Estados Unidos superó el millón de personas infectadas; hay aproximadamente entre 70.000 y 100.000 nuevos casos cada día, según Johns Hopkins.
El Político
Desde la muerte de Richard B. Fitzgibbon, el 8 de junio de 1956, hasta el fallecimiento de Kelton Rena Turner, el 15 de mayo de 1975, murieron 58.318 estadounidenses en la Guerra de Vietnam.
Ahora, desde el fallecimiento de Patricia Dowd, el 6 de febrero, hasta el martes 28, han muerto 57.862 personas por coronavirus en Estados Unidos según la web Covidvisualizer, lanzada por dos estudiantes de la universidad estadounidense Carnegie Mellon.
La web de la universidad Johns Hopkins, que se ha convertido en el sistema semioficial de conteo más fiable de Estados Unidos, daba la cifra de 57.266.
Al margen de esas discrepancias, que se deben fundamentalmente a que Johns Hopkins da más datos, la cifra es clara: en menos de dos meses, han muerto tantos estadounidenses por el coronavirus como cayeron en Vietnam, Laos y Camboya en la guerra que duró 18 años y 11 meses. A un ritmo de unos 2.000 muertos por día, es cuestión de horas que esa cifra se rebase.
Un dato simbólico
Los datos de fallecimientos llegan cuando el número de positivos en los test rompe también una cifra simbólica.En el mundo hay más de tres millones de positivos por coronavirus.
La barrera de los caídos en Vietnam es puramente simbólica. Pero llega en un momento en el que el Instituto de Mediciones y Evaluación Médica (IHME, según sus siglas en inglés) de la Universidad de Washington, que ha elaborado las proyecciones más conocidas sobre el alcance de la pandemia, ha incrementado en un 9,5% su previsión de fallecimientos en USA, que ahora quedan en 74.073.
A lo largo de toda la explosión de la enfermedad, ese centro académico ha manejado una horquilla de entre 60.000 y 93.000 fallecidos en Estados Unidos.
Con todo, las cifras de fallecidos por el coronavirus son inferiores en Estados Unidos a la mayoría de los países europeos. En USA hay 174,6 muertos por millón de habitantes. En Bélgica, la proporción es de 641,8; en España, de 509,8; en Italia, de 452,7; en Francia, de 347,7; y en Gran Bretaña, de 317,2.
Para que Estados Unidos tuviera la misma proporción de fallecidos que España, por ejemplo, deberían haber muerto por el coronavirus 168.195 personas.
Cifras controvertidas
Al igual que en España, las cifras de fallecidos también son controvertidas en el país norteamericano, donde hay estados, como Nueva York, que usan criterios más amplios a la hora de contabilizar los muertos, mientras que otros, como California, son mucho más restrictivos.
Las previsiones del IHME han sido criticados por caer en lo que el ex economista jefe del FMI y ex presidente del Banco Central de India, Raghuram Rajan, llama "matematicidad" ("mathiness"), es decir, por una dependencia excesiva de los modelos matemáticos.
Es algo que ese centro de investigación ha reconocido implícitamente en su última revisión, al explicar que "las muertes del Covid-19 no están cayendo rápidamente después de alcanzar el pico, lo que lleva a largas “colas” en las curvas en la mayoría de los estados".
De hecho, Estados Unidos lleva tres semanas en el pico, sin mostrar una tendencia a una bajada sólida. A medida que la pandemia va retrocediendo en Nueva York, el número de afectados y fallecidos en otros estados aumenta.
A eso se añade la apertura gradual de la economía en cada territorio, lo que puede provocar nuevos brotes. La aerolínea de bajo coste Jet Blue anunció ayer que a partir del 4 de mayo exigirá a todos sus pasajeros que lleven mascarillas dentro de los aviones.
Entre los muertos y la reelección
Si duda, la cantidad de fallecidos comienza a pasarle facturas al Presidente quien tenía casi segura su reelección antes de la llegadadel coronavirus:
El mandatario estadounidense gestiona la crisis impuesta por la pandemia con las elecciones presidenciales de noviembre en la mira. Mientras los desaciertos de la Casa Blanca se cifran en muertos, Trump improvisa diagnósticos sobre el fin de la enfermedad, desoye a los expertos y anuncia que deja de financiar a la Organización Mundial de la Salud.
Y cuando la pandemia Covid-19 apareció, nada estaba listo.
Ante la escalada de casos, el presidente Trump prefirió -como acostumbra- confiar en su instinto y aparcó los consejos de los especialistas, perdiendo semanas decisivas que pudieron salvar vidas. Casi tres meses después los Estados Unidos es el país del mundo con más víctimas mortales por la enfermedad.
Trump apostó inicialmente por modular el mensaje y proteger intereses económicos.
El secretario de comercio Steven Mnuchin luchó con uñas y dientes, pero sin éxito, contra la decisión de limitar los viajes desde el gigante asiático a los Estados Unidos. La presión política de los halcones conservadores que rodean a Trump -ansiosos por encontrar un chivo expiatorio- pesó más que las advertencias de Mnuchin de que la medida dinamitaría el pacto comercial que se negocia con la segunda economía mundial. Un pacto que -de concretarse- sería una plataforma electoral colosal para Trump en las elecciones de noviembre.
La escalada de la amenaza se confirmó en febrero entre mensajes de Trump negando la evidencia. El 7 de febrero escribió: “Cuando el tiempo sea más caluroso, esperemos que el virus se haga más débil y finalmente desaparezca”. Días después incluso puso una fecha: “En abril, supuestamente morirá con el calor”. El 24 de febrero Trump sostenía que “el coronavirus está muy controlado en Estados Unidos. Me parece que los mercados empiezan a tener buen aspecto”. Y el 26 de febrero remataba con una afirmación asombrosa: “Gracias a todo lo que hemos hecho, el riesgo para el pueblo estadounidense continúa siendo muy bajo. Los casos que hay ahora van a bajar en unos pocos días a cerca de cero. Muy pronto serán cinco personas y podrían ser una o dos en muy poco tiempo”.
La lucha por el relato
La devastación provocada por el virus ha atenuado la dialéctica agresiva de la Casa Blanca respecto a los inmigrantes, pero las bizantinas leyes de inmigración estadounidenses dificultan el reclutamiento de personal médico y de enfermería extranjero, imprescindible ante la falta de efectivos autóctonos, víctimas de la enfermedad en el ejercicio de su trabajo. En paralelo el coronavirus ha aflorado la gigantesca desigualdad existente en la sociedad estadounidense, y en particular en ciudades como Nueva York, donde los índices de mortalidad son astronómicamente mayores entre hispanos y afroamericanos, minorías raciales con ingresos más bajos y por tanto con menor acceso a la sanidad.
Trump -acosado por la prensa por la lentitud de su gobierno respondiendo a la crisis- se revolvió esta semana esgrimiendo un video donde se pondera su liderazgo ante el Covid-19. Con los primeros datos que indican una tendencia hacia el aplanamiento de la curva de contagios, el presidente retoma la lucha por el relato, consciente que a solo seis meses de las elecciones, el tiempo apremia para recuperar una economía que entrará en recesión este año, según el FMI. Trump parece entonces condenado a escoger entre reelección -más probable si reabre pronto el país- o más muertes, las que conllevarían una vuelta prematura al trabajo.
Un debate sórdido que no esconde cómo la falta de planificación nacional, combinada con el caos diario de una Casa Blanca absorbida por la improvisación y el desorden inherentes a Trump, han exacerbado en los Estados Unidos los devastadores efectos del coronavirus.
(Con información de El Mundo,rfi)