Las proyecciones de los medios de comunicación, y las progresivas certificaciones de los resultados de las elecciones presidenciales en los estados, indican que Biden tendría los votos de los Colegios Electorales para ocupar la Casa Blanca. Trump sostiene que es producto de una conspiración en su contra. ¿Es cierto lo que denuncia Trump?
El Político
El Departamento de Seguridad Nacional, la oficina de ciberseguridad y los órganos electorales sostienen que las elecciones han sido limpias. Pero lo cierto es que 73 millones de estadounidenses votaron por la reelección de Donald Trump y 70% de esos votantes piensa que hubo un fraude.
El portal El Confidencial hizo un completo análisis de los argumentos que alimentan esta percepción de que hay una gigantesca conspiración en contra del actual mandatario. Trump en tanto continua trabajando en su estrategia.
Los hechos
1.- Los medios fueron los que proclamaron al "ganador"
Es verdad. Pero es que son los medios los que lo adelantan siempre. También lo hicieron en 2016 y en las elecciones anteriores. La razón es que Estados Unidos no tiene un consejo electoral central. El recuento depende de cada uno de los 50 estados, luego los medios examinan los datos y arrojan una conclusión cuando están seguros de quién va a ser el ganador. Así ha sido y así lo están confirmando, ahora, los propios estados.
2.- Aún no se presentan pruebas del fraude
Los abogados de Donald Trump no han sido capaces de aportar ninguna prueba al respecto, pese a que un republicano esta ofreciendo un millón de dólares a quien presente alguna evidencia. Por eso ya varias demandas fueron desestimadas en los tribunales.
Si no cree lo que dicen ‘The New York Times’ o la agencia Associated Press, puede leer lo que dice el Gobierno republicano de Georgia, o la propia Administración Trump. Su Departamento de Seguridad Nacional ha corroborado que “no hay evidencia de que algún sistema borrase o perdiese votos, o de que de alguna manera fuese comprometido".
3.-Los muertos no votaron
El presentador Tucker Carlson dio crédito a la versión de que un muerto había votado. Los periodistas de ABC News descubrieron que no había votado el muerto, sino su viuda de 96 años. Carlson tuvo que disculparse públicamente.
4.-73 millones de incrédulos
El martes 3 de noviembre más de 73 millones de norteamericanos votaron por Trump. Casi cuatro millones más de los que habían engrosado el récord de Barack Obama en 2008. Una inmensa porción del país que, de momento, no reconoce a Joe Biden como ganador.
Una encuesta de ‘Politico’ y Morning Consult refleja que el 70% de los votantes de Donald Trump piensa que ha habido fraude.
Desde su punto de vista, lo que ha sucedido en Estados Unidos es un robo descarado de la voluntad popular.
"Los demócratas, que no habrían podido digerir la elección de Trump en las elecciones anteriores, se habrían asegurado esta vez de no cometer el mismo error y de amarrar bien los resultados. Es una teoría, insistimos, falsa; pero lo cierto es que no hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para creérsela", apunta El Confidencial.
La "conspiración"
1.- El fraude del voto por correo
Dados los riesgos de la pandemia de coronavirus, el voto por correo se duplicó, hasta rondar los 64 millones de papeletas. El sistema postal no estaba preparado para gestionar a tiempo semejante volumen y las leyes de algunos estados, como Pensilvania, impedían que el recuento empezase unos días antes para ir ganando tiempo. Esta es una de las razones por las que el escrutinio duró tanto, tensando la paciencia de los votantes y alimentando todo tipo de teorías conspirativas.
La mayoría del voto por correo, además, era demócrata. Esto suele ser así desde siempre, más aún en año de pandemia.
Por eso, el mapa electoral se tiñó de rojo al principio de la noche: porque los votos republicanos, depositados en persona, se contaron primero. Cuando Donald Trump cantó victoria prematuramente, lo hizo sabiendo que, según avanzara el recuento, muchos de los estados clave se volverían azules en las horas y días siguientes. Como si los demócratas, según la óptica conspirativa, pusieran a funcionar sus redes corruptas para revertir el resultado.
2.-Censurar al Presidente
En los días anteriores a las elecciones, las grandes redes sociales, dieron el salto y cerraron cuentas y portales a mansalva. Muchos de estos sitios web, acusados de propagar contenidos espúreos, resultaban ser de la órbita conservadora.
Las acciones de Twitter o Facebook solo reforzaron las acusaciones de censura por parte del Partido Republicano. El hecho de que estas compañías californianas sean abiertamente progresistas no ayuda a su defensa.
Los principales canales de televisión, todos ellos de clara tendencia progresista, salvo Fox News, decidieron cortar en directo las comparecencias de Donald Trump para no dar oxígeno a sus numerosos bulos. Desde los círculos igualmente progresistas de la prensa internacional resonaron los aplausos.
