Grupos de filipinos huían este sábado del enfrentamiento armado entre rebeldes islamistas, que se reivindican como miembros del grupo yihadista Estado Islámico (EI), y el ejército en la ciudad de Marawi, donde los combates son aterradores.
Entre ellos se encontraba uno de los políticos más respetados de Marawi, que escondió a 71 cristianos en su casa y guió a 144 personas por las calles del centro de la ciudad, en manos de combatientes que afirman pertenecer a la organización Estado Islámico.
Norodin Alonto Lucman, el ex vicegobernador de un área musulmana autónoma que incluye a Marawi, afirmó que tuvo que disuadir en dos ocasiones de hombres armados, algunos de ellos, vecinos o parientes lejanos, que habían acudido a su casa pidiendo comida y armas.
Pero una vez se acabaron las provisiones, tuvieron que huir cruzando las bombardeadas calles de la ciudad, poniendo su vida a merced de los francotiradores islamistas.
"Está todo cubierto de escombros, pollos, ratas y perros muertos, incluso por el olor de cuerpos en descomposición", contó al describir el camino de dos kilómetros que tuvieron que recorrer.
Sobrevivir en el infierno
"Mientras caminábamos, mucha gente nos veía en la calle y se unía a nosotros", afirmó Lucman.
Veintitrés maestros cristianos y otras 15 personas también escaparon el sábado de otra zona de Marawi, una ciudad de 200.000 habitantes y capital islámica de Filipinas, un país mayoritariamente católico.
"Permanecíamos en el suelo, en medio de la oscuridad, cada noche en cuanto escuchábamos disparos o explosiones. Bloqueamos las puertas con muebles y con una nevera", explicó a la AFP Jerona Sedrome, una maestra de escuela de 27 años.
Pero, tras dos intentos, los militantes consiguieron entrar y los docentes tuvieron que esconderse en un túnel bajo la casa, agregó.
Los maestros rescatados contaron, entre sollozos y mientras bebían sorbos de café y agua, cómo lograron sobrevivir a base de arroz, vapor y agua de lluvia durante las casi dos semanas de bombardeos, incendios y tiroteos que destrozaron muchas de las viviendas de los alrededores.
"Si no hubiera llovido no hubiéramos tenido agua y no hubiéramos comido", recalcó la hermana pequeña de Sedrome, Jane Rose Sedrome, también maestra, de 25 años.
"Pasamos por encima de tres cuerpos que estaban siendo devorados por los gusanos", dijo a la AFP Regene Apao, una aprendiz de maestra de 23 años.
"Sabíamos que eran del ISIS (Estado Islámico) porque llevaban ropa negra y máscaras negras", añadió.
Marawi se convirtió en una zona de combate desde que cientos de hombres armados arrasaron casi toda la ciudad el 23 de mayo.
La insurrección formaba parte de un plan para establecer un califato en el sureste asiático, informó el sábado el secretario de Defensa, Delfin Lorenzana.
Lorenzana añadió que al menos 250 hombres armados estaban posicionados en edificios estratégicos del centro de Marawi, casi cinco veces más que los que el ejército había calculado en un principio.
Combatir hasta el final
El responsable señaló que nada parecía indicar que fueran a rendirse o a escapar, y no pudo precisar cuándo terminaría la operación militar, mientras que el miedo por la suerte de los civiles iba en aumento.
"Creemos que es el ISIS (EI) porque normalmente, en este tipo de conflicto, los combatientes locales salen huyendo y, tal vez, se escondan en las montañas", afirmó.
"Pero, sorprendentemente, este grupo se ha limitado a refugiarse allí y esperar a luchar, quizá hasta el final", prosiguió.
De los 120 militantes abatidos, ocho eran de Chechenia, India, Indonesia, Malasia, Arabia Saudí y Yemen, indicó Lorenzana.
Los combatientes utilizan escudos humanos, incluyendo a un cura católico y catorce personas más que secuestraron la semana pasada, afirmó el ejército.
Al menos 2.000 personas están atrapadas en estas áreas, según las autoridades, seguramente sin comida y sin agua, algunos de los cuales están enfermos o heridos.
Además, 38 soldados y policías también perdieron la vida, así como 19 civiles, indicaron responsables.
Arnold Balo, un empleado de una heladería, de 28 años, afirmó que, mientras escapaba, llevaba a un niño en un brazo y un machete de medio metro en la otra mano, como único medio de defensa ante los hombres armados.
En un momento dado, un militante le apuntó con un rifle desde la azotea de un edificio y le ordenó dejar el arma en el suelo, contó Balo.
"Haré como me diga, señor. Por favor, no nos mate", asegura que le dijo al hombre armado. Cuando soltó el machete, el combatiente les permitió a ellos y al grupo en el que iban seguir su camino.
AFP