Volvieron a sonar los tambores de la breve guerra que China e India libraron en 1962 . Las causas son similares: Tras semanas de enfrentamientos en la frontera que probaron la superioridad bélica de China, su entonces primer ministro, Zhou Enlai, declaró el alto el fuego y se impuso informalmente la llamada Línea de Control Actual (LAC, por sus siglas en inglés). Se trata de la frontera de facto entre los dos países, que aún se disputan zonas como la región de Ladakh, donde se encuentra el valle de Galwan, escenario de los enfrentamientos.
El Político
El pasado 15 de junio ocurrió el peor incidente fronterizo entre ambos países en 45 años: al menos 20 soldados indios fallecieron, con algunos cadáveres hallados en el río Galwan tras ser presumiblemente arrojados al vacío por sus contrincantes, según el Ejército indio. Aunque India sugiere que habría también víctimas mortales por la parte del Ejército de Liberación Popular de China (ELP), Pekín se resiste a confirmarlas y solo admite que hubo “más de 70 heridos”, tal y como publicó una semana después el diario oficial ‘Global Times’.
Parte de la frontera que separa a los dos países más poblados del mundo lleva más de medio siglo en disputa y es reclamada por ambos gobiernos
Aunque la demarcación ha sido motivo de escaramuzas durante décadas, la elevada cifra de fallecimientos tras casi medio siglo sin registrarse víctimas mortales ha aumentado la tensión entre los dos gigantes asiáticos, enfrentados además por asuntos como el apoyo de China a Pakistán, el rival indio por antonomasia.
Si bien la disputa fronteriza había mantenido un perfil relativamente bajo hasta ahora, el último episodio, ocurrido en pleno periodo de desescalada militar tras otro choque en el estado nororiental indio de Sikkim en mayo, ha suscitado una pregunta inevitable: ¿podría surgir una nueva contienda entre China e India, y, de ser así, se involucrarían otros países?
Los dos protagonistas se han precipitado en indicar que no. Sus respectivos ministros de exteriores, el indio S. Jaishankar y el chino, Wang Yi, se comprometieron en una conversación telefónica días después del incidente a atajar la crisis “de manera responsable”, según un comunicado del Gobierno indio.
Lo que no evitó que ambos hayan también aprovechado para sacar pecho y lanzar arengas nacionalistas. “India quiere la paz, pero si se le provoca, es capaz de dar una respuesta adecuada bajo cualquier circunstancia”, afirmó el primer ministro, Narendra Modi, en pleno auge de críticas hacia China en su territorio. “India será más humillada que en 1962 si no controla el sentimiento antichino en su país y tiene un nuevo conflicto militar con su vecino”, publica el ‘Global Times’, altavoz del Partido Comunista de China (PCCh).
Unos mensajes que parecen una amenaza vacía, al menos de momento. La consultora Eurasia asigna un 60% de posibilidades a que Pekín y Nueva Delhi alcancen una solución diplomática, mientras sitúa el riesgo de un conflicto armado mayor en solo el 10%. “La alta tensión entre los soldados en la frontera podría desembocar en otro incidente. Si se utilizan armas de fuego (violando el protocolo actual), podría recrudecerse el conflicto, sin que ninguna de las partes esté interesada en ceder territorio que considera propio”, señala Kelsey Broderick, analista de China de este grupo.
La tensión entre China e India puede acentuar los bloques que ya se perfilan en un continente con varios focos de tensión, con la implicación directa o indirecta de la segunda economía mundial en ellos. El tira y afloja entre Pekín y Nueva Delhi puede llevar a este último a acercarse más a Estados Unidos, que incluye a la mayor democracia del mundo en lo que llama el Indo-Pacífico, su estrategia para contrarrestar el poder de una China cada vez más asertiva en esta región. La visita este año de Trump a India y e espléndido recibimiento, así lo confirma.
Una ‘alianza’ que cuenta con India, Japón, Australia y Estados Unidos como actores principales, unidos con el propósito común de socavar el poder de China en el Pacífico, especialmente en zonas como el mar de China Meridional y el mar de China Oriental. Es allí, en aguas por las que pasa el 30% del comercio mundial y que se cree que albergan importantes reservas de gas y petróleo, donde China y Estados Unidos, una potencia emergente y otra consolidada, se miden más directamente las fuerzas, convirtiéndose en otro de los puntos calientes de la región.
Washington acusa a Pekín de construir islas artificiales y de militarizar zonas en disputa con países vecinos como Japón, Filipinas, Malasia, Taiwán, Vietnam y Brunéi, mientras China denuncia las incursiones de buques de guerra estadounidenses en la zona en operaciones en pos de “la libertad de navegación”, según EEUU, que no tiene reclamaciones territoriales. Unas tensiones con décadas de antigüedad que, no obstante, se han hecho más constantes y peligrosas en los últimos años.
