En Chile prosiguen las discusiones de la Convención Constitucional encargada de redactar una nueva Carta Magna. Pero los vientos que soplan no le lucen favorables. Excluyendo a indecisos, la última encuesta de la firma Cadem arrojó que 60% de los electores votaría en contra en el referéndum popular de septiembre.
Alejandro Armas/El Político
La iniciativa de nueva Constitución surgió en el contexto de protestas masivas que evidenciaron un profundo malestar social. Pero tal vez los miembros de la convención sobreestimaron el deseo de cambio e impulsaron reformas impopulares. La eliminación del Senado chileno acaso sea una de ellas.
¿Sería problemático acabar con la cámara alta? Veamos.
Tendencias preocupantes
Lo primero que hay que decir es que el cambio, promovido por la izquierda chilena, no transformaría formalmente al país suramericano en un Estado unicameral. Pero sí pudiera hacerlo de facto, pues el Senado sería reemplazado por un "Cámara de las Regiones" con poderes mucho más limitados.
Ahora bien, una legislatura con una sola cámara puede ser un contrapeso menos efectivo ante el ejecutivo, porque los partidarios del gobierno solo tienen que controlar un organismo colegiado para poner ambos poderes en perfecta alineación. Además, por lo general las cámaras altas son menos vulnerables al extremismo político, porque cada curul corresponde a una región entera con población heterogénea. Los candidatos tienen que conciliar intereses distintos para ganar.
Tal vez por eso entre los países con legislaturas unicamerales hay muchos más regímenes híbridos o completamente autoritarios que democracias. Inversamente, las democracias son mayoría entre las naciones con legislaturas bicamerales.
Trascendencia histórica
Apartando estas consideraciones de teoría política contemporánea, la historia chilena da muestra de la importancia del Senado que se pretende eliminar. Se trata de una de sus instituciones más antiguas, vigente desde la independencia de España en 1817.
El Congreso chileno, con sus dos cámaras, ha sido históricamente más fuerte que sus pares latinoamericanos, en una región caracterizada por el presidencialismo exacerbado. Esta es una de las razones de su relativa estabilidad política por siglos.
No en balde el Congreso ha tenido choques fuertes con el ejecutivo. Uno de esos choques produjo una breve guerra civil en 1891, luego de que el presidente José Manuel Balmaceda intentara concentrar poder en sus manos, en detrimento de la legislatura. Como en la Guerra Civil Inglesa, en Chile el bando parlamentario ganó (y Balmaceda se suicidió, literalmente). Comenzó entonces un período en la historia chilena en la que el Estado fue una especie de república parlamentaria, una rareza en Latinoamérica.
En 1925, con una nueva Constitución, Chile volvió a ser una república presidencialista, pero el Congreso siguió siendo relativamente poderoso y en el futuro hubo otros intentos significativos de contener al gobierno.