Tan solo dos días después de entrevistarse con enviados de Washington, Nicolás Maduro anunció la reanudación del diálogo con sus adversarios. Este último intento de negociaciones había sido interrumpido en octubre pasado, por decisión del chavismo.
Alejandro Armas/El Político
Esto ocurre con un trasfondo poco claro sobre las intenciones de Estados Unidos para con Venezuela. Desde la semana pasada ha habido reportes extraoficiales sobre la intención de levantar sanciones contra el régimen de Maduro a cambio de ventas de petróleo a EE.UU. De esa forma se compensaría en parte el suministro perdido por el embargo al crudo ruso. Pero ello chocaría con el apoyo de Washington a la causa democrática venezolana.
Veamos en qué contexto se da este regreso a la mesa de diálogo y si las condiciones son propicias para el progreso.
Razones alternas
Lo primero que hay que decir es un recordatorio. Maduro retiró a sus representantes de las negociaciones como “protesta” por la extradición a Estados Unidos de Alex Saab, el empresario colombiano acusado de lavado de dinero proveniente de negocios con el régimen. El chavismo lo considera un “diplomático venezolano” y exigió su liberación para reanudar el diálogo.
Pero Saab sigue detenido en una celda en Estados Unidos, con su juicio programado para octubre. No hay ningún indicio de que esta situación vaya a cambiar. Sería difícil para la Casa Blanca incidir en ello, debido a la separación de poderes en EE.UU.
En consecuencia, Maduro debe tener otro incentivo para volver a la mesa. Se puede asumir que dicho incentivo tiene que ver con lo discutido con los emisarios de Washington.
¿Quién cede primero?
Solamente cabe esperar que el chavismo acepte negociar con la oposición una transición democrática si se ve tan presionado que no tenga alternativa. La presión tiene dos fuentes: externa e interna. La primera consiste sobre todo en sanciones, cuya principal fuente es Estados Unidos.
Efectivamente, Washington ha mantenido como punto de honor, por años, pasos significativos hacia la restauración de la democracia como condición previa al fin de las sanciones.
Eso ahora no está tan claro. Al gobierno de Joe Biden le urge encontrar sustitutos al petróleo ruso que no se importará, para aminorar la subida del precio de la gasolina que atormenta a los ciudadanos de su país. Si consideraciones de esa índole se vuelven la prioridad de la Casa Blanca, los intereses de la oposición venezolana pudieran verse perjudicados.
Por ejemplo, si el gobierno norteamericano argumentara que la reanudación del diálogo basta para relajar las sanciones. Ello a pesar de que no habría ninguna garantía de avances en las negociaciones entre el régimen y la oposición.
El problema de la parálisis
Entretanto, presión interna tampoco hay mucha, por no decir nada. Esta forma de presión consiste en movilización ciudadana. Pero, con pocas excepciones, la sociedad venezolana ha permanecido desmovilizada desde 2017. Las razones: miedo a la represión, frustración por experiencias previas y concentración del esfuerzo individual en medio de una crisis humanitaria.
La dirigencia opositora ha intentado en varias ocasiones revivir la protesta, sin éxito. Hace casi un mes el líder opositor Juan Guaidó anunció una agenda llamada “Salvemos a Venezuela”. Una de sus aristas es "retomar la movilización", pero hasta la fecha no se ha visto ninguna manifestación importante.
Si el régimen no hizo concesiones importantes durante el diálogo con la oposición en México el año pasado, con la población desmovilizada, no cabe esperar que esta vez sea distinto. Menos aún si hay relajación de sanciones. Por el contrario, el chavismo se verá fortalecido y podrá hacer más exigencias a sus interlocutores.