Dentro de poco menos de un mes serán las llamadas “elecciones de medio período” en Estados Unidos. Se les llama así porque coinciden con la mitad de cada período presidencial.
Alejandro Armas/El Político
Se elige a múltiples altos funcionarios regionales, pero el mayor foco está en el Congreso. Todas las curules de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado estarán sometidos al juicio de los votantes.
Hay una tendencia histórica a que el partido opuesto al Presidente se haga con el control del legislativo en estas elecciones. Sin embargo, en esta oportunidad no está para nada claro cuál será el desenlace. Resultado que será de inmensa importancia, dada la altísima polarización que hay hoy en EE.UU. Veamos.
Plomo al ala
Los republicanos aspiran a remontar la ola de la tradición y a repetir sus tomas del control del Congreso en 1994 y 2010, ante los presidentes Bill Clinton y Barack Obama, respectivamente. Están en buena posición para hacerlo, en cuanto a la cámara baja.
Hay varios elementos a su favor, empezando por la impopularidad del presidente Joe Biden, que impregna a su partido. En meses recientes, los niveles de aprobación del mandatario, detectados por encuestas, han aumentado. Pero siguen estando un poco por encima de 40%.
A su vez, esa impopularidad se debe sobre todo al estado delicado de la economía norteamericana, con una inflación elevada. El precio del combustible es causa de especial inquietud entre los ciudadanos. El mes pasado bajó un poco, pero sigue siendo volátil y, de hecho, ahora vuelve a subir.
Pero además, los republicanos cuentan con una ventaja extra: el trazado de distritos electorales para favorecerlos deliberadamente. El llamado gerrymandering. Los demócratas también incurren en esta práctica, pero con menos frecuencia, porque controlan menos legislaturas de estados (los entes encargados del trazado).
La paradoja del radicalismo
Mucho menos seguro es que los republicanos también se hagan con el control del Senado. Para empezar, el gerrymander no aplica en la cámara alta, ya que cada senador representa a la totalidad de la población de su estado.
De hecho, lo que en la cámara baja sería un incentivo para los republicanos, en la alta sería un obstáculo. El radicalismo del partido, en sintonía con el expresidente Donald Trump, podrá ser atractivo para su base en zonas de población homogénea, como lo son muchos distritos electorales. En cambio, en muchos estados enteros, de población heterogénea, el extremismo repele a votantes moderados sin lealtad partidista fija.
En las elites republicanas no alineadas del todo con Trump y sus seguidores hay consternación al respecto. El senador Mitch McConnell, líder de la minoría republicana en esa cámara, recientemente lamentó que la “calidad de los candidatos” reducía la posibilidad de que el partido arrebate la mayoría a los demócratas.
Si los demócratas pierden la Cámara de Representantes pero conservan el Senado, no sería una catástrofe en términos históricos. Pero seguiría siendo un estorbo inmenso para los planes de Biden, dada la poca disposición de los republicanos a cooperar con un Presidente al cual muchos ni consideran legítimo.