Hay clubes, autocultivo y proyectos industriales en marcha. Pero a tres años de la aprobación de la ley que regula el mercado del cannabis, no solo su venta en farmacias está en pausa. No hay proyectos para su uso medicinal, las investigaciones clínicas se frustraron por las trabas y se fueron inversores alejados por la burocracia.
Uruguay tiene su propio museo dedicado al cannabis. Tiene unos 55.200 consumidores frecuentes, 5.864 autocultivadores, 33 clubes y una larga lista de tiendas dedicadas a vender parafernalia para el uso recreacional, así como herramientas para el cultivo como luces inteligentes y carpas para hacer crecer a las plantas en interiores. Tiene una federación de cannabicultores, una asociación de estudios de cannabis y hasta una web, porro.com.uy, que informa sobre lo vinculado a la marihuana local. Tiene merchandising, mucho merchandising, y también su propia feria, Expocannabis, en la que hace tres años exponen referentes locales e internacionales.
Hay incluso unas 500 hectáreas cultivadas con cáñamo industrial —una variedad del cannabis que debe tener menos del 1% de THC, el componente psicoactivo. Y cuatro proyectos en marcha que lo explotan para la producción de semillas, cannabidiol (CBD) para fármacos y fibras para la producción de ladrillos, pero todos para la exportación.
Todo esto ha proliferado más allá de la venta en farmacias, que se viene aplazando sistemáticamente desde que se aprobó la ley que regula el mercado. Hay otra parte fundamental del proyecto que no parece avanzar y es la producción para su uso medicinal. Tampoco ha crecido el mercado interno de derivados del cáñamo, que en muchos casos aún espera permisos. En el país de la marihuana legal, la cantidad de restricciones que enfrentan quienes quieren invertir termina siendo una razón para no hacerlo.