Hace más o menos año y medio sonaron las alarmas: una invasión rusa de Ucrania era inminente. Aunque Moscú desmintió los señalamientos, en Europa y Norteamérica se formó un bloque casi monolítico de apoyo a Kiev. Efectivamente, cuando se concretó la agresión este grupo de países se volvió una fuente indispensable de ayuda a los ucranianos en su resistencia, en forma de dinero, armas y entrenamiento militar.
Alejandro Armas/El Político
Desde un principio estaba mucho menos claro qué postura asumiría la más reciente añadidura a la geopolítica de primer orden: China. El gigante asiático desde hace varios años se ha vuelto cercano a Rusia, debido a su rivalidad compartida con Estados Unidos. Pero al mismo tiempo, Pekín había mantenido una relación amistosa con Ucrania.
Oficialmente, China es neutral ante la guerra entre Ucrania y Rusia. Aprovechándose de esta posición, se presenta como un mediador ideal que pudiera encontrar la forma de ponerle fin a las hostilidades. ¿Es esto realmente viable? Veamos.
El aspirante a pacificador
Al gobierno de Xi Jinping le interesa consolidar a China como potencia no solo económica y militar, sino también diplomática. Para muestra su sorpresiva mediación en un acuerdo por el cual Arabia Saudita e Irán, que mantienen una enemistad fortísima por la hegemonía en Oriente Próximo, intercambien embajadores por primera vez en años.
Por eso, no extraña que China manifieste intenciones de propiciar negociaciones entre Ucrania y Rusia. Sobre todo porque Pekín ha dejado claro su preocupación por la probabilidad de una guerra continuada que merme el desempeño económico de Europa, uno de los mayores socios comerciales de China.
Sin embargo, es dudosa la neutralidad china oficial, punto de partida del país asiático para indicar que está en una buena posición para fungir como potencia negociadora (a diferencia de Estados Unidos). Aunque no ha llegado, que se sepa públicamente, a proveer a Rusia de armas, en general el discurso oficialista coincide con las narrativas del Kremlin.
Así, por ejemplo, China respalda las aseveraciones de que el verdadero culpable de la guerra no es Rusia, el país agresor, sino las democracias occidentales. En esta versión de los hechos, Rusia fue provocada por la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y actuó defensivamente cuando invadió.
Amigos autoritarios
China no ha hecho una propuesta formal de arreglo para poner fin al conflicto armado. Pero su proximidad a la propaganda rusa y su énfasis en la necesidad de frenar la guerra cueste lo que cueste no son indicios de que la resolución que tiene en mente respete la soberanía ucraniana. Por ese lado, a su vez, no cabe esperar buena recepción en Kiev o en sus aliados occidentales.
Pekín tiene razones geopolíticas para mantener sus relaciones con Moscú en excelentes condiciones. Ambas tienen elites gobernantes que aspiran a seguir en el poder por vías autoritarias y por lo tanto resienten la presión que los países occidentales ejercen sobre ellas para que cesen sus prácticas antidemocráticas. Aunque en teoría compiten por hegemonía internacional, ven un rival común en Estados Unidos, contra el cual se pueden unir porque, además del choque de intereses, hay uno de sistemas políticos.
Además, en su propio vecindario hay países que cada vez más se sienten preocupados por el poder que China acumula. Australia, la India y Japón aumentaron recientemente su preparación defensiva y colaboración en materia de seguridad, entre ellos y con Estados Unidos, en tácita advertencia a China.
Este es precisamente el tipo de alianza que pudiera contener el ascenso chino, de ser el mismo agresivo. Pero probablemente para su éxito definitivo tendría que añadírsele Rusia. Por eso, a Xi le conviene la proximidad con su par ruso, Vladimir Putin. Y si este espera obtener ganancias territoriales a costa de Ucrania como precio del fin de la guerra, China bien pudiera secundarlo en tal reclamo.