Pocas cosas muestran con tanta elocuencia el momento de debilidad política del kirchnerismo que los tuits escritos por Cristina Kirchner el día de los allanamientos en Santa Cruz.
La parte menos comentada de su mensaje, pero la de mayor importancia política, no es el ya habitual argumento de que sufre persecución política por parte de una justicia y un gobierno que quieren tapar ante la opinión pública los efectos del ajuste económico.
Esa estrategia de autovictimización es la adoptada por Cristina desde mucho antes de dejar la Presidencia, y corre el riesgo de entrar en una etapa de "rendimiento decreciente".
En cambio, el párrafo importante es ese en el cual la expresidenta le envió un mensaje cifrado a sus bases políticas. "¿Creerán que de esta manera lograrán disciplinar a la dirigencia política, sindical o social opositora?", se preguntó la exmandataria. Y a continuación se contestó: "Tal vez podrán con algunos, o tal vez con todos".
Ese es, en definitiva, uno de los mayores temores de Cristina: la constatación de que esa fuerte base de apoyo político se empieza a desdibujar.
De la aplanadora al dialoguismo Pasó apenas un año, pero parecen lejanísimos aquellos días en los que se pronosticaba que el kirchnerismo impondría su voluntad a cualquier gobierno, gracias a la fuerza arrolladora de su mayoría parlamentaria, que le permitiría bloquear cualquier iniciativa oficial.
Pero ese pronóstico era, como algunos sospechaban en ese momento y como todos están comprobando hoy, un análisis defectuoso, que desconocía una de las verdades inmutables de la política argentina: en el peronismo, la única lealtad inquebrantable es con la propia supervivencia.
Esta realidad acaba de ser ratificada de manera contundente con la aprobación del proyecto de ley que establece un blanqueo de capitales, con el cual espera financiarse el millonario pago retroactivo a jubilados que estaban en juicio con el Estado.
Cristina Kirchner había fustigado duramente este proyecto, al que calificó como "un caballo de Troya" dentro del cual vendría escondido un afán reprivatizador del sistema jubilatorio. Y había realizado una sugestiva advertencia: "Quiero decirle a los legisladores y legisladoras nacionales (que llegaron a sus bancas en las boletas del Frente para la Victoria), que no voy a decirle a ninguno de ello, cómo tienen que votar. Son todos mayores de edad. Y algunos y algunas, legisladores desde los años 90, cuando quien suscribe votaba en soledad casi absoluta en los entonces bloques oficialistas".
El mensaje era claro: quien votara el proyecto oficialista deberá en el futuro dar explicaciones sobre por qué dio su apoyo a la "destrucción del sistema previsional".
"Creen, sinceramente, que su futuro político se juega en el resultado de una votación. O en el recinto del Parlamento", apuntó, aunque acto seguido advirtió que quienes incurran en esa actitud oportunista "deberían comprender que lo que venga después nunca va a ser igual".
A juzgar por los resultados de las votaciones parlamentaria, el ascendente de Cristina Kirchner sobre su propia bancada se ha desmoronado en un proceso acelerado: apenas 11 senadores de 40 siguieron su consejo.
Haciendo números, eso implica que, de aquella mayoría que metía miedo, los kirchneristas puros que están dispuestos a resistir toda iniciativa macrista son 15% del total del Congreso. Aproximadamente lo que los politólogos creían que conformaba el "núcleo duro" de la militancia kirchnerista en el total del electorado argentino.
Aun cuando muchos previeran que esto podía ocurrir, la velocidad de la debacle kirchnerista no deja de sorprender.
Es cierto que los recientes escándalos de corrupción que salpican a exfuncionarios precipitó el proceso de descomposición, porque muchos quieren evitar que el descrédito los manche. Esto quedó en evidencia cuando la Cámara de Diputados debatió si debía levantar los fueros del sospechado exministro de Planificación Federal Julio De Vido de manera que sus propiedades pudieran ser allanadas.
En aquel momento, un tercio de los diputados K se ausentaron del recinto a la hora de votar, una manera de dejar en claro que no pensaban exponerse en una defensa explícita del funcionario acusado por corrupción. Y el mismo día, un grupo de legisladores anunció su separación del bloque Frente Para la Victoria.
Pero, aun cuando es un punto sensible, la corrupción es un tema secundario. El desgajamiento de la bancada legislativa kirchnerista había empezado mucho antes.
El asunto de fondo, como siempre, es plata. Para muchos legisladores peronistas, especialmente para los que están vinculados a los gobiernos provinciales, el éxito político está atado a la capacidad de obtener partidas presupuestarias y una tajada importante del reparto de impuestos, de manera de contar con margen para obras públicas y financiar iniciativas de rédito electoral.
Es una de las lecciones mejor aprendidas por Mauricio Macri, que le dio a entender a los gobernadores y senadores provinciales que su suerte financiera estaba atada al éxito del gobierno nacional. Fue así que consiguió lo que parecía imposible: una mayoría muy holgada, con un nutrido aporte peronista, le dio el aval para acordar con los "fondos buitre", pagarles cash y volver a tomar deuda externa. Es decir, todo lo opuesto a lo que pedía Cristina, que había hecho de la resistencia antibuitre y el desendeudamiento sus principales banderas.
Buscando aliados desde el llano Esta situación está lejos de sorprender a la propia Cristina Kirchner, que sabe mejor que nadie la diferencia entre ser leal a un dirigente en el poder y mantener esa fidelidad cuando el dirigente está en el llano. No por casualidad, en su carta admitió que entendía la existencia de tentaciones de pactar con el gobierno, como una forma de asegurar el capital político individual.
Ya había dado muestras de entender el nuevo panorama político cuando, en abril, transformó su comparecencia ante un juzgado en un acto de apoyo masivo, frente a los tribunales federales de Comodoro Py.
En aquella ocasión, Cristina no se dejó engañar por la imponente convocatoria militante: admitió que con el kirchnerismo puro no iba a alcanzar para frenar al gobierno macrista, y por eso propuso conformar un "frente ciudadano" capaz de ejercer presión para convertir al Congreso en una "escribanía del pueblo".
Pero, a menos de tres meses de aquella convocatoria, ya se puede hablar de un fracaso completo. Cristina no solo no logró sumar fuerzas extrakirchneristas a su "frente ciudadano", sino que está viendo licuarse su propio grupo político a pasos agigantados.
Con Información de: El Observador