Cuando llegue el momento de valorar el legado del nuevo presidente de EE. UU., Joe Biden, una variable tendrá un peso enormemente significativo: las relaciones que haya forjado su administración con China.
El Político
La competición entre ambas potencias se ha convertido en la gran envolvente de la geoestrategia global, pero los términos en los que se producirá distan mucho de estar irrevocablemente definidos.
Pese a su más que evidente rivalidad, EE. UU. y China están condenados a entenderse y, a buen seguro, Biden actuará con mayor pericia, responsabilidad y altura de miras que su predecesor, reportó El Economista.
De que Washington y Beijing consigan encarrilar su relación bilateral dependerán, en gran medida, la paz y la prosperidad de la humanidad en el siglo XXI.
Cooperación entre EE. UU. y China
La cooperación entre EE. UU. y China es indispensable para resolver los grandes desafíos globales, desde el riesgo latente de un holocausto nuclear hasta el cambio climático, pasando por el terrorismo internacional, la proliferación de armas de destrucción masiva o las pandemias.
La competición es ineludible en el comercio, la tecnología, el espacio, el deporte olímpico, o en muchos otros ámbitos. Para que discurra adecuadamente, las dos potencias deben consensuar las reglas del juego, en vez de que cada una intente imponer las suyas a la otra.
Identificar cauces multilaterales que permitan renovar la Organización Mundial del Comercio y la Organización Mundial de la Salud es particularmente urgente.
También lo es fijar normas para el ciberespacio que prevengan operaciones masivas de piratería electrónica como la descubierta hace escasas semanas en Estados Unidos; y que parece haber sido obra de Rusia.
Coherencia y sensatez de Biden
A este respecto, resulta fundamental que la promoción de la democracia y los derechos humanos -en algo que Biden insiste acertadamente- se lleve a cabo con serenidad, coherencia y sensatez.
Los esfuerzos por salvaguardar un modelo liberal y democrático de gobernanza son imprescindibles; así como los que se encaminan a impedir graves violaciones de derechos humanos.
Pero tratar de imponer ciertos valores o conductas a los demás mediante “cambios de régimen"; como el que parecían querer auspiciar en China algunos altos cargos de la administración Trump, es algo muy distinto.
Además, el auténtico compromiso con dichos valores no se demuestra esgrimiéndolos oportunista y selectivamente; como ocurrió durante el mandato de Trump.
Apoyo económico entre EE. UU. y China
La gran mayoría de Estados dependen tanto de Washington como de Pekín, ya sea en términos económicos o de seguridad; con lo que prefieren mantenerse al margen de cualquier contienda y explorar compatibilidades.
Los vecinos de China en la región de Asia-Pacífico desean que Estados Unidos mantenga su presencia en la misma; pero no han renunciado a firmar junto con China un acuerdo comercial de enorme calado (el mayor del mundo si nos atenemos a la población y el PIB que cubre; y el primero que logra unir a China, Japón y Corea del Sur).
Por su parte, la Unión Europea ha concebido ya una ambiciosa agenda de colaboración con la administración Biden; plenamente compatible con poner en práctica su “autonomía estratégica”, como acaba de hacer la comisión europea al alcanzar un importante acuerdo de inversiones con China.