El peronismo, que una vez más gobierna Argentina, tuvo el domingo pasado su peor noche desde que volvió al poder hace casi dos años.
Alejandro Armas/ El Político
Quedó vapuleado en las PASO, primarias que por ley deben hacer en simultáneo todas los partidos que deseen participar en elecciones generales (en noviembre habrá comicios parlamentarios).
La oposición de centroderecha que antes fue gobierno, de la mano de Mauricio Macri, superó con creces al oficialismo en casi todo el país. Pero ese no es el único dolor de cabeza para Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y compañía. Hay otro, muy llamativo. Se llama Javier Milei.
Al frente de una nueva organización llamada “La Libertad Avanza”, Milei irrumpió en la política electoral argentina con un éxito notable para un debutante. Con casi 14% del sufragio, se convirtió en la tercera fuerza más votada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (equivalente al DC de Estados Unidos). Con semejante resultado, aunque estas sean solo primarias, es casi seguro que Milei entrará al Congreso de la nación como diputado.
El hombre
Pero, ¿quién es Javier Milei y de dónde salió? Aunque es la primera vez que compite por un cargo público, Milei no es ningún advenedizo de la política en general. Es economista de profesión, de inclinaciones liberales.
Radicalmente liberales. Es seguidor de las tesis anarcocapitalistas de Murray Rothbard, que pregonan la reducción del Estado a su mínima expresión o hasta su abolición plena.
En la década pasada, Milei emergió como parte de un grupo de economistas, politólogos y otros científicos sociales liberales de habla hispana que adquirió celebridad por su presencia en medios y redes sociales.
Dicho grupo incluye a su compatriota Antonella Marty, la guatemalteca Gloria Álvarez y el español Juan Ramón Rallo. Aunque no necesariamente asociados, lo que aglutina a todos es una crítica feroz a cualquier forma de socialdemocracia o socialismo.
De todos, tal vez el que menos reparos tiene a la hora de expresar con estridencia sus cuestionamientos es Milei. Subir el tono y proferir ofensas y vulgaridades no le es para nada ajeno.
“El año pasado festejaba acá mi cumpleaños, y me comprometía a que me iba a meter en la política, que me iba a meter en el barro para sacar a los políticos con patadas en el culo”, declaró recientemente, en plena campaña electoral.
Otro de sus últimos arranques:
"¿Sabés qué, Larreta? Como el zurdo de mierda que sos, a un liberal no le podés lustrar los zapatos, sorete [lunfardo que hace referencia al excremento]. Te puedo aplastar aún en silla de ruedas. A ver si lo entendés”.
Hablaba de Horacio Rodríguez Larreta, el actual alcalde de Buenos Aires. Aunque el mismo es miembro de la alianza de centroderecha que encabeza Mauricio Macri, a Milei no le importa. No distingue.
Según él, todos esos personajes que no comparten su visión ultraliberal son la misma cosa que el peronismo: “la casta política izquierdista que arruinó el país”.
Hay algo de verdad en estos reclamos airados. La economía argentina ha tenido un desempeño pobre por casi un siglo, saltando de crisis en crisis. Ello en parte se debe al estatismo excesivo de los gobiernos socialdemócratas y peronistas.
Hastiados, los argentinos le dieron una oportunidad a la centroderecha encabezada por Macri. Pero sus reformas tímidamente liberales no corrigieron las fallas. El “gradualismo”, tan condenado por Milei y otros liberales por no ir lo suficientemente lejos.
¿Necesita Argentina un cambio más radical, que Milei encarna? Quizá. Pero hay un elemento inquietante en el casi seguramente futuro congresista: su populismo.
"Ellos contra nosotros"
El populismo es uno de los conceptos más escurridizos en ciencia política. Ni siquiera entre los especialistas hay consenso sobre lo que significa.
Sin embargo, la mayoría concuerda en que es una aproximación a la política, sobre todo en cuanto al discurso, que se caracteriza por dividir a la sociedad entre un “pueblo noble” y una “elite corrupta”.
