El pasado 07 de octubre, en medio de la mortal embestida lanzada por Hamás contra el Estado de Israel, un hijo llamaba a su padre.
El Político
En la conversación, el enardecido joven le contaba a su progenitor cómo había liquidado a por lo menos una decena de judíos.
“¡Hola, papá!”, gritó el muchacho. “Te hablo desde (el kibutz) Mefalsim”, continuó. “¡Tu hijo mató judíos!”, exclamó casi sin caber en sí.
El miliciano, un radical a toda ley, se ufanó cuando relató a su padre que le hablaba desde el teléfono de una mujer a la que él mismo había asesinado.
“La maté y maté a su marido”, admitió el joven extremista; mientras, del otro lado, un progenitor orgulloso repetía “Allahu Akbar” (“Dios es grande”, en árabe).
La retorcida escena, digna del guión de una película, lleva a preguntar qué tipo de alimento moral reciben los palestinos que deciden matar por convicción.
Si algo tienen en común los combatientes que, hace casi dos meses, tomaron por sorpresa a Israel, es que todos actuaron desde la firme idea de que aquella arremetida representaba algo superior.
De allí, el cuestionamiento: ¿qué se les enseña? ¿En medio de qué cultura se forman?
Las preguntas parecen encontrar respuestas cuando se repasa la filosofía de la “Yihad” (“Guerra Santa”, en árabe).
Para los defensores de esa forma de pensamiento (que es, a su vez, una forma de vida) hay una única religión aceptable y esa es el Islam.
Por consiguiente, el Islam ha de reinar en un mundo en el que todos los habitantes están en la obligación de practicarlo.
En consecuencia, toda acción, creencia o fe que no se rija por el Corán (libro sagrado del Islam) o por la Sharia (la ley islámica) entra dentro eso que los radicales denominan “impuro” o “infiel”.
Para los yihadistas (nombre que reciben todos los que forman parte de la Yihad), lo “impuro” merece un castigo y esa pena es la misma muerte.
A decir de los extremistas islámicos, la muerte es, a su vez, un modo de redención. De hecho, suelen creer que morir en nombre de su fe les garantiza un lugar en “el paraíso”.
Vista de esa forma, la muerte es más que el fin de un ciclo; es, de hecho, una herramienta de limpieza y purificación, es un medio para congraciarse con Dios… O con Alá.
Si se suma esta creencia (que no es la de todo el pueblo islámico) a la reivindicación de intereses políticos y territoriales, le hallaremos explicación a la crueldad exhibida por Hamás.
Tras siete semanas de conflicto en Gaza, la comunidad internacional ha puesto la lupa sobre la ofensiva israelí, más que sobre las acciones de Hamás.
Se ha pedido al Gobierno de Israel tener mesura en sus operaciones militares y se habla, con lógica preocupación, de las 13.000 víctimas que han perdido la vida en el enclave palestino.
Ello es legítimo, siempre y cuando no se olvide que, del otro lado, hay una organización terrorista que, sin ápice de pudor, ha asesinado y secuestrado.
Vista así, la ruina en Gaza es innegable, pero Israel no es el único responsable.