A los más de 70 millones de republicanos que votaron a Trump, por otra parte, quizá no les acabó de agradar que se censurase a su presidente de una manera tan tajante.
3.-Manipulación y agresiones en las calles
La percepción por parte de la derecha es de manipulación y de desprecio: todo indica, desde su perspectiva, que los malos perdedores son los demócratas.
Los sucesos acaecidos en Washington el fin de semana luego de las elecciones tampoco ayudan. Decenas de miles de personas acudieron a defender a Donald Trump y sus acusaciones falsas de fraude. La marcha fue mayoritariamente pacífica, pero, hacia el final, hubo peleas entre radicales de derecha y de izquierda, notablemente los Proud Boys y Antifa.
Al mismo tiempo, numerosos vídeos mostraron a la turba izquierdista amedrentar o incluso golpear por la espalda a los republicanos que habían ido a manifestarse.
Man wearing Trump shirt assaulted in BLM Plaza pic.twitter.com/JkL0HTWixf
— Matthew Miller (@mattmiller757) November 14, 2020
Aquí puede verse a un señor mayor siendo insultado, empujado y acosado por decenas de personas.
Aquí, una familia, niños incluidos, escapando de la muchedumbre con los ojos llorosos mientras son grabados y vilipendiados.
a family is visbly in tears as they’re threatened and assaulted while being forced away from #BlackLivesMatterPlaza #MillionMAGAMarch2020 #MillionMAGAMarch #BlackLivesMatter pic.twitter.com/j5jMNu5dOx
— eric thomas (@justericthomas) November 14, 2020
Igual que esta pareja de la tercera edad: rodeada por radicales que los persiguen, les gritan con un megáfono y tratan de arrebatarles su bandera de Trump.
BLM groups threaten elderly couple and attempts to steal their Trump Flag #MillionMAGAMarch pic.twitter.com/1kIYO2mg4e
— Jorge Ventura Media (@VenturaReport) November 14, 2020
Estos vídeos de agresiones llevan días circulando por los espacios conservadores de internet, que poco a poco se refugian en redes sociales alternativas como WeMe o Parler.
Los representantes republicanos, como Lee Zeldin, parlamentario neoyorquino, acusan a los grandes medios de no interesarse por estos ataques, como si solo cubriesen la violencia cuando esta viene de la derecha o de la policía.
4.-Una base irrompible
Lo normal es que un presidente, a lo largo de los años, tenga una popularidad variable en función de su gestión y de las circunstancias de su mandato.
La popularidad de Obama disfrutó de momentos dorados, de un 65%, y luego bajó al suspenso, al umbral del 40%. La de George W. Bush subió del 52% al 86% debido a los atentados del 11-S. Bill Clinton se movió entre el 40% y el 60%, Bush padre entre el 40% y el 85%, etc., lo mismo que Reagan, Carter o Nixon. La democracia es así: la opinión pública fluctúa en función de factores incontables.
Si miramos la popularidad de Donald Trump, en cambio, esta se mantiene prácticamente estática, en las inmediaciones del 40%, a lo largo de todo su mandato.
Es una popularidad baja, pero irrompible. Una popularidad de hierro, como si los éxitos y fracasos del mandatario no tuvieran ningún efecto sobre sus seguidores.
Como escriben Margaret Talev y Danielle Alberti: “Cuando Trump habla, su base escucha”.
5.- Trump es la referencia
Los resultados de estas elecciones vienen precedidos por un largo desgaste de la confianza mutua entre demócratas y republicanos y de la confianza general (sobre todo de los republicanos) en las instituciones.
Cuando Trump lanzó su campaña en 2015, se convirtió en un líder distinto a lo que estábamos acostumbrados. Más que un candidato a la presidencia, era una especie de chamán, de jefe tribal. Alguien que había logrado conectar a un nivel muy profundo con una parte sustancial del electorado.
Trump es la referencia, la única fuente, como si la confianza de la que antes gozaban las instituciones, el Gobierno, las universidades, los medios de comunicación, etc., y que estuvo unos años desperdigada. Es como si se hubiera concentrado de golpe en un líder que ha sabido captarla y ganársela y que ha mantenido mediante el juego de la polarización. Para lo cual estimula el odio de los progresistas, quienes, agarrados a sus propias teorías conspirativas, no hacen sino reforzar la lealtad de las bases republicanas.
En este contexto, el desafío de Trump a las normas fundamentales de la democracia solo es otra manera de dar a elegir al pueblo: o conmigo o contra mí.
Cada vez más republicanos van aceptando que todo parece confirmar que Biden tiene los votos de los Colegios Electorales. Lo que no se sabe es si esta aceptación se abrirá camino también en la calle.
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