La división es amarga y polarizante. No admite conciliación. Al bando contrario se le somete, se le aparta o se le destruye. Es entender la política como un permanente “ellos contra nosotros”.
A menudo los líderes populistas disimulan este antagonismo. Milei no. Hizo de “ellos contra nosotros” un lema de campaña, según reseña el diario La Nación.
El “nosotros” está constituido por sus seguidores, el “pueblo noble” harto de la mediocridad económica y convencido de que solo las ideas de Milei elevarán Argentina a la riqueza que merece.
“Ellos” son las “elites corruptas”, la “casta política” culpable de todas las desgracias. No solo incluye al gobierno actual y a sus simpatizantes, sino también a la oposición de centroderecha y sus simpatizantes.
La politóloga Nadia Urbinati, en su libro Democracia desfigurada, sostiene que uno de los rasgos del populismo es la simplificación de los detractores. No importa cuán diversos sean, el líder populista omite las diferencias y los pone en el mismo saco (los “zurdos”, en el caso de Milei). De esa manera facilita la reducción del juego político a un antagonismo binario y maniqueo.
Ahora bien, debido a la dificultad para definir el populismo, el término frecuentemente es mal empleado.
Por una confusión etimológica, a veces se le confunde con políticas que apelan irracionalmente al pueblo llano. A la demagogia estatista y redistributiva. A ese manido discurso de que el Estado debe intervenir en la economía para hacerla más justa a los pobres, porque algunos tienen exceso de riqueza.
En Latinoamérica, además, esa ha sido la forma de populismo más común. Los argentinos la conocen muy bien gracias a Juan Domingo Perón y sus sucesores.
Si el populismo fuera eso, Milei sería un antipopulista. Nada más opuesto al estatismo excesivo que el liberalismo radical. Cero activismo público en la economía. Nada de regulaciones. Nada de redistribución de riqueza.
Pero como ya se explicó, el populismo no es eso. El populismo no tiene adhesión ideológica fija y todas las ideologías pueden desarrollar expresiones populistas. En este caso, es populismo liberal.
El “pueblo” y la autoridad
Al populismo nunca le faltan amigos. Los entusiastas del discurso populista en general, o de algún líder populista específico, lo aplauden bajo el argumento de que permite identificar necesidades no satisfechas de la población. Cosas que las elites políticas tradicionales no ven, no entienden o no les interesan.
A veces hay algo de verdad en esto. El gran problema es que el remedio termina siendo peor que la enfermedad.
Una vez en el poder, el populismo suele ser el vehículo para transiciones autoritarias. En su libro, Urbinati señala que “tiende hacia una reorganización del Estado que cambia, y hasta destruye, la democracia representativa”.
Lo hace mediante la centralización del poder, el debilitamiento de contrapesos y la desestimación de la oposición, entre otras cosas.
Los populistas por lo general buscan transformaciones radicales e inmediatas. Para llevarlas a cabo, hace falta acumular mucho poder. Y no hay ninguna razón para perder tiempo entendiéndose con la oposición que de todas formas “es perversa e intolerable”.
El líder actúa en nombre del “pueblo noble” y por lo tanto está facultado para todo.
Esto no es pura teoría. Sobra evidencia empírica de que los gobiernos populistas socavan la democracia. Solo pensando en Latinoamérica, ahí están los ejemplos de Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Hay señales de alerta en el Brasil de Jair Bolsonaro, por dar un ejemplo de signo ideológico contrario.
¿Se repetirá la historia con Milei en Argentina? ¿Veremos el primer populismo no peronista en la historia de ese país próximamente en el poder? Eso depende de cuán ambicioso sea Milei.
Aunque su triunfo el domingo impresionó, los cambios amplios que él plantea no se acometen siendo una minoría parlamentaria peleada con todo el statu quo. Si Milei de verdad quiere hacerlas realidad, su curul de diputado sería solo el primer paso hacia esferas de mucho mayor poder.