El sargento ‘Tito’ –nombre cambiado a propósito– se pone su uniforme y sale a trabajar…, como taxista: es militar en Venezuela y su sueldo no le alcanza, pero no deja las fuerzas armadas por los privilegios que le dan y no escapa a la crisis venezolana.
El Político
“Yo soy padre de familia y como está la situación del país ese sueldo no me alcanza para nada”, dice este suboficial del Ejército de 39 años.
“Hago mis carreras de taxi y gano súper más de lo que gano en el otro trabajo, por eso lo hago”, agrega a El Tiempo.
Abastecimiento de gasolina es crítico en Venezuela
El abastecimiento de gasolina es crítico en Venezuela desde hace meses, sobre todo en la provincia, lo que ha disparado los precios del transporte debido a la necesidad de adquirir combustible en el mercado negro o compensar las pérdidas de horas y hasta días en una fila para llenar el tanque.
‘Tito’ tiene vía libre, pues son los militares quienes controlan las estaciones de servicio. “Ese uniforme que yo tengo puesto representa respeto. Con el uniforme puedo entrar y salir a cualquier lado”, reconoce.
Si bien los sueldos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana se fueron a pique, en medio de la más profunda crisis de la historia reciente de Venezuela, el poder de los militares es tan grande que la nómina es secundaria.
Hay miedo y hambre en la crisis venezolana
En Táchira hay ‘militares taxistas’ de todos los rangos, hasta generales, afirman las fuentes del sector.
“Para los permisos, a veces pido reposos médicos, uno se inventa hasta con los propios compañeros, conozco muchos que hacen este mismo trabajo y hasta superiores”, asegura el sargento ‘Tito’.
La teniente ‘Jenny’, de 32 años, que también pidió anonimato, ha pensando incursionar en el negocio, pero le “da miedo que uno de esos pasajeros transporte drogas”.
“A nosotros también nos paran en puestos de otros componentes militares o de la policía e imagina que venga yo a meterme en problemas por unos reales (dinero)”, afirma, aunque no está cerrada a la idea.
Empleadas domésticas y ‘empanaderas’
Mónica y Madeleiny Villarreal son dos hermanas maracuchas que trabajan como empleadas domésticas, en casas de familias caraqueñas, de lunes a viernes. Ganan entre 200 y 400 dólares mensuales cada una, muy por encima de lo que perciben muchos profesionales en ese país.
Sin embargo, el dinero es insuficiente para mantener a sus respectivas familias. El esposo de Mónica es conserje y solo percibe un salario mínimo (un dólar al cambio), más un bono de 20 dólares, y juntos tienen tres hijas. Madeleiny es madre soltera de una adolescente.
Además, ambas mantienen a su madre. De allí que decidieran dedicar sus fines de semana a preparar empanadas.
El primer domingo vendieron 40 y ya tienen un récord de hasta 200 en un día. Cada una la venden a un dólar. “La ganancia nos alcanza para comprar comida y medicinas”, cuenta Mónica, quien cree que si se dedicaran a eso todos los días, quizás sí verían ganancias.
“Hay varios kioscos que nos han llamado, han probado las empanadas y han querido comprar para ellos venderlas, pero nosotras tenemos trabajo de interna y no podemos ahorita hacer eso, tal vez más adelante”, dice.