La operación que el pasado 3 de enero dio de baja a Qassem Soleimani, el general iraní que supervisó la red de ejércitos cuyo objetivo radica en expandir el poder regional de la República Islámica, traerá tarde o temprano a una venganza de Hezbolá, el grupo político-terrorista libanés cuyas operaciones han sido detectadas en lugares tan lejanos a Oriente Medio como Sudamérica, Europa y África, reseñó Infobae.
El Político
El reportero George Chaya reseña que profundamente arraigado como consecuencia de años de presencia en America del Sur, Hezbolá es posiblemente la única milicia chiíta perteneciente en un cien por ciento a la red Soleimani. Y es el único que dispone de la doble ventaja de capacidad y proximidad para ejecutar represalias contra la administración Trump por la muerte del comandante de la Fuerza Al-Quds con un ataque directo en suelo estadounidense.
Recientemente, la capacidad operativa del grupo en America Latina logro extenderse con cierto éxito hacia America del Norte, tal como quedo demostrado en septiembre pasado cuando las autoridades de Nueva York detuvieron a Alexei Saab. También conocido como “Ali Hassan Saab”, era un operativo de Hezbolá que realizaba la vigilancia de posibles objetivos y blancos para ayudar a la organización a prepararse para futuros ataques dentro de los Estados Unidos. A diferencia de China y Rusia, EE.UU. es un enemigo declarado de Hezbolá. De hecho, designó hace ya mucho tiempo a todo el grupo, incluida su ala política, como una organización terrorista extranjera.
En los últimos meses, el Departamento de Estado y la comunidad de inteligencia de Washington han concluido que hay suficiente evidencia para respaldar los reclamos que vinculan a Hezbolá con actividades criminales, incluido el tráfico de drogas y el lavado de activos en América del Sur.
Mucho se ha escrito sobre la presencia de Hezbolá en el área conocida como la “Triple Frontera”, la cual se extiende lo largo de las fronteras entre Paraguay, Argentina y Brasil. Desde los ataques del 11 de septiembre de 2001, los estadounidenses han advertido sobre la formación de células terroristas islamistas en esa zona del continente. Allí, Hezbolá ha sido capaz de encontrar una base de apoyo fuerte al aprovechar la presencia de la diáspora libanesa: muchos de los antepasados de ciudadanos brasileños, paraguayos y argentinos de dicho origen comenzaron a llegar a la zona antes de 1930. En ese momento, la mayoría profesaba el cristianismo. Pero la ecuación se altero como consecuencia de la guerra civil libanesa (1975-1990) que dio lugar a la migración masiva de ciudadanos, incluidos musulmanes chiitas, y se amplio como producto de las conversiones que se llevaron a cabo en los últimos 20 años.
El hecho de que hoy, más de 5 millones de inmigrantes libaneses y sus descendientes vivan en solo dos países (Brasil y Argentina) ha demostrado una clara ventaja para Hezbolá, que trata de cultivar activos de inteligencia de todo el espectro religioso.
Por más de 25 años Hezbolá ha desarrollado contactos locales para facilitar y ocultar sus operaciones de tráfico de drogas, lavado de dinero y financiamiento del terrorismo. Desde 2009, un número importante de ciudadanos libaneses han sido sancionados por el Tesoro de los Estados Unidos por su conexión con el crimen organizado, en particular el tráfico de drogas y el lavado de dinero.
Recientemente, el Departamento de Justicia de los EEUU condenó a Ali Kourani, nacido en el Líbano y naturalizado ciudadano estadounidense, a 40 años de prisión por sus actividades ilícitas como agente de la organización y componente externo de planificación y ejecución de sus ataques en el exterior.
Actualmente se aprecia una imagen mixta que emerge de los desarrollos recientes. En los EEUU se han logrado avances significativos en lo que respecta a la posibilidad de aprovechar las operaciones de lucha contra el crimen para frenar a Hezbolá. Sin embargo, la comunidad internacional está dividida sobre el tema: intereses divergentes impiden la acción organizada para abordar a la organización también en el contexto criminal y no solo en materia de terrorismo internacional.
Existe una superposición obvia entre el terrorismo y el tráfico ilícito de drogas y el lavado de dinero, pero los motivos no son necesariamente los mismos. Los estadounidenses encontrarán muy difícil, si no imposible, combinar la guerra contra el terrorismo con la guerra contra el tráfico de drogas, especialmente considerando las diferencias de infraestructura de las agencias, la posición política de los gobiernos y los activos locales de los países de la zona de Triple Frontera. Las burocracias lentas no están equipadas para luchar contra tácticas guerrilleras de atuendos criminales y terroristas despiadados. Si bien los terroristas y los delincuentes ciertamente colaboran en muchos casos, es sumamente complejo identificar una gran estrategia en conjunto entre los dos elementos en América Latina.
