La instalación el 4 de agosto de la Asamblea Nacional Constituyente llevó consigo la entronización de su presidenta, la excanciller Delcy Rodríguez, que se convertía de esa forma en la figura con más poder en Venezuela junto con su protector y admirador más entusiasta, el presidente Nicolás Maduro.
De esta "joven profesional" y "valiente" que "conserva su espíritu" de persona "de a pie" -como la definió Maduro- se dice que es uno de los pocos integrantes de los círculos del fallecido presidente Hugo Chávez que no le rindió pleitesía personal, lo que explicaría que durara apenas medio año como ministra del Despacho de la Presidencia.
Mantenerse fiel, incluso ante Chávez, a su vehemencia a veces brusca -que escandalizó entre colegas y diplomáticos cuando fue ministra de Exteriores- le costó no volver al Gobierno hasta la muerte en 2013 del comandante, un ostracismo al que puso fin Maduro al nombrarla ministra de Información después de asumir el cargo.
La próxima parada de su carrera -a la que adornan estudios de Derecho en París y una temprana militancia socialista- estaba en uno de los ministerios más preciados, la Cancillería, en la que empezó a mandar en diciembre de 2014.
Como jefa de la diplomacia replicó con convicción férrea el discurso del chavismo sobre la crisis en que se ha ido hundiendo Venezuela: la escasez y la inflación galopante son obras de la "guerra económica", y las críticas exteriores argucias imperialistas.
Lo hizo en el período más difícil, sin la bonanza de petrodólares con que Chávez sembró el socialismo en la región y con un continente que había girado a la derecha tras años de preponderancia de izquierda.
Su hora de mayor gloria llegó poco antes de dejar el cargo para ser candidata a la Constituyente, cuando evitó, junto a los países socios del Caribe, la condena a Venezuela en la Organización de Estados Americanos (OEA) por la que abogaban gigantes regionales como Brasil, México o Argentina y la mayoría de países de más peso.
Fue un triunfo agónico, que se traduce más bien en haber evitado una derrota, pero el Gobierno lo celebró como una victoria épica de la que Delcy era la heroína.
Cuando tras defender "como una ‘tigra'", en palabras de Maduro, la soberanía y la independencia de su país dejó la Cancillería en junio, Venezuela estaba más aislada de lo que lo había estado nunca.
Pero aún lo estaría más semanas después con la instauración de la Constituyente, el órgano plenipotenciario que preside, que no ha sido reconocido por el grueso de países de América y Europa y es considerado por muchos una forma de consolidar una dictadura en la nación petrolera.
Desde que se pusiera al frente de este suprapoder constituido para refundar el Estado, la excanciller y estrella emergente de un chavismo gobernante en horas bajas se ha mostrado implacable.
La Constituyente ya ha destituido a la fiscal general, Luisa Ortega, crítica con Maduro y ha creado una "Comisión de la Verdad" que podría llevar a la cárcel a los líderes opositores que han convocado protestas contra el Gobierno.
Además ha dejado clara su intención de intensificar las medidas económicas socialistas del Gobierno.
"Nos moriremos de hambre pero aquí estaremos defendiendo la patria. Cuando el clarín de la patria llama, hasta el llanto de la madre calla", dijo en un acto de campaña para la Constituyente la que sería después su presidenta, al abogar por mantener sus políticas pese a la "guerra económica" que dice sufrir el chavismo.
Además de un vigor difícil de encontrar últimamente en el oficialismo, una lealtad monolítica y un gusto por las cosas caras que la excanciller también exhibe, Rodríguez presenta para su nuevo papel protagonista en la revolución un pedigrí familiar inmejorable.
Delcy es hermana del alcalde del municipio caraqueño Libertador, el psiquiatra Jorge Rodríguez, uno de los hombres más influyentes dentro del chavismo gobernante, que ocupó la vicepresidencia del Gobierno y la presidencia del Consejo Nacional Electoral y es a menudo portavoz de facto de las estructuras oficialistas.
Ambos son hijos del guerrillero urbano y político de izquierda Jorge Rodríguez, que murió en los sótanos de la policía secreta durante un interrogatorio por un secuestro en el que se le implicaba y es un símbolo de la represión a los movimientos revolucionarios durante los años de democracia bipartidista.
Con información de EFE