365 días en prisión, con sus días y sus noches. Luiz Inácio Lula da Silva, ex presidente de la República Federativa del Brasil, quien llegó a ser uno de los hombres más poderosos de Latinoamérica cumple ese lapso de tiempo tras las rejas, y sin visos de que su situación cambie.
Redacción El Político
El arresto del antiguo líder sindical, de 73 años, rediseñó el tablero político de la mayor economía de Sudamérica, dejó huérfano al progresista Partido de los Trabajadores (PT) y terminó de fragmentar a la ya debilitada izquierda brasileña.
La prisión no fue un impedimento para que Lula (presidente entre 2003 y 2010) prosiguiera con sus aspiraciones políticas y, tras una condena en segunda instancia, lanzó desde la cárcel su candidatura para las elecciones presidenciales de 2018.
No obstante, la Justicia electoral vetó la postulación del antiguo líder sindical cuando faltaba un mes para los comicios por su condición de preso y con sentencia confirmada en segunda instancia a 12 años y un mes de cárcel por recibir un apartamento a cambio de favores políticos a la constructora OAS.
La salida de Lula del escenario político roía la esperanza del PT de recuperar el poder tras la destitución de Dilma Rousseff en 2016 y allanaba el terreno de Jair Bolsonaro, quien hasta el momento era un diputado de bajo perfil conocido por un historial de incendiarias declaraciones de corte machista, racista y homófobo.
El capitán de la reserva del Ejército derrotó en las urnas al académico Fernando Haddad, delfín político de Lula en la carrera electoral, y despertó una ultraderecha que estaba adormecida en Brasil desde el fin de la dictadura militar (1964-1985).
"Nuestra visión es de que el panorama político cambió sustancialmente. Si Lula hubiera sido candidato, hubiera ganado las elecciones", sostiene en declaraciones a Efe el diputado regional del estado de Sao Paulo José Américo, una tesis ampliamente defendida por la izquierda brasileña debido a su condición de favorito en los sondeos electorales.
El declive del expresidente tras su arresto desorientó a todo el campo progresista, que en las elecciones de octubre pasado redujo fuertemente su presencia en el Parlamento, ante el avance de una ola conservadora liderada por Bolsonaro.
"El PT quedó esclavo de la agenda "Lula Libre" y perdió su capacidad de oposición. Los mayores embates con el Gobierno de Bolsonaro no están siendo hechos por el mayor partido de la oposición", de acuerdo con Marcos Teixera, profesor de ciencias políticas del prestigioso centro de estudios Fundación Getulio Vargas (FGV).
La izquierda brasileña, en general, "quedó desarticulada" ante la ausencia de un líder y, según Teixera, "pelea consigo misma más que con el propio Gobierno" ante la falta de una agenda que le permita hacer oposición.