Como cada mañana, después de beber café fuerte y fumar con calma en el patio de la casa el primer cigarrillo del día, Arturo se dispone a realizar las compras para su negocio de comida italiana al noreste de La Habana.
Recorre varios mercados en su destartalado Lada de la era soviética, en busca de queso gouda, jamón y chorizos. Antes de la nueve de la mañana abre la cafetería con un menú de no menos de doce productos.
Invirtió el equivalente a 7.000 dólares para remozar una vieja casona y su proyecto de vida es simple. “Reunir dinero para sacar a mi familia de Cuba. Si las cosas me van bien, desearía poder vivir a caballo entre La Habana y Miami. El Gobierno de Estados Unidos debería eliminar la Ley de Ajuste y aprobar un permiso de trabajo temporal para los cubanos”, señala, mientras prepara batidos de frutas.
El año pasado, Arturo trabajó tres meses por la izquierda en un restaurant de Tampa y reunió el dinero suficiente para abrir su negocio en Cuba, a pesar que le pagaban solo ocho dólares la hora.
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Como cualquier emprendedor privado cubano, mira con desconfianza el futuro. Arrinconado por una montaña de normativas absurdas y gravámenes excesivos, que impiden acumular dinero y crecer de manera legal, Arturo sobrevive comprando mercancías en el mercado negro o burlando el fisco con trampas financieras.
Da por hecho que a la vuelta de cinco años, quizás menos, las grandes cadenas de Estados Unidos conquistarán a Cuba.
“Creo que es inevitable. La mejor manera de contrarrestar la nueva oleada de inversiones estadounidenses sería con un Gobierno que apostara por la democracia y abriera mayores espacios a los negocios locales, que nos permita estar mejor posicionados cuando llegue el desembarco. Pero me temo que no va suceder. Por tanto Pizza Hut, Burger King y Mc Donald’s nos van a sepultar”, confiesa Arturo.
No ha sido necesario reuniones del partido comunista, adoctrinamiento ideológico o marchas de protestas frente a la Embajada de EEUU en La Habana para que un sector elitista y boyante de los negocios privados en Cuba mire, al menos con suspicacia, la desigual competencia que se avecina cuando aterricen las empresas americanas.
“Este Gobierno, por su manía de controlarlo todo y poner freno a los trabajadores privados, les está allanando el terreno a los negocios extranjeros. Y en el futuro, por geopolítica y el factor humano -puede que dentro de cinco años en la Florida radiquen tres millones de cubanos, lo que la convertiría en el lugar con más habitantes de Cuba- va a desplazar a las empresas europeas, asiáticas y de América Latina. A lo mejor las peluquerías y vendedores ambulantes de tamales se salvan”, apunta Olga Lidia, dueña de un hostal que alquila a turistas extranjeros.
“La llegada de los yanquis es buena para renovar la ciudad, reparar las calles y aumentar el consumo, pero yo tendría que cerrar mi chinchal de rellenar fosforeras. ¿Quién carajo va a rellenar fosforeras cuando por montones se vendan fosforeras desechables? Los reparadores de paraguas, zapateros remendones y parqueadores entrarían en crisis. La gente no va a necesitar reparar esas cosas y la ciudad se llenaría de parquímetros”, dice Josué.
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Norbelis, informático, considera que el Gobierno de los hermanos Castro es una jaula de fósiles caprichosos que con sus políticas temerosas en detrimento del trabajo privado están embargando el futuro del país.
“Ellos piensan como clan. Como son los dueños de los coches y de los caballitos, harían una fortuna. Pero el resto se va joder. Lo ideal hubiera sido articular un empresariado autóctono fuerte. Pero con una tropa de cacharreros y buscavidas, los negocios informáticos y de reparación de celulares no sobrevivirían. Quizás los más creativos escapen o sean fichados por las grandes empresas tecnológicas yanquis”, augura Norbelis.
Dayán, al frente de una oficina de diseño, reza para que el Congreso en Washington no levante el embargo económico y financiero contra la Isla.
“Si eso sucediera, quizás los mejores diseñadores puedan ser contratados en empresas con capital americano. El resto, a lavar platos. Si en algo son excesivamente poderosos los gringos es por su publicidad y por sus fuerzas armadas”, subraya Dayán.
Liván, quien recientemente compró un bar en el sur de la capital, insiste en que el “Gobierno debe abrir mayor espacio y oportunidades al trabajo privado. Muchas pequeñas empresas y negocios debiéramos unirnos. Cuando desembarquen los “yumas”, por culpa de los idiotas del régimen, no va quedar títeres con cabeza. En ese posible escenario vamos a tener que guapear una visa y emigrar a la yuma [Estados Unidos]”, apunta.
Muchos emprendedores privados cubanos reconocen la obsolescencia del sistema comunista. Y coinciden en decir que es un fracaso y se debe optar por la democracia, la transparencia gubernamental, el apoyo a las empresas estatales que realmente funcionen y a los negocios privados.
“De lo contrario, cuando se abran las compuertas, el estado de indefensión de los trabajadores particulares y la descapitalización de las empresas estatales sería cosa de coser y cantar para los hombres de negocios estadounidenses. A este país hay que hacerlo nuevo. La culpa es de Fidel Castro. En el futuro que se nos vienen encima, sino cambia el panorama, los americanos nos van desayunar como si fuésemos bocaditos. Tanto antiimperialismo para morir en sus manos”, opina Arturo, dueño de una pizzería habanera.
Es una opinión casi unánime de muchos emprendedores privados que, debido a las políticas restrictivas del régimen hacia sus ciudadanos, a la vuelta de diez años, Cuba será un Estado bicéfalo. Lo peor del capitalismo africano mezclado con el socialismo marxista.
Y gobernado por una plutocracia militar junto a parientes con el apellido Castro. Como Rusia o China. Tal vez peor.
Con información de Diario Las Américas