Si en algo coinciden el Gobierno argentino con las distintas facciones de la oposición es en el discurso de la reconstrucción a largo plazo. Para eso, dicen, hacen falta acuerdos que superen la politiquería y los intereses electorales. También coinciden en otra cosa: hacen todo lo contrario.
Por Marcelo Duclos
El macrismo y el peronismo (en todas sus versiones) a diario dejan en claro que el “largo plazo” son las elecciones. Lamentablemente, toda la clase política está contribuyendo a que la situación que herede el próximo Gobierno sea todavía más complicada que la que se vive hoy.
Por el lado de Cambiemos encontramos a un Mauricio Macri acorralado. Confió en la receta fracasada del “gradualismo” y hoy tiene mucha menos capacidad de acción de la que tenía cuando asumió en diciembre de 2015. Aunque el presidente argentino comprende la situación mejor que sus allegados, en su círculo íntimo quedó lo peor. Lamentablemente, el jefe de Estado se deshizo de su amigo Carlos Melconian, que era el único hombre dentro del oficialismo con una idea concreta del problema y las soluciones. El líder de Cambiemos priorizó a Marcos Peña y a Jaime Durán Barba como principales consejeros y los resultados están al alcance de los índices de inflación o la cotización del dólar.
Pero si el panorama para Macri es complicado, dentro del PRO, a la hora de mirar a sus aliados políticos, el escenario es directamente desolador. Por el lado de la Coalición Cívica, Elisa "Lilita" Carrió está impulsando una “ley de góndolas” para solucionar el problema del aumento de precios de los alimentos básicos. Según la legisladora de Cambiemos, lo que hace falta es que el Estado ordene los estantes del supermercado para que las marcas más económicas consigan más visibilidad.
Por el lado del radicalismo la situación es aún peor. La Unión Cívica Radical (UCR) pretende ir hacia un modelo económico todavía más dirigista y estatista, digno del paladar kirchnerista. El partido centenario, que le otorgó la territorialidad a Macri para ganar las elecciones hace cuatro años, hoy le está pidiendo el compañero de fórmula para un hipotético segundo mandato. Si el actual presidente no pudo llevar a cabo las reformas necesarias en este período, sus posibilidades en una alianza Ejecutiva con la UCR acortan todavía más las posibilidades a futuro.
Ante este panorama, Macri “tiró la toalla”. Pidió a sus asesores que le diseñen un plan “popular” que no rompa mucho el esquema fiscal, en constante supervisión del FMI. La primera noticia que salió del Gobierno para afrontar los próximos meses es simplemente paupérrima: los viejos y conocidos “precios congelados”. En este semestre, los supermercados aceptaron “congelar” los precios de 30 productos de la canasta básica y en los próximos días veremos lo inevitable: faltantes en las góndolas, racionamiento, denuncias por falta de productos y todo a lo que este sistema fallido ya nos tiene acostumbrados.
Pero el problema de Argentina no es solamente un Gobierno fracasado. Lo cierto es que todas las propuestas que manifiesta la oposición son aun peores. Más populistas, más estatistas, más dirigistas y más contraproducentes. Uno de los tantos ejemplos del campo opositor es el de Sergio Massa, que propone incrementar la inversión extranjera castigando la “fuga” de capitales.
La situación económica argentina es dramática y ya no hay lugar para más experimentos “heterodoxos”. El próximo Gobierno deberá poner en marcha las reformas que Macri esquivó en su momento y la única opción a un plan lógico ya es el default y la hiperinflación. Esto lo tienen claro tanto Gobierno como oposición. Pero ninguno de los dos bandos está dispuesto a correr el riesgo de “blanquear” la situación en un año electoral.
Entonces, toda la política juega a la demagogia y al populismo para seguir incrementando el incendio. Aunque sea por mera supervivencia, alguno tendría que tener en cuenta que a alguien le va a tocar el fierro caliente a fin de año.