Volantazo de Pedro Almodóvar, quien ya no es el mismo pícaro, excéntrico y exacerbado director que hemos conocido y contemplado en la primera docena de las veinte películas en su haber. Para los desprevenidos degustadores del cine del realizador de "Volver", "Hable con ella", "Todo sobre mi madre", sepan que "Julieta", que desembarca hoy en la cartelera porteña, es un drama atrapante, intenso, vigoroso aunque no lacrimógeno, con constantes idas y vueltas entre el presente y el pasado, y que invita a la reflexión y a la discusión también.
Se agradece que el cine de Pedro se empecine en seguir produciendo reacciones, interrogantes, contrapuntos… No pasa indiferente, pese a que su España lo enterró al manchego: por un lado, las críticas lo vapulearon; por otro, el público le dio la espalda, lo que resulta doblemente doloroso para el exigente ego del director de 67 años. No es un tema menor el de la edad y Almodóvar plasma en "Julieta" aspectos que tienen más que ver con un realizador maduro y realista que con aquel antisistema y transgresor.
Después de esos dos pasos en falso que resultaron "La piel que habito" y "Pasajes amantes", retornó su cine incisivo y profundo: basado en tres cuentos de la canadiense Alice Munro, "Julieta" abarca tres décadas de un trágico vínculo madre-hija, en la que se aborda el dolor de la protagonista del título cuando su hija la abandona con apenas 18 años y luego no sabe nada más de ella.
Interpretada en tiempo presente por Emma Suárez (primera musa del vasco Julio Medem), Julieta está a punto de abandonar Madrid para instalarse en Portugal con su pareja, Lorenzo (Darío Grandinetti, siempre querido por Almodóvar, aunque suele vérselo incómodo por lograr un acento español convincente), pero un encuentro casual con Bea, una amiga de su hija Antía, echa por la borda el proyecto portugués. La Julieta actual es melancólica y otoñal; algo esconde, como sospecha Lorenzo.
Divo Gordo
Ese cruce con Bea alimenta la esperanza de Julieta de reencontrarse con su "fugitiva" hija , por lo que empieza a escribir en una suerte de diario íntimo y catártico que invitará al pasado, a entender qué sucedió con Antía y a conocer, claro está, a la Julieta joven, encarnada por Adriana Ugarte, cuyo look ochentoso recuerda a las mujeres que Almodóvar solía retratar en "Qué hecho yo para merecer esto" o "Kika". En ese flashback nos enteraremos que en su juventud, el personaje central era profesora de filología y que en un viaje en tren conocerá a quien sería su amante y padre de su hija.
Es notorio cómo se identifican y se chocan las dos Julietas: la liberal, desprejuiciada y aventurera de antes, con la desgarrada, algo ida y de mirada triste de ahora. Allí se ve el insistente pedido de Pedro, quien les ordenó a sus actrices: "Llorar está prohibido". Reconoce el realizador que reatrató a una madre débil, vulnerable y con menos capacidad para luchar. Notorio contrapunto de las mujeres todopoderosas de las que solía ser habitué.
En otro flashback asoma Xoan (Daniel Grao), un pescador de un pueblito gallego: el ya mencionado marido de aquel pretérito que arranca en 1985.
Volvemos al paso del tiempo que está latente en "Julieta" y que abraza, cariñoso, a este Almodóvar que sigue caminando aunque más lento debido a insistentes dolores de espalda. "‘Julieta’ es una película sobre la tragedia del paso del tiempo", enfatiza quien sigue apostando por su país, a pesar de que su cine moleste y no termine de convencer. El influyente crítico de El País, Carlos Boyero, fue injustamente lapidario: "Almodóvar anda un poco perdido del mundo real desde hace tiempo. Y en ‘Julieta’ me he reído mucho ante tanta ridiculez". No es una película que invite a la risa, apenas un sonrisa -merecida- para recibir a la enorme Rosy de Palma (actriz fetiche) en su mordaz rol de ama de llaves.
Se redimió Almodóvar con una propuesta distinta, profunda que, probablemente, no dejará a todos satisfechos. Pero qué importancia tiene eso.
Divo Gordo
Tags: España
Con Información de: La Razon