El año 2022 ya está bien entrado en su segunda mitad, sin que se reanuden las negociaciones entre el régimen de Nicolás Maduro y la oposición. Las mismas que fueron interrumpidas en octubre del año pasado, con un pretexto del chavismo que evidenció su poco interés en el diálogo.
Alejandro Armas/El Político
Desde marzo, y pese a que la exigencia del gobierno al respecto no se ha cumplido, está pautada una reanudación… Sin que nada se concrete, sin explicación alguna. Esta semana, no obstante, los representantes de Maduro volvieron a poner un “pero”, dejando el diálogo nuevamente en el aire.
¿Qué está pasando? ¿No habrá entonces ninguna negociación? Veamos.
Un patrón
En octubre pasado, el chavismo abandonó súbitamente la mesa de negociación en México como “protesta". ¿El motivo? La extradición del empresario colombiano Alex Saab, a quien el gobierno de Maduro identifica como “diplomático venezolano” desde Cabo Verde a Estados Unidos. El régimen condicionó a la liberación de Saab su regreso a la mesa.
Pero debido a la separación de poderes, el gobierno de Estados Unidos, al que el chavismo acusa de “secuestrar” a Saab, no puede excarcelarlo. Esa decisión corresponde al tribunal que sigue el caso, al cual el presidente Joe Biden no puede darle órdenes.
Así permanecieron las cosas hasta marzo, cuando una delegación de la Casa Blanca visitó Miraflores. Casi inmediatamente después, Maduro anunció la reanudación del diálogo. Cinco meses más tarde, no ha ocurrido.
El martes de esta semana, Jorge Rodríguez, cabeza de la representación chavista en el diálogo de México, puso una nueva condición. A saber, sentenció que no retomarán las conversaciones hasta que no sea devuelto a autoridades venezolanas un avión de la estatal Conviasa, retenido en Argentina desde hace meses. El aeroplano, con triuplación venezolana e iraní, es solicitado por el gobierno de Estados Unidos, que lo señala de estar vinculado con una organización considerada terrorista por Washington. EE.UU. pide que se lo entreguen.
Rodríguez acusó a la fiscal a cargo de la retención del avión de actuar a sueldo de EE.UU. Por su parte, Maduro exigió a su par argentino, Alberto Fernández, que ordene la devolución de la aeronave. Se repite el problema: en Argentina hay, aunque más endeble, la misma separación de poderes que en Estados Unidos. Ergo, Fernández es incapaz de cumplir con la exigencia chavista.
Malas intenciones
Si el régimen chavista, más allá de lo que diga, entiende que sus demandas sobre Saab y el avión son irrealizables, pues su motivación tendría que ser otra. Para empezar, muestra que su interés en avanzar en un diálogo que resuelva la debacle política venezolana sigue siendo poco o nulo. Sus exigencias para retomar las conversaciones, de concretarse, no aportan al bienestar colectivo. Más bien se relacionan a los negocios de la elite gobernante.
Pero ha de haber más. Es llamativo que, a partir de la visita de la delegación de Washington en marzo, el gobierno norteamericano aflojara muy ligeramente algunas de sus sanciones sobre el chavismo. Aunque no lo reconozca expresamente, lo más probable es que lo haya hecho para alentar la reanudación del diálogo.
Mientras ese alivio se daba poco a poco, el chavismo reafirmó varias veces su compromiso con las negociaciones. Lo hizo con gestos como un encuentro cordial entre Rodríguez y Gerardo Blyde, su contraparte opositora, en Caracas. Luego ambos hombres coincidieron en Oslo, Noruega, país mediador en el diálogo. A pesar de todo esto y las reiteradas proclamas de la oposición sobre su disposición inmediata a volver a la mesa, ni siquiera se planteó una fecha específica.
Tal vez el régimen de Maduro se sienta inconforme con las concesiones que ha hecho Estados Unidos y por eso no reabrió realmente las conversaciones. En tal sentido, esperaría un retiro de las sanciones más amplio. Pero en vez de eso, se da el embrollo del avión, que sería como la gota que derrama el vaso.
Pero si la expectativa del chavismo es tal, pues estaría buscando maximizar sus ganancias en las negociaciones, cediendo a cambio poco o nada. En otras palabras, quiere ir a la mesa pero indispuesto a acometer reformas trascendentales. Esa indisposición es lo que hizo que iniciativas similares anteriores naufragaran.