El final del mandato del presidente Obama, las crecientes posturas contrarias que surgen en Francia y Alemania y la política activa de la Rusia de Putin, que añade cuantos obstáculos le es posible, amenazan con dar finalmente al traste con las negociaciones para el tratado de libre comercio (TTIP) entre la UE y EEUU.
Su paralización supondría un punto de inflexión en el proceso de la globalización de la economía, pero hay datos que indican que la economía global, por su cuenta y de forma instintiva, ya ha emprendido un camino de retroceso.
Tal y como ha recordado el FMI a los países del G20 durante la última cumbre en Hangzhou (China), «desde el repunte del comercio exterior tras el gran colapso de 2008-2009, el crecimiento del comercio mundial se ha reducido notablemente». Si en las dos décadas previas a la crisis financiera el comercio mundial se expandía con rapidez, aproximadamente a un ritmo equivalente al doble del crecimiento del PIB mundial, la desaceleración en los últimos años ha sido «extraordinaria».
El análisis del FMI sobre los flujos comerciales de 174 países señala que, en el periodo 2012-2015, la mayor parte de los países importaron menos en relación con sus ingresos a pesar de la disminución de los precios del comercio. En un 65% de los países, que representan el 74% de las importaciones mundiales, la relación entre el crecimiento promedio del volumen de las importaciones y el crecimiento del PIB fue menor en esos años que entre 2003 y 2006. El mismo estudio muestra que en el caso del agregado de las economías avanzadas la elasticidad de las importaciones respecto al PIB se redujo de 2,77 puntos en 2003-2006 a solamente 2,09 durante 2012-2015, mientras que las economías emergentes, incluida China, la reducción fue más marcada, de 1,9 a 0,7 puntos.
Pero globalización no significa solamente comercio, sino también inversión, y ahí el retroceso es todavía más palpable. El economista jefe de DZ Bank, Stefan Bielmeier, ha desarrollado un índice sobre la globalización tomando el monto de las inversiones de 16 estados en otros países y relacionando esos datos con las tasas de crecimiento económico. «El resultado nos muestra que el proceso de globalización tocó techo en 2007 y que después de la crisis estamos lejos de recuperar los datos anteriores», explica, señalando una constelación de causas que tienen como consecuencia una nueva etapa global.
«Por una parte está la saturación, ya que las empresas no pueden seguir aumentando beneficios gracias a los salarios baratos en los países en los que externalizaban la producción». Añade el mayor nivel de incertidumbre en muchos países emergentes, envueltos en conflictos y atrapados en la crisis, y la desaceleración china, «lo que hace que muchas empresas se lo piensen mejor antes de invertir fuera». «Pero muy especialmente», apunta, «están los avances tecnológicos».
La empresa alemana Adidas abandonó la producción en su país de origen hace 20 años para trasladarla a Asia, pero ahora Herbert Hainer, su director general, confirma la apertura de una fábrica especializada y completamente robotizada en la ciudad alemana de Ansbach. Los primeros 500 pares de zapatillas saldrán de la fábrica a finales de este año y para 2017 la planta funcionará al 100% de su capacidad.
Otra factoría con similares características será abierta en EE.UU. y, aunque los datos indican que entre ambas fábricas solo llegarían a producir una pequeña parte de los 301 millones de pares de zapatillas que la firma deportiva produce por año, la empresa comenzará a beneficiarse de un ahorro de costes y de una mayor eficiencia, puesto que el cliente podrá comprar zapatillas y prendas de ropa personalizadas a través de internet para tenerlas listas y recién fabricadas en su casa en poco tiempo.
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El sector textil, uno de los primeros en globalizar sus inversiones, está volviendo a casa. A un precio promedio de 22.000 euros por unidad, los robots resultan ya asequibles para las pequeñas y medianas industrias, que centran el 70% de la capacidad manufacturera global. La tecnología agregativa (impresión en 3D) hace innecesarios los inventarios para partes automotrices, aeronáuticas e industriales, ya que basta con guardar los archivos digitales para imprimirlos en función de la demanda con costes mínimos.
Hay análisis todavía más inquietantes, como el que hacen Simon Evenett, profesor de la universidad de San Gallen, y Gabriel Felbermayr, director de economía exterior del Instituto IFO, que ven un claro paralelismo entre el actual retroceso de la globalización con la situación de 1913, antes del comienzo de la I Guerra Mundial, donde repuntó también el proteccionismo y la renacionalización.
Basta mirar las encuestas de Donald Trump y el Brexit para pensar, efectivamente, que el mundo está abocado a poner «puertas al campo». Pero no nos engañemos, el G20 ha dejado claro que Estados Unidos y Japón no están dispuestos a renunciar al mercado de 500 millones de consumidores de la UE que el Reino Unido pone en peligro. Y apenas se amplía un poco la perspectiva, la globalización parece ya irreversible, de acuerdo al actual nivel de intercambio de datos y comunicaciones que ha posibilitado internet.
Incluso Anthony Giddens, uno de sus grandes críticos, nos recuerda que «como nunca hasta ahora, hechos que suceden en ciertos lugares pueden afectar, directa e inmediatamente a escala global, fenómeno que no se restringe a la esfera económica». Resulta tan absurdo, por lo tanto, hablar del final de la globalización en la era Google como renunciar a sus beneficios.
Un estudio encargado por la Fundación Bertelsmann y realizado por el instituto Prognos AG, que incluye a 42 países, constata que el proceso se ha ralentizado desde 2007. Si durante el periodo 1990-2011 la globalización había ocasionado un ascenso promedio de 610 euros en el ingreso por habitante en los países estudiados y un aumento del PIB conjunto de 970.000 millones de euros por año, los datos se reducen rápidamente si se toma en consideración el periodo 1990-2014, donde el aumento del ingreso por habitante promedio es solo de 580 euros.
El director del estudio, Thiess Petersen, advierte del aumento de la pobreza que acarreará un crecimiento del proteccionismo «que no es una respuesta a la crisis financiera ni un impulso al crecimiento» y aconseja que los países industrializados abran sus mercados a productos de países menos desarrollados.
Con información de ABC