Por días me abstuve de pronunciar palabra en este caso, puesto que de todos los que he podido ver y estudiar, ha sido el más estremecedor por la edad de la persona objeto de la polémica.
Los medios hablan de una bebé fallecida y no, Indi Gregory no “falleció” a ella la mataron. La mataron cuatro jueces que se adjudicaron la autoridad de decidir quién podía vivir y quién no.
Sus nombres son:
Robert Peel, Eleanor King, Peter Jackson y Andrew Moylan.
A Indi la mató el estado, no es lo mismo ni se escribe igual.
Sin embargo, Indi no ha sido la primera persona en haberse debatido su vida, a este caso le precedieron varios que no fueron menos mediáticos o dramáticos que este.
Hace casi dos años, también en Inglaterra, el centro de la polémica fue Archie Battersbee, un pre-adolescente inglés, quien perdió la vida por seguir un reto en Tik Tok que le salió demasiado caro.
En aquel entonces, abril del 2022, el estado a través del poder judicial determinó, a pesar de los infinitos esfuerzos de sus padres, que a él debía “permitírsele morir” y las palabras que el último juez que conociera la causa, son mucho más estremecedoras y significativas de lo que muchos creen, dijo textualmente: “es necesario proteger la muerte y no prolongar más su vida”. Palabras despreciables y repugnantes provenientes de un ser humano que se le confirió el poder de aplicar justicia. ¿En manos de quién estamos?
Lo escandaloso de este caso particular, fue la insistencia del hospital en distintas etapas del proceso por la batalla de la vida de Archie, a que se le desconectara.
¿No se supone que la medicina tiene como fin luchar por la vida?
El primer caso que se conociera, y que abrió este umbral oscuro, fue el de Terry Schiavo.
Fue un caso que transcurrió en el año 1990. Estaba el acontecer noticioso bastante agitado.
Noticias como el caso de Elián González tenían conmocionada a la opinión pública. Fue una década de noticias para el mundo legal de corte trascendental donde se definieron distintas situaciones y muchos no lo supieron ver.
Terri tenía para entonces 26 años. Se desvaneció en su hogar y desde ese episodio fue apagándose poco a poco. Padeció de trastornos de alimentación, e hizo dietas e ingesta de medicinas de forma irresponsable en aras de obtener ese peso imposible que le venden a las mujeres como una perfección que no existe. Esto fue algo decisivo para todo lo que su cuerpo sufriría después.
Su esposo Michael Schiavo, de la misma paulatina forma fue perdiendo el interés en procurar a su esposa. Este caso tiene la particularidad de que Terri, no estaba conectada a máquinas ni tenía muerte cerebral, de hecho, interactuaba tímidamente son sus familiares y amigos. El estado ordenó que no se le alimentara más y a pesar de múltiples luchas y un proceso agotador como costoso, los padres y hermano de Terri no pudieron hacer más. La vieron morir poco a poco sin poder hacer nada.
Breve tiempo después se supo que su esposo tenía otra relación, relación que formalizó inmediatamente al morir Terri.
Este caso tendría el efecto “normalizador” que explica la Ventana de Overton con este tema. A partir del caso de Terri Schiavo, se empezaría a manejar el concepto legal de “muerte con dignidad” impartida por el estado que se usa en algunas legislaciones como la inglesa.
El punto en el que todos debemos centrarnos es ¿Por qué el estado tiene el derecho de decidir quien vive o no?
¿Quién vigila al vigilante?
¿Por qué hay tanta pasividad a pesar de los antecedentes previamente narrados con este tema?
No hace falta ser legislador para tomar postura, con ser ciudadano es suficiente.
¿Por qué el estado a través de sus distintos órganos y representantes tiene injerencia a este punto, en la vida de los ciudadanos?
¿Quién es el hospital para decirle a unos padres que deben dejar morir a su hijo?
¿Cómo es que nadie se escandaliza que un juez esboce tan alegremente que hay que proteger la muerte y no prolongar la vida de alguien?
¿Por qué la familia de Terri Schiavo, Archie Battersbee y Indi Gregory tuvieron que presenciar el momento tan doloroso y macabro, donde sus familiares literalmente morían delante de ellos sin poder hacer nada, porque el estado así lo prohibió?
Escandaloso, aberrante y enfermizo, rozando en lo mórbido, además.
Estas tres muertes, y todas aquellas que se den bajo el mismo formato, no son otra cosa que la consecuencia de haber permitido educar en mancuerna con el estado. La raíz de todo este problema comienza aquí.
La intervención por parte del estado en la vida del ser humano debe ser mínima, pruebas que expliquen esto sobran.
El estado de alguna forma se atribuyó con este tema la cualidad de brindarle bienestar al ciudadano, pero bajo sus preceptos y conveniencias, bajo sus valores y reglas. Teniendo como supuesto el sufrimiento de las familias y que la muerte de su familiar enfermo les brindaría paz.
Un actuar autoritario, oscuro y profundamente macabro, sin más.
A ello le sigue la pasividad ciudadana que, a la fecha, no ha hecho algo distinto a “llorar” por redes sociales. Luego del furor mediático, el estupor se mueve a otras causas.
Las masas son alta y fácilmente manipulables. Preocupante.
Porque el no actuar, viene a hacerle las cosas mucho más sencillas a la agenda de la muerte que fluctúa de la eutanasia al aborto con singular alegría, haciendo de la importancia de la vida algo efímero y sin valor.
De los flamantes activistas pro-vida mejor ni hablar. Ninguno se ha pronunciado con el caso de Indi, básicamente porque no les importa. Tampoco lo hicieron en los casos previamente mencionados.
La causa pro-vida la manejan para mover masas, para votos y agenda política, pero no porque real y honestamente les importa. Aunque a algunos esto les moleste, es la verdad. Y esto no es de ahora, siempre ha sido así.
¿La iglesia? Preocupada en ajustarse en la Agenda 2030 y en ser “inclusiva”.
La pregunta que todos nos tenemos que hacer en este momento:
¿Se ha paseado usted por el escenario de estas familias?
¿Qué haría si le tocara a usted?
Son muchos los debates a plantearnos con este tema, pero el primero de ellos es, que está haciendo la gente para limitar al estado en la intervención de la vida del ciudadano.
No habría que esperar que ocurra otra tragedia, para que decidamos hacer algo.
El estado no tiene derecho alguno en decidir por usted sobre como cría a sus hijos, que se debe hacer en una situación álgida como esta, o cualquier otra decisión que corresponde al fuero personal e individual de cada ciudadano.
El estado tiene que estar fuera de nuestras vidas, cuerpos y decisiones.
Para ejemplos, uno que está fresco y no es menos doloroso que los planteados al inicio de mi columna. El caso de Maya Kowalski es una muestra bien gráfica de los muchos escenarios que pueden plantearse cuando el estado interviene en todo. Pueden verlo en el documental Take care of Maya, en Netflix.
Mucho me temo, que será demasiado tarde, cuando como ciudadanía lo entendamos y hagamos valer.
¡Hasta la próxima!