Sin embargo, lo que es seguro es que la razón detrás de la estrategia de Hezbolá para América Latina está estrechamente vinculada a su origen como la exportación revolucionaria más exitosa de las políticas de Irán.
A pesar de que la posición interna de Hezbolá se vio fortalecida por los éxitos electorales y la polarización sectaria, su retórica anti-occidental agresiva y el ataque a los intereses estadounidenses e israelíes la colocaron firmemente en la mira de los varios países. No obstante, Latinoamérica, con sus partidos políticos de izquierda y sus regímenes “revolucionarios”, fue un lugar adecuado de amistad.
Los gobiernos sudamericanos, en muchos casos simpatizantes, le otorgaron a la organización un alto grado de libertad operativa. Por ejemplo, en su tiempo, Luiz Inácio Lula da Silva, el político socialista que se desempeñó como presidente de Brasil entre 2003 y 2010, invirtió una gran cantidad de capital diplomático para tratar de forjar un acercamiento con Hamas y Hezbolá, así como con el principal respaldo de los dos grupos: la República Islámica de Irán.
La iniciativa de Lula fue parte de una estrategia más amplia para aumentar el alcance de Brasil y fortalecer las relaciones bilaterales con Rusia, Irán y sus aliados del Oriente Medio, al tiempo que ignoro las preocupaciones de Washington sobre la presencia de células de Hezbolá en su país. Asi, el grupo ha estado operando a nivel de base e intentando infiltrarse en los altos niveles del gobierno en Brasil y otros países latinoamericanos. El arresto en 2015 de Dino Bouterse, el hijo del presidente de Surinam, por invitar a agentes de Hezbolá a establecer una base en su país de origen a cambio de U$S 2 millones que finalmente no se pagaron, es una clara evidencia de cómo opera la organización.
Bajo el actual gobierno de Jair Bolsonaro, Brasil ha dado un giro de 180 grados con respecto a su política con Irán. Como corolario inevitable, el país ahora tiene poca tolerancia para las actividades de Hezbolá en la región. La política exterior argentina también había girado en la misma dirección que Brasil durante la administración del ex presidente Mauricio Macri. Hoy, no está muy clara la posición argentina en el escenario político local y regional luego de la asunción del presidente Alberto Fernández y su vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner.
Un resultado del cambio en el estado de ánimo político de la región fue el arresto en septiembre de 2018 por las autoridades brasileñas de Assad Ahmad Barakat, un hombre que los estadounidenses han considerado durante mucho tiempo “el financista clave de Hezbolá”.
En contraste con la posición actual de Brasil, el gobierno del presidente socialista venezolano Nicolás Maduro ve a Hezbolá como un aliado natural como parte de una política adoptada por primera vez por su predecesor, Hugo Chávez, quien profundizó los lazos con Irán cuando llegó al poder en 1999.
En este contexto mixto, el subterfugio y la criminalidad aparecen como elementos clave de la estrategia de seguridad latinoamericana para con Hezbolá. Un análisis profundo y responsable indica que no será fácil reducir el tamaño de la organización ni su capacidad de llevar a cabo ataques terroristas si se propone vengar el asesinato de Soleimani.
Los gobiernos latinoamericanos deben actuar con seriedad ante la posibilidad de que haya narcotraficantes activos que simpatizan con la causa de Hezbolá. El hecho que un grupo en control de 12 bancas en el parlamento libanés esté involucrado en el tráfico de drogas y en la recaudación de fondos en la región debería ser profundamente preocupante, incluso sin sus connotaciones terroristas.
En el corto plazo, es probable que América Latina sea una zona operativa aún más importante para los días venideros de Hezbolá, ya que es una región en la que el grupo ha invertido muchísimos recursos y, claramente, en ausencia de una respuesta firme y coherente a las actividades de la organización en América del Sur, podría representar una grave amenaza de seguridad para los países de la región en los próximos días y meses para cobrar venganza por la muerte de Qassem Soleimani.
George Chaya concluye señalando que Brasil y Argentina deberían saber que Hezbolá puede hacerlo y que dispone holgadamente de las capacidades operativas para ejecutar tal venganza, concluye el portal.
Fuente: Infobae