Si ganara la presidencia, Hillary Clinton de inmediato intentaría encontrar puntos en común con los republicanos en temas como la reforma migratoria y el gasto en infraestructura, con lo cual se arriesgaría a agitar la ira de los liberales que esperan con ansias poner sal en la herida del partido de la oposición.
En sus primeros 100 días, también elegiría a mujeres para conformar la mitad de su gabinete con la esperanza de brindar un nuevo tono y una sensibilidad de colaboración a Washington; además, vería más allá de Wall Street para buscar talento en lugares como Silicon Valley… quizá atraería a Sheryl Sanberg, de Facebook, y tal vez le pediría a Tim Cook, de Apple, que se convirtiera en el primer secretario de gabinete abiertamente homosexual.
El expresidente Bill Clinton mantendría un perfil bajo, daría pocas entrevistas y evitaría cualquier dolor de cabeza a su esposa.
Hillary Clinton incluso socializaría de manera distinta a los últimos presidentes. No trataría asuntos durante un juego de golf o baloncesto, sino que traería de regreso el estilo íntimo de expresidentes como Ronald Reagan o Lyndon B. Johnson; negociaría con un trago en la mano. Imaginemos un flujo constante de congresistas y líderes que levantan su copa y hablan de política en el Despacho Oval con ella y quien muy probablemente será su jefe de personal, John D. Podesta, mientras su esposo aparece y comparte una idea que se le ocurrió o le hace un cumplido encantador.
Con la certeza de que se desempeñaría mejor como presidenta que como candidata, Clinton quiere adoptar un estilo totalmente nuevo en la Casa Blanca para intentar romper con años de estancamientos partidistas, según dicen una decena de asesores de campaña y aliados que describieron sus metas y perspectivas.
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