Los servicios de inteligencia de Estados Unidos concluyeron que Rusia pudiera invadir militarmente Ucrania en cuestión de pocos meses. El gobierno de Vladimir Putin rechaza los señalamientos de agresividad hacia su vecino y dice que solo actúa defensivamente.
Alejandro Armas / El Político
Sean cuales sean las intenciones del Kremlin, lo cierto es que miles de tropas rusas se han acantonado en la frontera con Ucrania. En Occidente y, por supuesto, la propia Ucrania, están encendidas las alarmas ante cualquier posible confrontación. Considerando el largo historial de intervenciones rusas en Ucrania, incluyendo una invasión en 2014, descartar el peor escenario sería ingenuo.
Pero, ¿por qué a la Rusia de Putin le interesa tanto mover los hilos en un país ajeno? Varios factores confluyen, incluyendo el expansionismo nacionalista de Moscú, inquietudes sobre las tendencias políticas en una nación vecina y la necesidad de aplacar el descontento interno.
"La Gran Rusia"
Catalogar al régimen de Vladimir Putin en términos ideológicos no es fácil. Sin embargo, uno de sus rasgos indiscutibles es un nacionalismo exacerbado. La idea de que Rusia ha sido históricamente una gran potencia destinada encabezar, o al menos a compartir, el orden mundial.
Para los rusos más nacionalistas, la Unión Soviética, cuando Moscú fue junto con Washington una de solo dos “superpotencias” y controló un territorio aun mayor al actual, fue una época brillante. En ese sentido, la separación de la URSS fue una calamidad que Rusia tendría que revertir en la medida de lo posible.
Una forma de hacer tal cosa es mantener cierta hegemonía sobre las demás ex repúblicas soviéticas. O, mejor aun, volverlas a absorber. Claro, esa absorción tiene obstáculos en forma de diferencias culturales. Pero no es tan así en Ucrania. Rusia y Ucrania tienen un acervo étnico, cultural, lingüístico e histórico muy parecido. De hecho, para muchos rusos, Ucrania no es una nación per se, sino una parte de la nación rusa. La mayoría de los ucranianos no piensa igual y reafirma su identidad propia.
Como resultado de la unión en un solo Estado (primero en el Imperio Ruso y luego en la URSS) históricamente los rusos han sido la mayoría de la población en la Península de Crimea, la región ucraniana que Rusia invadió y se anexionó en 2014. También son una minoría inmensa en dos regiones del este de Ucrania donde, desde ese año, separatistas rusos han protagonizado una rebelión armada contra el gobierno ucraniano, con apoyo directo de Rusia.
Putin ha hecho de este nacionalismo uno de los puntos fundamentales de su gobierno. En su propaganda, la división entre Ucrania y Rusia es artificial. Un plan de los gobiernos occidentales para debilitar a la "gran nación rusa” y negarle así su estatus de gran potencia.
El virus democrático
Hay un segundo elemento en el interés del Kremlin en Ucrania, relacionado con el anterior pero con menos matices ideológicos. A saber, la seguridad del régimen de Putin. Su autoritarismo ve en la democracia un enemigo natural. Cualquier tendencia democratizadora dentro de Rusia o sus alrededores es por lo tanto una amenaza. Occidente, que congrega al grueso de las democracias del mundo, es no en balde caracterizado por la propaganda oficial como el mayor peligro para Rusia.
Putin teme sobre todo a los alzamientos masivos a favor de la democracia, como los que sacudieron a varias ex repúblicas soviéticas. Las llamadas “revoluciones de colores”. Una de ellas se dio en Ucrania entre 2004 y 2005. Para el Kremlin, estas tendencias son como el coronavirus: muy contagiosas. Y si se propagan por los demás restos de la URSS, tarde o temprano llegarán a la misma Rusia.
Así que Putin siente la necesidad de mantener una zona de influencia alrededor de Rusia, conformada por gobiernos afines y, como el suyo, autoritarios. Las aproximaciones de estos Estados hacia formas más democráticas y/o hacia Occidente es considerada un riego para la seguridad del Kremlin.
Desde su independencia, una de las diatribas políticas más grandes en Ucrania radica en tendencias opuestas hacia Occidente o hacia Rusia. Tanto en términos de forma de gobierno como de ideología. En 2014, el último gobierno ucraniano relativamente favorable a Moscú, el del ex presidente Viktor Yanukovych, cayó en medio de un segundo alzamiento popular. Esa fue para Putin la gota que derramó el vaso. Acto seguido comenzó la invasión de Crimea.
Desde entonces, los sucesivos gobiernos ucranianos han tratado de consolidar la proximidad a Occidente. Una de las metas es unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la alianza defensiva encabezada de facto por Estados Unidos. Desde luego, esto no agrada nada a Putin, quien ha exigido enfáticamente que Ucrania no debe unirse a la OTAN si ha de haber paz en la zona. En un clásico dilema de seguridad, Ucrania ve en dicha membresía su mayor oportunidad para librarse de la hegemonía de Moscú.
Desviar la atención
Por último, Putin pudiera ver en una agresión a Ucrania un posible impulso a su popularidad. Fue lo que ocurrió en 2014, con la invasión de Crimea. En aquel entonces, la economía rusa atravesaba un momento difícil, y el malestar social iba en aumento. Pero por un efecto nacionalista, la anexión de Crimea revirtió la tendencia, y la base de apoyo a Putin se elevó a la estratósfera.
Recientemente, también, la economía de Rusia ha tenido grandes problemas, en parte y como todo el mundo, por la pandemia de covid-19. El producto interno bruto tuvo una contracción de 12% en 2020. Así que Putin pudiera creer que puede repetir la jugada de hace ocho años.
Pero es una apuesta arriesgada, y el mismo Putin lo ha de saber. Aunque Rusia tiene un músculo militar infinitamente mayor, una invasión hacia el corazón de Ucrania sería mucho más costosa en vidas y recursos materiales que la toma fugaz de Crimea. Además, aunque una defensa militar de Ucrania por Occidente es harto improbable, las democracias del mundo pudieran reaccionar con sanciones económicas sin precedentes que compliquen aun más la cotidianidad del ruso común.
Es probable entonces, que a las masas rusas no les entusiasme mucho una aventura expansionista tan grande. Putin es uno de los dictadores más exitosos del mundo contemporáneo en el arte de mantener a su país férreamente controlado. ¿Tomará esta vez la decisión correcta para su estabilidad?