El presidente del Gobierno convierte la entrevista de âEl Hormigueroâ en un dicharachero acto de propaganda
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Pareció Rajoy alcanzar el éxtasis. Emulaba incluso a Chaplin en el desenlace de El gran dictador. Un monólogo de varios minutos que se hizo melifluo, empalagoso. Y que le permitió hablar de las glorias de España. Y que le consintió recrearse en su aptitudes de timonel. Fue un homenaje a sí mismo que los espectadores de âEl hormigueroâ vitorearon como si Rajoy descendiera del Sinaí. âPresidente, presidenteâ, jaleaba el público cuando el líder del PP se hizo imprescindible e insustituible.
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Estaba dicharachero, incluso âchananteâ el líder popular. Y pareció por momentos encontrarse en el Club de la comedia. Un público propicio. Un regidor entusiasta. Una claque devota. Y una socarronería que Rajoy administró homeopáticamente entre sus mensajes electorales. Colocó el género Rajoy como un vendedor de crecepelos.
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No encontró resistencia a la dramaturgia de la propaganda. Pablo Motos le tuteó como a un colega. Y como a un colega, evitó ponerle en apreturas. Ni siquiera estando tan candente y tan caliente el escándalo de las escuchas del ministro del Interior.
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No procede la dimisión. Todo lo contrario. Rajoy estaría dispuesto a galardonarlo y a condecorarlo. Porque la víctima es el ministro. Y la víctima es el PP, de forma que el presidente quiso convencernos de que el problema no consiste en espiar a los partidos rivales ni en quebrantar la separación de poderes. Radica en las razones interesadas por las que el escándalo aparece a unos días de las elecciones.
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Qué casualidad, ¿no?, preguntaba el presidente para recrear la teoría de la conspiración. Y para sobrepasar el modesto escollo de una entrevista condescendiente, amistosa, tan cordial que Pablo Motos descuidó cualquier escrúpulo protocolario.
Divo Gordo
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âEstás haciendo un discurso, presidente, y de repente vas y la cagasâ, le trasladó el director de El hormiguero en alusión a los circunloquios de Mariano Rajoy que se convierten en virales. Como cuando dijo aquello de que âes el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcaldeâ. Un jiji-jaja. Un no parar de reírse.
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La anécdota redundó en el desenfado del programa. Rajoy sin corbata. Y Rajoy sin chaqueta, pues de ella se despojó Mariano cuando Motos lo expuso a caminar en una cinta mecánica. Nada de bailar, como hizo Soraya. Nada de cantar, como hizo Iglesias. Y nada de experimentos científicos ni de hombres de negro.
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La gran prueba consistió en andar a siete kilómetros por hora con una pendiente del 4,5%. Son las condiciones en las que Rajoy se desplaza hacia la victoria del 26J. âCon la conciencia muy tranquilaâ, aclaró el presidente, por si hubiera dudas.
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Y por si dudas hubiera, repitió los mensajes que le hemos escuchado en los últimos seis meses, atribuyéndose la sensatez, el sentido común, reiterando que España requiere una gran coalición y necesita un âsherpaâ de su propia audacia.
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Se divirtió el presidente en El hormiguero. Anduvo ingenioso. Debieron estimularle los aplausos de los espectadores. No siempre espontáneos. Porque no fue un programa cualquiera. Ni por las medidas de seguridad a las que nos sometieron. Ni por la proliferación de jóvenes peperos que se identificban con la bandera de España en la muñeca y que reaccionaban al verbo del gran jefe como si fuera Manitú.
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âPresidente, presidenteâ. Así despidieron a Rajoy. Y lo hubieran sacado a hombros. Acaso otro día. Porque el líder del PP ha prometido volver. Razones no le faltaron.
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Fuemte: El País
Divo Gordo
Tags: España
Con Información de: Confirmado