de manera violenta en varias ciudades. La semana en que el Titán de Asia alcanzó los peores números de contagios desde 2020 es un momento crucial para la disidencia aflore.
Beatriz de Majo / El Político
La estrategia de manejo de la crisis sanitaria ha obedecido a un concienzudo abordaje oficial de una situación de hecho: el aparato sanitario con que China cuenta no es capaz de responder al tamaño del reto que configura la batalla contra el coronavirus.
Muchos datos los desconocemos por el hermetismo de las autoridades, pero desde Pekín sí informan oficialmente que el diseño original ha sido cambiado 9 veces para acercarlo a las realidades científicas y sociales que van apareciendo dentro de la dinámica de la pandemia.
Quince manuales técnicos detallados para prevención y control se han distribuido a escala nacional y se exige su cumplimiento estricto por parte de grupos claves de la población, por emplazamiento geográfico y por parte de organizaciones específicas.
Ciudadanos exasperados
En honor a la verdad, es preciso remarcar que los test de ácido nucleico que constituyen la primera línea de defensa del mal consiguen que, hoy por hoy, se peinen ciudades de 10 millones de ciudadanos ¡en 24 horas!.
Es así como han logrado montar otra “Gran Muralla” dentro de la cual 90% de los 1400 millones de habitantes están íntegramente vacunados a la fecha.
Más sorprendente que todo lo anterior es que, para cortar rápido la cadena de transmisión, tienen diseñados tres tipos de macro– hospitales que se erigen y se ponen en funcionamiento en 48 horas.
Aún así, la estricta política de restricciones sociales para tratar de contener los brotes de covid ha servido de poco y, más bien, provocan el efecto de exasperar a la ciudadanía. Les ha tocado más de una vez, y ese es el caso en esta fecha, ordenar esta construcción acelerada de centros de cuarentena y hospitales de campaña.
Bajos salarios
El tema sanitario se está dando de la mano con otros desajustes como los bajos salarios.
Un coctel perverso que incide sobre el empleo tiene en ascuas al gobierno: el menor crecimiento del PIB que es ya una incontestable realidad, crea menos puestos de trabajo que en épocas expansivas.
La lentitud de la demanda externa e interna por igual provocan desempleo, las pequeñas y medianas empresas se encuentran en más apuros que las grandes por la contracción de sus ventas. Y, por último, el número elevado de graduados universitarios que está haciendo pico, y que no logra emplearse, mantiene a millones de jóvenes sin ingresos.
La única manera de salir del vicioso circulo es sostener la demanda para movilizar el empleo. Pero este es un objetivo clave de difícil consecución por muchas razones. Especialmente porque la inclinación al gasto de sus ciudadanos no responde a los mismos parámetros de conducta compulsiva que conocemos en Occidente.
En épocas de precariedad el ciudadano por diseño ahorra y guarda su dinero para las épocas de vacas flacas.
Por ello la tensión está en las calles mientras proliferan los contagios y Pekín no da con una solución.
Ambos problemas, empleo y contagios le ponen la cuesta empinada a Xi.