La semana pasada, el entonces presidente peruano Pedro Castillo intentó perpetrar un autogolpe de Estado, mediante la disolución del Congreso. Lo hizo minutos antes de que la legislatura votara para decidir si destituía al mandatario.
Alejandro Armas/El Político
Además, Castillo anunció que gobernaría por decreto y que convocaría a una asamblea constituyente. De inmediato surgieron comparaciones con el autogolpe de Alberto Fujimori en Perú hace 30 años. Fujimori entonces también suspendió la legislatura e instauró un régimen autoritario que se prolongó hasta 2000. Y un año después de la asonada, se aprobó una nueva Carta Magna, aún vigente.
Pero a diferencia de su predecesor, Castillo fracasó estrepitosamente y terminó destituido y bajo arresto a las pocas horas. ¿Cómo se explica esta diferencia tan grande de desenlaces? Veamos.
Aprovechando la crisis
Cuando Fujimori dio su autogolpe, Perú estaba en una situación verdaderamente crítica. El país seguía sufriendo las secuelas de la calamidad económica en el primer gobierno de Alan García. En una nación históricamente muy pobre, la hiperinflación llegó a ser más de 7.000% en 1990, año cuando Fujimori fue electo. La contracción del producto interno bruto fue de 20%
Además, esta fue la etapa de mayor actividad de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso. Durante la década previa, esta estuvo confinada sobre todo a zonas rurales de la sierra. Pero luego se adentró en la mismísima Lima, donde llevó a cabo ataques terroristas. Había un temor muy palpable de que el grupo de extrema izquierda se apoderara de todo el país.
En momentos de crisis, cuando la población siente mucha inseguridad, por lo general la tolerancia a las actitudes autoritarias aumenta. Y Fujimori sostuvo que el Congreso era un estorbo para poner orden en Perú.
De manera que cuando dio su autogolpe, contó con un apoyo popular sustancial. También dentro de las FF.AA., encargadas de combatir a los guerrilleros de Sendero Luminoso.
El golpista solitario
Muy diferente fue el contexto del intento de Castillo. Aunque todavía tiene retos sociales enormes, Perú ha experimentado uno de los crecimientos económicos más notables en Latinoamérica en lo que va de siglo XXI. Como en el resto del mundo, la pandemia de covid-19 hizo estragos en la economía. Pero el país es mucho menos pobre que hace tres décadas.
Además, la amenaza de guerrillas como Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru está casi extinta. Sendero Luminoso nunca se recuperó de los golpes que recibió durante el gobierno de Fujimori y desde entonces ha quedado reducido sobre todo a unas pocas zonas rurales.
Así que Castillo no contó con los elementos críticos que favorecieron el autgolpe de Fujimori. Por el contrario, su gobierno es inmensamente impopular. Una encuesta reciente de la firma CPI estimó que 71,3% de los peruanos rechazaba su gestión. Tampoco contó con apoyo militar alguno, crucial para el el triunfo de cualquier asonada golpista. Las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional rápidamente condenaron la intentona.
Perú experimenta una crisis, pero muy distinta a la de principios de los 90: una crisis de representatividad. La inmensa mayoría de los peruanos rechaza al grueso de su clase política, incluyendo al Congreso que destituyó a Castillo. Ningún dirigente cuenta con apoyo amplio. Pero en ese ambiente de descontento sin discriminación, fue Castillo quien trató de suspender orden constitucional.