La desesperación que millones de venezolanos sufren cada día por la falta de alimentos y medicinas ha transformado a las empresas que envían remesas de España a Latinoamérica. “Vivimos momentos de mucha angustia y estrés, estamos hablando de cuestiones de supervivencia”, explica Ernesto Reyes, empleado de Tamarindo Express. Este año se han creado al menos cinco nuevas compañías que se dedican, sobre todo, a mandar dinero y paquetes a Venezuela. “Para nosotros es angustioso porque la gente viene muy mal, deshecha, con historias horribles de inseguridad y falta de comida”, comenta Reyes, quien apenas da abasto para atender a los clientes.
La marejada de envíos para subsanar la escasez ha hecho que pequeñas empresas dedicadas a las remesas y a la paquetería, como Tamarindo Express, transporten una tonelada de pedidos a la semana. Los venezolanos representan ya el 80% de la clientela, mientras que hace un par de años apenas superaban el 20%. Y la cifra sigue aumentando. Mientras que en 2013 había unos 7.500 establecidos en España, en 2015 ya eran casi 20.000, según el Instituto Nacional de Estadística.
“La que más está sufriendo es la clase media y los pobres, pero actualmente las remesas son un ingreso prioritario para todos los sectores económicos del país”, puntualiza Rafael Crespo, profesor de la Universidad Simón Bolívar de Caracas establecido en Barcelona. Quienes llevan años dedicándose a este negocio han tenido que contratar más personal para satisfacer la demanda. La frase más escuchada en los locales es: “Si no llega el paquete, no comen”. Los empleados de la empresa aún recuerdan el día que un señor les enseñó una foto de su hijo que había recibido un disparo en una pierna y les explicó que “si no le enviaba dinero en dos o tres horas, no le atenderían”. Reyes afirma que este tipo de “historias espeluznantes” no han parado de surgir este año.
Pañales, jabones, champú, arroz, caraotas [judías] negras e incluso harina reimportada desde España para preparar arepas son los productos que se mandan de forma más habitual. El coste del envío de paquetes fluctúa entre los siete y los 10 euros por kilo, un importe que multiplica varias veces el valor original de los productos y que obliga a los clientes a formar grupos para obtener tarifas reducidas al mandar volúmenes más grandes. “Nos juntamos personas que venimos de la misma ciudad para que nos salga más barato”, explica Érick Juan, que lleva seis meses en Madrid. La principal preocupación de los clientes es si los paquetes llegarán a su destino. Ante las dudas, las empresas han optado por colaborar con negocios locales que se encargan de entregar los pedidos hasta el domicilio particular de los beneficiados, modelo que hasta el momento ha funcionado.
El desabastecimiento ha obligado a los que se quedaron a cruzar a Colombia, buscar los productos en el mercado negro o recurrir a familiares en el extranjero. “Mis padres ya son mayores, se quedaron allá y necesitan medicamentos”, cuenta Peggy Hernández, quien durante los siete meses que lleva en Madrid ha hecho dos envíos; “les apoyo con productos de primera necesidad y evito alimentos que caducan en una semana; no es rentable”.
Con información de El País