Asia es el continente donde es más probable una confrontación entre China y EEUU
Si bien el presidente chino, Xi Jinping, es artífice de una política exterior mucho más agresiva que la de sus predecesores, los analistas coinciden en que su interés está en reivindicar un mayor liderazgo chino en asuntos regionales y globales, no en librar guerras para las que puede que su Ejército no esté aún preparado. Ambos países tienen además batallas comunes en la zona, como es la desnuclearización de Corea del Norte, con la península coreana como otro de los focos calientes asiáticos desde hace décadas. Y donde también ha subido ahora la temperatura: el pasado 16 de junio, Corea del Norte hizo saltar por los aires la oficina de enlace con el sur que mantenía en Kaesong, la zona desmilitarizada entre los dos vecinos, técnicamente aún en guerra pues su conflicto entre 1950 y 1953 concluyó con un armisticio, no con un acuerdo de paz.
La simbólica oficina fue habilitada a finales de 2018 como parte del acercamiento diplomático emprendido ese año por los dos países, cuando también tuvo lugar el histórico encuentro entre el líder norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente estadounidense, Donald Trump, en Singapur, el primero entre líderes de ambos países. Aunque Pyongyang justifica que la voladura es una represalia por el envío de globos con propaganda contra Kim Jong-un por parte de disidentes norcoreanos a su territorio, la razón de fondo parece ser más profunda.
“En general, Corea del Norte está frustrada porque no ha habido mucho progreso en cuanto al diálogo con el sur o con EEUU. Es su forma de captar la atención internacional”, considera Shawn Ho, analista de la Escuela Rajaratnam de Estudios Internacionales de Singapur.
Estas provocaciones parecen una vuelta a la estrategia clásica de presión y escaladas de tensión seguidas de un relajamiento que ya ha utilizado con anterioridad el régimen de los Kim
El régimen norcoreano estaría descontento por la permanencia de las sanciones internacionales y el estancamiento de las conversaciones sobre su programa nuclear tras el fracaso de la cumbre entre Kim Jong-un y Trump en Hanoi hace un año y medio. Aunque algunos expertos consideran que Pyongyang no habría dado el paso de volar el edificio sin al menos informar a China, su principal aliado —y junto a Rusia promotor del levantamiento de las sanciones económicas—, Ho lo duda. “Es difícil saberlo, pero en este caso, al ocurrir en territorio norcoreano, puede haberlo decidido unilateralmente. Si hubiese pedido permiso a China, no sé si Pekín habría accedido”, puntualiza. Tras el suceso, el ministerio de Exteriores chino repitió su mantra oficial acerca del país vecino: “Queremos paz y estabilidad en la península coreana”.
Pese a sus diferencias sobre el enfoque hacia Corea del Norte, tanto a China como a EEUU, que presiona a Pekín para que ejerza más influencia sobre Pyongyang, les interesa que no haya una súbita escalada de violencia en la península coreana. Algo que podría ocurrir si Corea del Norte disparara un misil balístico intercontinental o realizara de nuevo un test nuclear (el último fue en 2017), lo que haría mucho más difícil la reanudación de las negociaciones con Washington.
Por el momento, Corea del Norte anunció este miércoles que ha decidido suspender los planes de emprender “acciones militares” en la frontera intercoreana, tras haber amenazado la semana pasada con volver a enviar tropas a la demarcación. Así, parece menos probable que Pyongyang decida hacer algo drástico de cara a dos próximas e importantes efemérides: el septuagésimo aniversario de la guerra coreana el 25 de junio y, cinco días después, el cumplimiento de un año desde que un presidente de EEUU puso por primera vez pie en suelo norcoreano, durante el encuentro entre Trump y Kim en Panmunjom, en la frontera.
De este modo, el polvorín más inflamable en Asia estos días es la frontera entre China e India, coinciden los expertos. “Es el foco más peligroso. Han muerto soldados de ambas partes (aunque Pekín no lo ha confirmado), y los dos países son grandes potencias y deben mostrar su capacidad de respuesta a sus respectivas poblaciones. Aunque es un alivio ver que los dos han dicho que quieren rebajar las tensiones”, considera Ho.
Tanto India como China tienen ya suficientes quebraderos de cabeza: Modi está inmerso en controlar la pandemia de covid-19 y sus tensiones con Pakistán y Nepal. Y Xi, aún en alerta por el coronavirus, “trata de probar que China puede ser un buen líder global”, asegura Broderick, de Eurasia.